La medida de vender las bolsas de compras en los grandes supermercados ha traído la recuperación de prácticas desaparecidas. La recurrida frase de sastres y costureras de que “la moda vuelva”, podrá ahora usarse también con “las viejas costumbres”.
Aquellas costumbres, propias de una sociedad menos consumista o menos industrializada han vuelto desde el sábado 1 de julio, cuando se implementó el nuevo impuesto a las bolsas plásticas que eran “regaladas” en los grandes supermercados.
Es una medida que refleja hipócritas tibiezas que deberán con el tiempo, extenderse a otros productos empaquetados en plástico, celofán, cuero, tela, icopor, terciopelo o vidrio, de una variedad de formas y colores, que, desde hace algunos años, se han prohibido en ciudades de Europa y Estados Unidos.
El empaquetamiento raya en la exageración. Todo empaque en sí mismo una vanidad, y como toda vanidad, resulta inútil, innecesaria, impráctica, contaminante y basurante, por supuesto.
Compra usted, por ejemplo, un pequeño reloj. Viene en una caja de cartón termoresistente, abre, y debe jalar una envoltura de icopor con la misma forma y diseño del reloj, destapa, y está rodeado de una cubierta de hule abullonado con resortes de goma golperresistente, amarrado con cordel de nylon calibre cuarenta y seis; desamarra y aparece una tulita de terciopelo nacarada ignifuga, en donde por fin está su reloj con un ring de latón tallado, sujetado con minúsculos zunchos que impiden la movilidad de la manilla, así evita que se raye. Paga el reloj, y se lo envuelven en una fina película plástica, que introducen en una bolsa de papel bond de doscientos cuarenta gramos, ajustado con una lámina de cinta aislante y sello de seguridad antirrobo.
Hace apenas unos 20 años el queso fresco,
se envolvía en hojas de plátano verde y se amarraba con pita de fique
o bejuquillo de una variedad de plantas sarmentosas
Hace apenas unos 20 años el queso fresco, se envolvía en hojas de plátano verde y se amarraba con pita de fique o bejuquillo de una variedad de plantas sarmentosas. Los guineos pasos, en corteza de sus propios tallos amarrados con tiras de nervadura seca. Si quisiera uno profundizar en las técnicas de amarres y envolturas tradicionales, podría consultarse al artista Cristo Hoyos, que tiene todo un trabajo de investigación en el asunto, y asesorar a los grandes almacenes de cadena sobre envolturas y desuso de la bolsa plástica.
Las viejas costumbres han vuelto. Se ven cada vez más muchachos y muchachitas estilizando la cesta de mimbre de la abuela en las supertiendas. Algo que les parece muy romántico, como si fueran parte del relato de Caperucita Roja. Esos muchachos y muchachas, tampoco saben que para comprar los litros llenos de leche hace 30 años, era un imperativo devolver los vacíos. Que en cada casa, había la llamada bolsa de la compra, un gran saco de fique que se guardaba mes a mes como patrimonio familiar.
El viejo cartel: “Aquí no se prestan los envases, traiga la olla”, cobra actualidad ecológica. Salía uno con el caldero y la olla, cuando iba a comprar arroz y sopa al restaurante de la esquina. Así… Sin ningún reparo ni asomo de vergüenza.
Viejas costumbres que han comenzado a volver, ante la amenaza de las bolsas plásticas y la sofisticación vanidosa de cotidianas prácticas humanas. Viejas costumbres que necesitamos volver a recordar (diga usted), a retomar para hacer la vida más sencilla.
Vaya hoy a un restaurante y pida que le regalen un poquito de cucayo. El mesero entrenado en estos menesteres, llamará, sin reparos, al metre, quien con guantes blancos en las manos y mientras se las frota como mosca en basurero, dirá con altivez francesa, que lo siente mucho, pero el “arroz perlado”, se elabora en un pulcro recipiente con película triforza antiadherente, y ya no se produce cucayo. Ahí nos daremos cuenta que algo estamos perdiendo.