El pasado dos de enero, mientras Colombia se encontraba envuelta en la más histérica de las fiestas COVID, la escritora Piedad Bonnet escribió una columna en donde contaba el horror. El joven Iván Espejo, hijo de una de sus empleadas, ahorró durante dos años en un humilde trabajo como empacador de un Supermercado. Así pudo reunir 16 millones de pesos. Su mamá vendió una casita y le dio otros 10 millones. Se presentó al exámen de las Fuerzas Aereas de Colombia y pasó. Su sueño, como el de tantos otros jóvenes, era pilotar un avión de guerra.
Los 16 millones se necesitaban para comprar los 108 elementos que le exigían para entrar. Fue un año completo de pruebas sicológicos, atléticas. Faltaba una semana para la graduación e Iván Espejo cumpliría 21 años. Se contactó con uno de sus compañeros, que iba un año más arriba que él y que vendía comida en una especie de mercado negro que tenían los reclutas. "te compro un chocorramo que quiero tener una torta para ponerle una vela". Al enterarse que el joven cumplía años el recluta, quien como tenía un año más que él en la Escuela se creía con la autoridad de darle órdenes, le dijo "A tierra". El joven obedeció, hizo flexiones de pecho y, cuando se levantó, le dió 21 puños en su cuerpo como regalo de cumpleaños.
El joven no habló de los dolores que sufría a diario para no perderse la ceremonia de grabación. Al cabo de 48 horas fue ingresado a una UCI porque estuvo a punto de morir por los golpes. Dos meses después tuvo que retirarse de la institución. Las FAC ni siquiera le respondieron por los objetos que compró, todo se lo robaron. El distinguido abogado Augusto Ocampo lo va a defender, dice que hay testigos y pruebas documentales y se viene una investigación profunda por la matonería de los reclutas con sus compañeros. Un maltrato que lleva décadas dentro de la institución y que algunos oficiales se enorgullecen en respaldar y en decir que "así se amoldan los hombres"