En 1990 y con mil votos bajo la tolda liberal, Luz Amparo Mejía Moreno con solo 33 años se convirtió en la primera mujer en llegar a la alcaldía de Zaragoza, un pueblo olvidado en el Bajo Cauca en el noreste lejano antioqueño, maldito por la riqueza del oro, donde era normal que en sus calles las Farc caminará al lado de sus habitantes como si fuera un vecino más.
Creció en una familia comerciante y conservadora como es usual Anorí, la tierra en la que más de uno se volvió millonario gracias a sus rechonchas minas de oro. Contradiciendo el mandato de su casa, Luz Amparo Mejía nunca soñó con ser ama de casa y se convirtió en la primera Mejía Moreno en entrar a una universidad. Escogió estudiar ingeniería industrial en la Autónoma Latinoamericana.
Pero no llegó sola a Medellín, la acompañó su primer amor, Freddy Hernán Corcho, a quien conoció en su pueblo cuando llegó de la Costa acompañado de su familia de origen campesina. Fredy Hernán tenía vocación diferente y escogió la ingeniería civil en la Nacional.
Se graduaron con honores. Freddy Hernán fue profesor de la Universidad de Medellín. A Luz Amparo le tocó combinar su trabajo en un taller de ropa con la crianza de sus dos hijos: Carolina y Jhony. La armonía familiar se rompió cuando le ofrecieron ser contadora en su pueblo.
Por esa época gracias al Acto Legislativo 01 de 1986, dos años después se da la primera elección popular de alcaldes en el país, 11.700.000 colombianos salen a votar y eligen un total 1.009 alcaldes quienes ejercieron por un periodo de dos años. Atrás quedó que la suerte de un pueblo apartado estuviera en menos de los caprichos de los políticos de Bogotá. Ahora ellos mismos eran los que tenían la capacidad de elegir. A Luz Amparo la convencieron unas amistades de lanzarse en el siguiente periodo de elecciones a alcalde, que sería en 1990, por el municipio de Zaragoza.
Su esposo Freddy Hernán Corcho que tenía espíritu activista, pero temía los riesgos que podía tener una mujer con aspiraciones políticas en una región cercada por las guerrillas y los incipientes grupos paramilitares. Y más con el precedente de que a 60 kilómetros de Zaragoza, en Segovia el 11 de noviembre de 1988 un comando paramilitar dirigido por un exguerrillero -alias Negro Vladimir- se vengó de que ese municipio hubiera escogido un alcalde de la UP y matara en una sola noche a 45 personas. No era seguro en el Bajo Cauca antioqueño.
El miedo motivó a Luz Amparo Mejía a ganarse esa alcaldía. Y eso que no tenía un peso, solo contaba con el aval de los liberales que para ese entonces era el partido de gobierno. Con imaginación hizo campaña y se consiguió 1.014 votos en un pueblo de 16 mil habitantes. Su presencia molestó al Concejo municipal que estaba dominados por los hombres. Al machismo se le sumó en su primer año de gobierno la toma de las Farc al pueblo, que terminó destruyendo la multinacional canadiense Mina de Oro Norte y no cedió hasta secuestrar a tres ingenieros y asesinar a un directivo de la compañía.
Carolina Corcho tenía siete años. Uno de sus primeros recuerdos era ver a su mamá combatiendo a una clase política plagada de prácticas clientelistas que siempre caracterizó a Zaragoza. La determinación de la actual ministra de Salud, le empezó a prender en esos años en los que Luz Amparo Mejía sintió el peso de ser una alcaldesa solitaria.
No demoró en ser presionada para que cediera un puesto público al familiar de un concejal. Al negarse recibió no solo la desaprobación de quienes la rodeaban en la alcaldía, sino también se ganó el puñetazo en el rostro del hombre en cuestión que la arrojó al piso frente a la vista de los curiosos que no se inmutaron en levantarla. Con la dureza que la caracteriza, se paró sola y continuó con su gestión. Tenía problemas mayores como el de poner andar el primer hospital del pueblo al igual que una plaza de mercado y de llevar agua potable a un pueblo que sumaba a todos sus problemas el de la sed. Y todo con un presupuesto precario 846 millones de pesos, mientras las compañías mineras extranjeras explotaban la riqueza milenaria de su suelo.
