Me encontraba hace unos días conversando con un conocido, preguntándole lo que todo el mundo se pregunta en estos agitados días: ¿ya decidió qué opción va a votar en el plebiscito? Y sí, es indispensable redactar así la pregunta, pues no debería ni siquiera tomarse en cuenta la posibilidad de negarse a votar un tema de tal relevancia para la historia de este país. Con la pregunta, al igual que muchas veces, me encontré con una decepcionante respuesta: “Aún no lo sé, pero dígame ¿prefiere a Santos o a Uribe?”. Esta respuesta, además de ser tristemente común, es infinitamente preocupante. Es por esto que el fin de este artículo no es defender una posición, sino plantear la importancia de saber aquello que realmente se está preguntando.
Es bastante triste ver cómo muchos de los colombianos, al encontrarse con una decisión de tal magnitud como lo es el plebiscito por la paz, deciden quitarse el “peso” de la autonomía para dejar que las figuras políticas que han llevado el país durante todos estos años les digan qué pensar y qué no. Es triste ver, especialmente, cómo muchos miembros de esa élite social -aquellos de los que se esperaría mayor educación y culturización- se desgarran las vestiduras por seguir todo lo que diga el discursito ideológico del político promedio. ¿No es usted, colombiano, quien se queja todos los días de que su país está lleno de personas que le arrebatan lo que es suyo por derecho? ¿Acaso no es labor suya decidir aquello que será el término final del conflicto armado que ha atormentado a su país durante los últimos 50 años? Es bastante irónico como todos nos quejamos de que no se hace nada por nosotros, pero cuando nos toca decidir preferimos dejarle la responsabilidad a alguien más. Debería darnos vergüenza incrementar lo que yo considero uno de los mayores problemas del país: todos se quejan pero nadie está dispuesto a cambiar nada.
Es labor de todos los colombianos tomar una decisión autónoma e informada del voto que realizarán el próximo 2 de octubre. Y no, no se trata de escuchar habladurías políticas que se dan en tal o cual lado. Se trata de ponerse los pantalones, de tomar la iniciativa y leer ese acuerdo final que está disponible para todos. Es perfectamente posible que usted no pueda comprender algunas partes del Acuerdo, teniendo en cuenta su densidad y ciertos tecnicismos, pero no por esto se justifica seguir -como caballos con anteojeras- todo lo que diga cierto partido político. ¿No puede comprender totalmente los acuerdos de la Habana? Entonces busque a alguien imparcial que entienda y le ayude a comprender de qué se trata. ¿Entiende la totalidad de los acuerdos? Entonces ayude a la gente que no a entender de una manera imparcial, sin el tinte político tradicional. Como colombiano, usted tiene el deber de informarse íntegramente acerca de lo que va a votar y buscar todos los medios para hacerlo de la mejor manera. Su voto jamás debería estar inspirado en una figura política, porque no querría usted que le arrebataran aquello que es más suyo que de nadie: su derecho a opinar. No querría usted que, además de robarle la infinidad de cosas que todos sabemos, puedan robarle su consciencia y libertad de decisión. Y qué poco sensato sería dejar que tomaran esa decisión por usted, ¿no es cierto?
No más quejas vacías, sin fundamento. No más repetir la misma historia de siempre. En el fondo, un voto informado es crear conciencia y cambiar el país. Todos queremos un país en paz, eso es más que evidente. Sin embargo, no se trata de un debate ajeno, se trata de que usted no deje que le arrebaten el poder de decidir: decidir si esta es la paz que usted quiere. Pero esa decisión implica una responsabilidad, que sea una decisión consciente e informada. No es votar “la paz de Santos” ni optar por “el No de Uribe”, es tomar en sus manos el futuro del país.