La agudeza y la gracia en "Contra el destino nadie la talla", el libro de Oscar Seidel

La agudeza y la gracia en "Contra el destino nadie la talla", el libro de Oscar Seidel

Es de los pocos cuentistas del Pacífico que con bastante intensidad ha narrado la vida de los habitantes del litoral. Sus cuentos se enmarcan en la cotidianidad

Por: Oscar Seidel
noviembre 10, 2022
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
La agudeza y la gracia en

El escritor Oscar Seidel es de los pocos cuentistas del Pacífico que con bastante intensidad ha narrado la vida de los habitantes del litoral. De sus vivencias de la niñez y de la juventud en Tumaco, su pueblo natal, y de la oralidad triétnica que escuchó, logró relatar historias reales y fantásticas en una serie de cuentos largos, breves y minicuentos, sobre el drama, la desolación y el olvido de estos seres de su región.

Los cuentos se enmarcan en la cotidianidad, aquel carácter repetitivo que hace que muchos seres humanos, enemigos de la vida común, conviertan sus existencias en un lugar de confrontaciones próximas a cualquier neurosis callejera, como lo narra en «Contra el destino nadie la talla». Los cuentos parten de un acto de ficción, que, por estar escritos de manera argumental y sencilla, despiertan una reacción emocional en el lector, al punto que mentalmente vuelve a recrear las situaciones vividas.

Al terminar el largo invierno que azotó las tierras de Peña Colorada, el campesino Teodoro se inquietó por la sequedad de las plantas y del suelo, que su familia había trabajado desde hace muchas generaciones, cuando llegó la segunda diáspora de los negros a Tumaco. No encontraba razón alguna para que, con tanta lluvia recibida durante seis meses, sus plantaciones estuvieran marchitas. Ni el fenómeno de «El Niño» que tardaría tres meses en llegar, le había perjudicado tanto en años anteriores.

Se le había juntado a otro mal, el del salpullido, que estaba devorando en vida a Gertrudis, su mujer, quien estaba invadida desde la cabeza hasta los pies, y tenía síntomas depresivos que le impedían hacer el amor desde hace varios días. Por las noches, las rojizas ampollas llenas de pus en que se había transformado el salpullido, provocaban una comezón que al rascarse estallaban generando un sonido parecido al maíz palomero con el que se hacían las crispetas. Era una infección con un olor nauseabundo al cual no le encontraban remedio alguno.

Él estaba confundido. Acudió donde sus amigos de la Asociación Campesina, quienes le informaron que desde hacía dos meses las avionetas de los gringos fumigaban con herbicida las tierras que presumían tener cultivos de la mata de coca, las cuales estaban ubicadas a unos cuantos kilómetros de distancia de su propiedad.                Fue entonces, cuando se puso a investigar sobre el problema que tenía, y pudo conocer que los daños los había causado la dispersión del herbicida a los terrenos; sustancia química que la multinacional MIDEMON había vendido a la compañía aérea gringa, con la que el gobierno nacional había contratado la fumigación.

Las aguas del río Mira de las cuales saciaban la sed los habitantes de Tumaco y la zona rural, estaban contaminadas. Los alimentos y las frutas escaseaban. La fauna de la región estaba en vía de extinción. Las plantas habían absorbido el herbicida a través de sus hojas y se habían secado en el lapso de veinte días, desde que escucharon el zumbar de las avionetas extranjeras.

A Teodoro le entró la inquietud por conocer si el herbicida podía ser también el agente transmisor del salpullido que tenía Gertrudis, y no esperó más. Como pudo, reunió a todos los campesinos de la región y marcharon a protestar ante el alcalde municipal de Tumaco:

—Señor alcalde esa sustancia acabó con todo— Usted no se imagina

—El herbicida no solo daña la mata de coca, sino que destruye la tierra y arrasa todos los cultivos, protestó Teodoro.

—Señores, ¿quién los manda a cultivar la mata maldita? cuestionó el alcalde.

—Vea, alcalde, lo hicimos por necesidad, contestó uno de los campesinos. Pero no sólo fue la mata de coca, también el cacao se perdió, igual el plátano, el chillarán, las cebollas, los tomates y hasta las plantas medicinales que nosotros hemos usado desde nuestros ancestros se dañaron, contestó el campesino muy preocupado.

—Les va tocar que sembrar otro producto, dijo el alcalde.

