La salas de cine de muchas ciudades principales del país están en este momento proyectando una de las que hasta ahora, dados los cientos de comentarios que han rodado por todos los medios, es una de las obras maestras del cine colombiano y aunque personalmente no he visto la película, considerando la trayectoria de su director, la historia que encierra y todos esos demás componentes, solo con el tráiler toca las fibras. Sin embargo, es curioso cómo dentro de la lista de salas de cine no hay ninguna de las ciudades del Amazonas. Y sí, claramente varios de estos lugares no tienen un lugar donde proyectar películas de manera “comercial”, pero ciudades como Florencia, que dicen ser la puerta del Amazonas y tiene lugares donde proyectar, tampoco está.
Y no es por culpar a los exhibidores de cine por no apoyar el cine colombiano, eso ya lo tenemos claro. Va más allá, la razón es la gente. Las personas que no tienen la cultura de un cine con contenido, pero especialmente y frente a esta película, la cultura de ignorar y querer seguir ignorando un territorio que desde siempre ha sido uno de los más olvidados de este país y cuya historia es poco conocida.
No son muchos los colombianos que saben que en Colombia hay 102 etnias diferentes y es en la Amazonía (que no es solo el Amazonas, si no que comprende departamentos como Caquetá, Putumayo, Vaupés) donde se encuentran la mayoría de estas etnias. Existen comunidades aisladas como una forma de resistencia frente a todos los actores que han intervenido en su territorio que por cientos de años han estado moviéndose y aislándose de cualquier conexión con el mundo occidental (sí, estamos hablando de Colombia). Son pocos los colombianos que saben que existen otras formas de ver el mundo, en donde cada cosa hace parte de un todo y donde no es posible hablar de las plantas sin hablar de los dioses o hablar del río si saber de la luna.
Existe una zona, una gran zona donde se aprende a sentir lo que no es visible y se aprende a respetar lo que nos rodea. Un lugar donde ha habido una lucha y un exterminio sistemático sobre otras formas de cultura y de ver el mundo, pero que así mismo se ha resistido. Y así como muchas de esas personas se han acercado a nuestra cultura, pienso que tenemos la deuda de conocerlos y reconocerlos a ellos como parte de un país y de una historia de la que hacemos parte. Hablo de la necesidad de reconocer ese otro país, donde más allá de la biodiversidad y el bosque, hay gente que ha estado ahí construyendo desde el pensamiento y la palabra, algo que los colombianos poseemos pero no reconocemos. Este es un llamado a la reflexión sobre lo que somos y lo que tenemos, un llamado al respeto, al conocimiento y al reconocimiento, a la historia. No es posible construir país sin acercarnos al otro, sin pensar en el otro y mucho menos sin reconocerlo. Acercarse poco a poco, desde el cine, la cocina, la imagen, la palabra, pero acercarse y saber que hay más allá de esa mancha verde y desconocida que los mapas muestran al sur de nuestro país.