Aquí no llega la navidad, aquí estalla. En Medellín el comienzo del último mes del año truena como el estruendo del final de todas las cosas. Esto que se vive aquí no es una Noche de Paz como invita el villancico, las detonaciones en la ciudad encuentran, justo por ser un valle entre montañas, la caja de resonancia perfecta para el desasosiego. A esto ahora le llaman La Alborada. Pero no es la alborada del pacífico y otras regiones que reciben con cantos y fiestas el cambio de tiempo religioso, sino una alborada que incluso se roba esa palabra para disfrazar de tradición lo que realmente no es más que una mala costumbre.
El origen de esto no es lejano ni cercano a prácticas decembrinas de tus abuelos que pasaron de generación en generación. Lo que sucede es la recreación constante de La Hora Cero que dictó para el 1º de diciembre de 2003 luego de la desmovilización del Bloque Cacique Nutibara a órdenes de alias Don Berna que marcó con esta descarga inesperada y contundente la señal de que se iban sin irse porque marcaron como suyos los territorios de las comunas 13, 8 y 16 además de los corregimientos de Altavista, San Cristóbal y San Antonio de Prado. Barrios en los que al unísono estalló la pólvora distribuida en esas zonas entre el 25 y 30 de noviembre de ese año. El hecho de que coincida con el cumpleaños de Pablo Escobar -1º de diciembre, igual que La Alborada- son asuntos más cercanos al anecdotario que a la realidad pues difícilmente Diego Murillo Bejarano le tributaría un homenaje a su expatrón a quien activamente ayudó a matar. El aniversario de esta muerte se recuerda cada 2 de diciembre. La asociación de La Alborada con el asunto narco y paramilitar es indisoluble.
La peor noche del año para vivir en Medellín es esta: La Alborada. Ensordecedora y habitada por una tristeza que se cubre de pólvora disonante como una alegría que no alegra. Noche de tristeza porque la cosecha de esta siembra de explosiones por doquier van desde gentes quemadas por chorrillos, totes, papeletas, hasta pájaros muertos por el pánico y la desorientación así como una galería incontable de animales domésticos que si pudieran estar en otro lugar se habrían ido antes de que el reloj anuncie que a la media noche quedarán presos del sufrimiento y la desesperación. Pocas cosas tan crueles para una mascota que el bombardeo al que se ve sometido en esta noche en la que, para muchos de ellos presos de crisis nerviosas, habrá de ser su última noche.
La Alborada del 2013 registró 17 personas quemadas, siete de ellos fueron niños, varios entre todos ellos de altísima gravedad. Cicatrices de la estupidez y el descuido. Marcas de la torpeza que les acompañarán por vida. Este año la cifra fue de 3 muertos y de 4 heridos.
No estoy en contra de la alegría de nadie pero si estoy en desacuerdo con el sentido de esta nueva “fiesta” y su significado y, sobre todo, con sus consecuencias palpables en la sala de emergencia de cualquier hospital en la madrugada del comienzo decembrino. Ya estoy en la edad de las nostalgias, ha de ser, por lo que prefiero el tiempo en que diciembre empezaba con las velitas el 7 y 8 de diciembre y entonces hacíamos amigos con la facilidad con la que podíamos jugar con bolitas de cera en la acera iluminada por una hilera de suspiros en que nos contábamos historias sobre el niño dios que nos decían que estaba por venir.
Igual hay campañas en contra de La Alborada que ya se ha propagado a los municipios vecinos del área metropolitana, puedes encontrar iniciativas de ambientalistas, de las autoridades, de ciudadanos sin filiaciones y de grupos organizados… puedes buscar el rastro en redes sociales de #NoALaAlborada y #NoALaAlboradaMafiosa pero a cien trinos les gana un comentario de locutor de emisora tropical que invita a la fiesta con bombos y platillos –debería decir con totes y chorrillos- porque la pauta publicitaria en algunas radios puede ser más costosa en diciembre cuando la audiencia se refleja en los números de sintonía popular. Y entiendes, de paso, por qué noviembre está en vías de extinción.
Tal vez mi voz no se escuche en la noche de La Alborada porque más alto será el rugido de la pólvora, sin embargo no me callaré ante esto hoy ni mañana ni después y aunque sé que ha muerto el Chapulín Colorado preguntaré esto con esperanza de encontrar alguna vez una respuesta ante la noche que llega: ¿y ahora quién podrá defendernos?