— ¿No ve, alcalde, que la tierra se dañó y es muy difícil volver a sembrar otros productos? La mata de coca se siembra muy fácil de nuevo porque esa no requiere que la tierra esté fuerte para crecer, respondió Teodoro.

La primera autoridad del puerto envió una misión especial a la vereda de Peña Colorada, para analizar cómo había afectado la fumigación. Esta visita prendió las alarmas y originó un enfrentamiento entre la multinacional MIDEMON y los carteles de la coca. Cada organización ofreció gran cantidad de dinero a Teodoro para que actuara a su favor. Sin embargo, ni corto de inteligencia que fuera, el campesino recibió dinero a los dos bandos. De esta manera, empezaría a constituir un capital económico para resarcir los daños ocasionados en su parcela.

Cuando la MIDEMON se dio cuenta que Teodoro jugaba con ambos contrincantes, decidió tomar partida para desaparecerlo. Buscaron al hombre indicado que se adentrara en la selva del rio Mira, y lo aniquilara. No tardaron en encontrar al tipo que debía cumplir la difícil misión: Un excombatiente de la guerra del Vietnam, de origen puertorriqueño, de raza negra, llamado Papo Clemente.

El boricua tenía todas las secuelas que una guerra deja en un soldado, que al final de la misma reconoce que no peleó por una bandera sino por una ideología económica. Había sido criado en el gheto de Brooklyn, después que sus padres emigraron desde la Isla del Encanto, aprovechando la ventaja de la doble nacionalidad. Tenía la sensación que había sido engañado por el Tío Sam, y que el cuento de que regresaría del combate como un héroe, era pura mierda; él era un Don Nadie, propenso al suicidio y con daños cerebrales.

Con el dinero que recibió de la MIDEMON y del cartel de la coca, Teodoro compró mejores tierras en una vereda alejada y las sembró de cacao, las cuales al cabo de cinco años le podrían generar unos buenos ingresos. Con lo astuto que era, no dejó de protestar contra la fumigación, y tuvo eco en una organización ambientalista internacional, entidad que se quejó ante las Naciones Unidas.

La MIDEMON se enteró de esta jugarreta y envió de manera inmediata al Papo Clemente a buscar a Teodoro. Éste arribó una tarde al aeropuerto local del puerto, sin despertar sospecha alguna de su procedencia. Por la noche, en el bar «El Guajiro», hizo amistad con el dueño del sitio y con otros amantes de la música caribeña, y entre rones y más rones, sonó la canción «El juego de la vida» de Daniel Santos, que lo alteró en ese momento:

“En el juego de la vida juega el grande y juega el chico, juega el blanco y juega el negro juega el pobre y juega el rico, en el juego de la vida nada te vale la suerte porque al fin de la partida gana el álbum de la muerte…”

Enseguida, les contó, que su presencia se debía a la compra de unas tierras para cultivar cacao, el cual tenía fama de ser el de mejor aroma a nivel mundial.                  A la semana siguiente, ya era vecino de Teodoro. Poco a poco, se ganó su confianza y compartió con él las técnicas para sembrar el cacao. Fue tanto el aprecio que obtuvo, que una noche visitó la casa de Gertrudis, aprovechando que Teodoro había sido invitado a Ginebra, a la sede de la Fundación Mundial de la Salud:

—Doña Gertrudis ¡Cómo está de hermosa!, le dijo Papo.

— ¿Le parece, Don Papo?

— ¿Tiene algún licor para que remojemos esta conversa? le preguntó Papo.

—Por ahí están unos conchos de ron que dejó Teodoro, antes de ir para las Europas, respondió Gertrudis.

— ¿Y, tiene música de mi «paisano»? preguntó Papo.

—Vea, Don Papo, ¿Qué es lo suyo?

—No la entiendo, Doña Gertrudis.

— ¿Qué? ¿Para qué me quiere?

—No se asuste, solo quiero hacerle compañía, mientras Don Teodoro está por fuera.

—Si es así, le acepto la conversa. ¿Cuál canción quiere que le ponga?

— ¿Tiene esa canción que se llama «Perdón»?

—Sí, si la tengo. No sabía que era de su «paisano». Tomémonos un ron para amistarnos más.

—Por nuestra nueva amistad ¡Salud! , brindó emocionado Papo.

