Ojalá que no se perpetúen dos características que tuvo la economía colombiana en esta pasada semana: El dólar por las nubes y el petróleo por el suelo; el dólar alcanzando valores superiores a 4 mil pesos y el precio del petróleo acercándose peligrosamente a la cifra de los 30 mil. Esta pareja conforma un amargo salpicón, cuyas consecuencias para el país podrían ser demoledoras.
Demoledoras por varias razones: en primer lugar, porque se van a incrementar los costos de producción de quienes tienen que acudir a los mercados extranjeros para proveerse de materias primas, insumos, equipos y repuestos, o de productos de consumo final, lo cual acarreará a los demandantes de estos productos un lógico aumento de su precio final.
En segundo lugar, porque se va a incrementar fuertemente el valor en pesos de las deudas en dólares, que son, fundamentalmente, las que se tienen con el FMI, la Banca Mundial y el BID. Aunque de tales deudas participan también las empresas privadas, el principal deudor es el gobierno, que atiende sus pagos con recursos del presupuesto nacional, los cuales se disminuirán en gruesas sumas.
Por los lados del petróleo, los entendidos en el tema calculan que por cada dólar que caiga el precio del barril, el país deja de percibir más de 350 mil millones de pesos en el año. Esto significa parálisis en actividades de primer orden, como son las relacionadas con los procesos de exploración, disminución de la parte de las utilidades que Ecopetrol debe entregarle al gobierno y reducción de las regalías a recibir de las trasnacionales ligadas a los hidrocarburos.
Para sortear estos menores ingresos, el Gobierno aprovechará el arbitrario recurso de la Regla Fiscal, con la cual podrá desatender legalmente la ejecución de importantes partidas de inversión social. Esto hará que los grandes damnificados terminemos siendo los colombianos del común, que de alguna manera nos hemos beneficiados con tales partidas.
Pero también hay beneficiados. Los primeros son los exportadores, que podrán vender en dólares los productos fabricados en el país con devaluados pesos. Y según el último anuncio presidencial, los consumidores locales de gasolina, que podrán encontrarla en las estaciones mil doscientos pesos más barata.
Estas son apenas algunas de las consecuencias que nos trae la contraproducente anarquía de los mercados capitalistas, contraria a la conveniente economía planificada, aplicada en los estados socialistas de Europa oriental hasta cuando les llegaron las pandemias combinadas de burocratismo, corrupción, carencias en el control obrero y exclusión de los trabajadores de las altas esferas del gobierno. Sin estas trabas, el socialismo en Colombia sería el instrumento ideal para hacerles frente efectivo a los fenómenos comentados.