Uno de los pocos lugares libre de guerrilla en Zaragoza era la parroquia. El padre Aristóbulo Torres Osmo, uno de los pocos aliados que tuvo Luz Amparo Mejía en la alcaldía se le paró con firmeza a las Farc. El pueblo lo escuchaba y por eso fue el puente que uso la alcaldesa para llegarle a la gente y convencerla de apoyar, sin restricciones, su proyecto bandero: el acueducto.
No fue una tarea fácil, a pesar de que Zaragoza se moría de sed. No tener las mayorías en el Concejo, se convirtió para ella un palo en la rueda. Su terquedad salvó al pueblo, pero la hundió a ella. Después de sacar a pupitrazo el contrato que les llevaría agua potable, llegó su muerte política. En 1992 la capturaron en su casa acusándola de malversación de dineros públicos.
Carolina Corcho se acostumbró a ver a su mamá los domingos cuando la visitaba, sin falta, en la Cárcel El Buen Pastor de Medellín. A pesar de las acusaciones en su contra, Freddy Hernán Corcho era un convencido de la inocencia de su esposa mientras que de sus dos hijos la única que era consciente de la situación era Carolina.
A pesar de ser puesta en libertad cuando un juez falló a su favor, Luz Amparo Mejía no volvió a pisar la alcaldía de Zaragoza ni aspirar a un cargo popular. Hastiada de la política y sus traiciones, mantuvo un perfil bajo a diferencia de su esposo que sin dejar la docencia se lanzó al ruedo como diputado de la Asamblea de Antioquia.
La captura de Luz Amparo Mejía fue la primera de una serie de tragedias que azotó a la familia Corcho. El 2 de noviembre de 1995 cuando la exalcaldesa tenía 40 años quedó viuda. Fredy Hernán Corcho fue asesinado por un sicario en una calle del centro de Medellín.
Desde ese momento, a Luz Amparo Mejía le tocó convertirse en el papá y la mamá de sus dos hijos, sin importarle su pasado en lo político, se le medió al trabajo que le fuera saliera hasta que los caminos se aclararon cuando la llamaron del Instituto de Seguros Sociales ofreciéndole además un salario acorde con su experiencia. Haciendo maromas pudo graduar de bachiller a Carolina y su esfuerzo se vio bien recompensando cuando la joven se matriculó, con un préstamo estudiantil, medicina en la universidad Bolivariana de Medellín.
Al poco tiempo Carolina dio el salto y logró entrar a la mejor universidad del departamento la de Antioquia. Una decisión en la que no estuvo de acuerdo su mamá, pero que el tiempo le terminó dando la razón a la hoy ministra de Salud.
En la Universidad de Antioquia, Carolina pasaba sus días entre medicina y el Grupo de Investigación sobre Conflictos y Violencia en el que se estrenó como investigadora. Una vez obtuvo su título de medicina, se mudó a Bogotá para hacer un posgrado en psiquiatría. Luz Amparo Mejía acompañó en la aventura a su hija.
El Decreto de Emergencia Social emitido por Álvaro Uribe en el último año de su segundo gobierno provocó un estallido en las universidades del país. El paro del 2009 posicionó a Carolina Corcho como una líder gremial de peso. Había heredado el mismo temple de su mamá.
Su participación en la movilización fue tan notoria que en el 2014 el entonces alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, se la jugó dándole la responsabilidad de ser directora de Participación Social en la secretaria de Salud distrital.
Su activismo la acercó a la campaña presidencial de Petro en el 2018. También entró como vicepresidenta a la Federación Médica Colombiana y en plena pandemia su voz fue la que más se escuchó. En el 2022 una vez Petro ganó las elecciones presidenciales, Carolina Corcho fue de los primeros nombramientos en la cartera de salud.
A sus 39 años, la ministra sin esposo ni hijos, sigue viviendo con su bastión, su polo a tierra, la mujer que la inspiró: su mamá Luz Amparo en un pequeño apartamento en Chapinero.