Gertrudis encendió el tocadiscos, puso el acetato, y le dijo: Ahí le va…

“Perdón vida de mi vida. Perdón si es que te he faltado...
Perdón cariñito amado, ángel adorado, dame tu perdón…”

La canción la repitieron en el tocadiscos tres veces, acompañada con sus sendos brindis de ron. Al rato, estando prendidos los dos, se dijeron cosas románticas con la letra de «Perdón»:

—Jamás, habrá quien separe, amor, de tu amor el mío, le dijo Papo.

—Nadie, porqué, si, adorarte ansío, respondió Gertrudis.

—Sí, tú sabes que te quiero ¡Con todo el corazón, con todo el corazón!, exclamó Papo.

—Tus eres el anhelo de mi única ilusión, de mi única ilusión, confesó Gertrudis.

No había terminado el diálogo musical, y ya los dos enamorados se estaban revolcando en el lecho. Con salpullido y todo, la mulata cayó en las redes del boricua. En pleno coito, escucharon llorar a una tórtola. Gertrudis se aterrorizó, porque según las creencias ancestrales, ese llanto traería enfermedades a su familia. Sin embargo, se calmó, y excitada alargó la mano para poner en el tocadiscos el acetato con el final de la canción, momentos antes de entrar en la agonía y el éxtasis:
“Ven y calma mis angustias con un poco de amor, con un poco de amor... Que es todo lo que ansía, que es todo lo que ansía: mi pobre corazón”.

Por las declaraciones de Teodoro, la MIDEMON fue condenada a pagar una multa de US$500 millones, tras confirmar la Fundación Mundial de la Salud que el herbicida originaba cáncer terminal, y un salpullido eterno que no tenía remedio.

Al poco tiempo, la MIDEMON le pidió resultados al Papo Clemente, y éste no pudo dar explicaciones sobre la misión fallida de liquidarlo. Además, se había enamorado de Gertrudis, quien no soportaría la muerte de su esposo. El espía boricua tuvo que esconderse mientras urdía otro plan.

Con el fin de darle solución al conflicto, el Gobierno Nacional cambió la fumigación en avionetas por drones, con el argumento de que se mitigaría el impacto del herbicida sobre los cultivos legales de los productores locales. Sin embargo, Teodoro, líder de la Asociación Campesina Unidos del Río Mira, fue al despacho del alcalde, y le expresó su reserva sobre la fumigación con drones:

—Los fuertes vientos en la zona pueden ocasionar que otras plantaciones se vean afectadas, y que las tierras que reciban aspersión directa no servirán para iniciar otras actividades agrícolas, indicó Teodoro.

—Son políticas de Estado, contestó el alcalde.

— ¡No se puede seguir con eso! La fumigación aérea no sirve; debemos seguir apostándole a la erradicación manual, dijo Teodoro.

—El Gobierno anterior, llegó y concertó un plan de muchos millones de pesos, dos meses antes de terminar su periodo, y este nuevo gobierno tiene parado todo eso. Tenemos que mirar cómo lo solucionamos, respondió el alcalde.

Para evitarse más problemas en su municipio, el alcalde le comunicó al Gobierno Nacional que: “La gente no quiere más coca, la gente está cansada de la coca. ¡Hay es que cumplirles a los campesinos! El tema de los cultivos ilícitos solo ha traído desgracias.

El Gobierno actual tiene que cumplir con los convenios que se hicieron”. En protesta, los campesinos de la región del río Mira, dejaron de llevar sus productos agrícolas hasta Tumaco, causando escasez de alimentos y principios de hambruna en la población. Cerraron la carretera que los comunicaba; abrieron toldos en la vía; e instalaron un gran amplificador de sonido que entonaba noche y día la canción «Esto es mío» de Daniel Santos:

“Si yo pudiera tener un himno y una bandera, una impasable frontera y un ejército bravío, enseñaría a los míos a decir esta es mi tierra, con su llano y con su río y con todo lo que encierra, cualquiera que se atreviera a traspasar la frontera, a caminar ese llano y a navegar ese río, yo le diría esto es mío y no de un hombre cualquiera”.

Cuando le informaron a Teodoro que el Papo Clemente era el espía contratado por la MIDEMON para asesinarlo, lo buscó por toda la vereda de Peña Colorada y todas las orillas del rio Mira, y no pudo encontrarlo. Pero mayor fue su ira cuando una noche que estaba en su casa tomando aguardiente, y escuchando la canción «Amor perdido» del «Inquieto Anacobero» que decía así: “Yo estoy herido y por mi madre que no te aborrezco ni guardo rencor…”                                                                              Fue cuando Gertrudis, le preguntó:

—Ve, negro ¿vos te volviste abstemio con ese problema del herbicida?

