Durante los gobiernos de Lusinchi, Carlos Andrés Pérez (el segundo) y Rafael Caldera (el segundo también), la corrupción política y administrativa en Venezuela alcanzó un punto de saturación similar al de Cuba con Batista en su último período. Tan nefasto que dio origen al triunfo de la revolución armada cuyas huestes entraron victoriosas a La Habana el 1 de enero de 1959, para modificar la situación de inestabilidad en que se debatió la mayor de las Antillas a lo largo de 56 años, con tiranuelos y mandatarios elegidos pero prosternados a los Estados Unidos desde los días de la Enmienda Platt.
El viraje de la geopolítica hispanoamericana no se hizo esperar, merced a la inyección de mística que recibió el torrente sanguíneo del continente con la hazaña de los barbudos, porque el subdesarrollo que rodeaba a la mayoría de sus pueblos era terreno abonado para la lucha de clases y otros ensayos de fusiles insurgentes contra sables de militares atornillados en el poder. El manualito del Che Guevara sobre la guerra de guerrillas era la biblia de una juventud ansiosa de cambiar burgueses por proletarios en el comando de los Estados de la América española y lusitana.
En Venezuela, la guerrilla apoyada por los partidos de izquierda no tuvo éxito, pero un teniente coronel que se sintió mitad Simón Bolívar y mitad Fidel Castro tuvo el arrojo de lanzarse, en abril de 1992, a derrocar sin fortuna al señor Carlos Andrés Pérez, y esperó, pacientemente, a que lo indultara el señor Rafael Caldera, e inició, ya libre, por la vía electoral, su ascenso a Miraflores con un proyecto de revolución borroso que copió, sobre la marcha andando, el modelo cubano, y le suministró oxígeno con petróleo donado en momentos en que ya no tenía la ayuda soviética ni las simpatías del maoísmo chino. Salvó a Cuba del colapso.
Diecinueve años más tarde, el heredero del coronel Chávez extrajo de los escombros en que convirtió a Venezuela, y sin proponérselo, a centenares de miles de marielitos de tierra que ya tienen a Colombia camino de otro colapso, al menos en los territorios de frontera. Mientras de allá aumenta el éxodo para acá, en la patria vecina acampa, en una especie de asilo vengador, el comando central del ELN, como antes lo hiciera el secretariado de las Farc. Santos creyó utilizar a Maduro como garante y facilitador de su proceso de paz y está cosechando de su siembra, porque ya se juntan marielitos y elenos. Bueno, una mayoría de electores colombianos también votó por la guerra en octubre de 2016, y no hay día en que no asesinen a un líder social o a un despojado que reclama lo suyo. Un semáforo en verde para la furia sanguinaria de Gabino y Pablo Beltrán.
Entre más venezolanos salgan en busca de comida y trabajo,
más se reduce el potencial de opositores para el 22 de abril.
Maduro no tendrá necesidad de ordenar un fraude al CNE
Entre más venezolanos salgan al exterior en busca de comida y trabajo, más se reduce el potencial de opositores del señor Maduro para el 22 de abril. No tendrá necesidad de ordenarles un fraude a los rectores del CNE. Bastará con que voten los subsidiados por el régimen, los colectivos armados, los militares, la Guardia Nacional, los sicarios del Cartel de los Soles y la recua de burócratas que se sientan a aplaudir las vulgaridades de Nicolás Maduro y de Diosdado Cabello, los dos talantes que le exponen al mundo la Venezuela del siglo XXI en la galería de los endriagos políticos.
La declaración del gobierno peruano sobre el arribo de Maduro a la Cumbre de las Américas es el principio del contraataque que merece su conducta de déspota impúdico. Su primera reacción fue jugar a la indignidad, es decir, “voy donde no me quieren llueva, truene o relampaguee”. La suya es una altanería desnarigada, porque su olfato no capta el mal olor de su patético paso por la historia.
Por razones de solidaridad y reciprocidad, Colombia no puede negarse a refugiar venezolanos probos y urgidos de amparo. Clasificarlos es lo complicado cuando se revuelven integridad y delincuencia. Nuestro gobierno no previó, creyéndose su jefe el más vivo y certero de los estadistas, la herencia de doble filo que nos dejaría una mezcla explosiva entre “su nuevo mejor amigo” y el bodrio que instaló en la desgraciada Presidencia de Venezuela.
Nuestro gobierno no previó la herencia de doble filo que nos dejaría una mezcla explosiva entre “su nuevo mejor amigo” y el bodrio que instaló en la Presidencia de Venezuela