—No, mija, lo que pasa es que con ese salpullido tuyo no me dan ganas.

—Pues vos sos al único que le da asco mi cuerpo.

— ¿Qué? — ¿Es que otro hombre te ha hecho el amor?

— ¡Para que te digo que no, si sí!

—Decime ¿quién fue el malnacido que te poseyó?

— ¿Te acuerdas que hace poco estuviste en Ginebra, dándotelas de leído y escribido con el herbicida?

—Sí, recuerdo— ¿Qué pasó?

—Pues, esa noche, el boricua me violó, y estoy preñada.

Al escuchar la confesión de Gertrudis, el enloquecido Teodoro pegó el grito más estruendoso jamás escuchado en Peña Colorada, con el que alborotó peor que un trueno al aguacero más intensos de todos los tiempos; hizo espantar a los jejenes que reinaban en los manglares; a las culebras que se multiplicaban en la oscuridad; a los murciélagos que enloquecían a los campesinos; y a las manadas de loros y de chicharras que desesperaban al más valiente. Sin embargo, a Gertrudis no le hizo nada, y dejó que se durmiera con el problema que había generado.

Al amanecer, Teodoro se fue de la casa con unos amigos de la Asociación Campesina, a buscar al Papo Clemente por todo el municipio. Cansados de rastrear, y desanimados por no encontrarlo, decidieron ir al bar de música caribeña «El Guajiro», y para su sorpresa ahí estaba el boricua oyendo la canción «Adiós muchachos» de su paisano «El jefe» que sonaba así:

“Me toca a mí hoy emprender la retirada. Debo alejarme de mi buena muchachada. Adiós, muchachos. Ya me voy y me resigno... Contra el destino nadie la talla...”

Al ver Papo a Teodoro, trató de huir, pero los otros campesinos lo detuvieron:

— ¿Qué hubo, Papo? ¿Dónde estabas perdido?

—Ajá, Teodoro. Andaba por ahí haciendo unas vueltas.

— ¿Por qué abandonaste tus tierras sembradas con cacao?

—Hombre, Teodoro, me aburrí de estas tierras, las vendí regaladas y mañana me voy de aquí.

— Oye, Papo, ¿Qué te pasó en el cuerpo, que lo tienes lleno de granos?

—Es una infección que adquirí hace algún tiempo.

—Aquí se llama salpullido, es contagioso, y entre otras cosas, sólo a Gertrudis, mi mujer, le dio en esta región, porque no quiso bañarse con melado de panela y caña.

—Oye, Teodoro, ¿Vas a dudar de mí? Nosotros somos amigos.

—Sí, malnacido, tú la violaste cuando yo andaba en Ginebra.

—Perdóname.

— Aquí estoy para que me mates y cumplas tu misión, le dijo Teodoro.

— ¡Eso no es cierto! exclamó Papo.

— ¿Dijiste que te querías ir de estas tierras? preguntó Teodoro.

—Sí, respondió Papo.

— ¡Pues te vas, pero muerto!

Sonaron varios disparos. «El hombre de Santurce» entonaba en la victrola otra canción: «La despedida» …

“Vengo a decirle adiós a los muchachos porque pronto me voy para la guerra
y aunque vaya a pelear en otras tierras…”

Los borrachitos de la taberna solo atinaron a decir muertos del miedo:

—La presencia de «la mata que mata» acabará con Tumaco, y vamos a terminar todos consumiendo ese vicio. Lo más paradójico es que el dueño del bar «El Guajiro», sólo escucha a «El jefe», que le encantaba fumar la yerba…

Cuando Teodoro regresó a su casa, lo esperaba Gertrudis, llena de nervios por lo que pudiese pasar con su futuro hijo:                                                                                              — ¿Ahora con quien vas a fornicar? le preguntó Teodoro.                                                   — ¿Por qué me dices eso? respondió Gertrudis.                                                                   — Porque en todo lo leído y escribido que soy, sé que con los muertos no se puede aparear.                                                                                                                                                — ¿Mataste a Papo?                                                                                                                   —Sí, y seguiré matando a todos los que se te acerquen— ¡Cochina! —                               — ¡Más cochino sos vos! Ya me enteré que el salpullido que tengo fue por tu suciedad de no bañarte por las noches cuando nos acostábamos, y además no te quitabas la ropa untada de herbicida en los cultivos fumigados.                                                               —Quiero que abortes ese engendro del hombre que me iba a asesinar.                          —No lo voy a ser, aunque me mates después.                                                                          —Te lo advierto, o lo haces, o asumes las consecuencias.                                                    —Ni te atrevas, porque le informo a la Fiscalía que recibiste dinero de la MIDEMON y del cartel de la coca.                                                                                                                     —Ve, Gertrudis, dejemos las cosas así. De ahora en adelante dormimos en camas separadas.

Contra el querer de Teodoro, a los nueve meses nació el bebé. Gertrudis dio a luz a un horrendo niño, que para asombro de la partera apareció con unas ramas y raíces en el tronco y las extremidades inferiores. Asustada, la partera corrió a llamar al curandero porque creía que había nacido la reencarnación del demonio. El curandero no le encontró explicación alguna al fenómeno, y solo atinó a decir que había nacido un niño igualito a un árbol. Aquella noche, la tórtola lloró por segunda vez.

Para quitarle la figura demoniaca, lo bautizaron y exorcizaron con el nombre de Ramón, sin caer en cuenta sus padres y el mismo cura que su nombre hacía alusión a las ramas que le colgaban del cuerpo. Los padres del niño lo llevaron al hospital local para que examinaran dicha anomalía. Todo fue en vano porque los médicos no dieron con el diagnóstico acertado. Aprovechando las buenas relaciones que Teodoro tenía en la capital de la República, llevaron al niño a un hospital de mejor nivel, a quien después de muchos exámenes le dictaminaron que era una condición genética, que hacía que su sistema inmune no fuera capaz de luchar contra la propagación de estos abultamientos, que en la mayoría de los casos eran verrugas secas. Curiosamente, los especialistas de una clínica privada a donde unos amigos les aconsejaron que llevaran a Ramón, afirmaron que su situación podría haber sido instigada por las altas dosis de herbicida a la que estuvo expuesta Gertrudis antes del parto.

En su infancia, el niño no tuvo problemas para cubrir las ramas y raíces pegadas al tronco, porque su mamá lo fajaba, y le cosía pantalones bombachos para ocultar las ramificaciones de las piernas. Por su parte, Teodoro tapaba con disculpas los huecos de su drama familiar, y volcó su mundo hacia el cultivo del cacao. Sin embargo, Gertrudis alentaba a su hijo a que no se acomplejara ante los amigos, y como pudieron, ocultaron su deformidad, hasta el día que uno de sus compañeros lo vio bañarse en el patio de la casa. El comentario corrió por toda Peña Colorada y llegó hasta Tumaco, y la vía que los comunicaba se convirtió en una romería ávida de ver el fenómeno.

Desesperado por las burlas y el escarnio público, Teodoro, quien ya tenía buenos ingresos económicos generados por el cacao, se esfumó una noche con su mujer y el hijo, y tomó un barco mercante fondeado en la bahía del puerto, rumbo al hospital de Houston en los Estados Unidos.

En Houston, los médicos le dijeron que en realidad no era nada fantástico ni tampoco la reencarnación del demonio. Todas esas desgracias como abortos espontáneos; muertes por intoxicación; chicos con malformaciones, eran cosas que pasaban en muchas poblaciones, en donde vivían los campesinos alrededor de los cultivos con fumigaciones de herbicida.

Según los médicos del Hospital Universitario de Houston, la enfermedad que sufría Ramón no tenía cura, y las trece operaciones que recibió solo le proporcionaron alivio temporal. El sueño de Ramón de volver a una vida normal junto a sus padres, y recuperar el tiempo perdido del colegio, se fue convirtiendo en una pesadilla, al ver cómo después de las operaciones volvían a crecer las verrugas en forma de corteza de árbol en el tronco y las piernas.

Detrás de la aparente paz que se respiró tiempo después de levantar los campesinos la huelga, quedaban ocultos las consecuencias sociales, y los graves daños para la salud de la población fumigada con agro tóxico. Ni el gobierno ni el organismo internacional pudieron evitar la siembra de la mata de la coca, y muchos menos suspender la fumigación con el herbicida. Las zonas rurales del río Mira y de Tumaco nunca recobraron su situación normal. A los campesinos se les acabaron las ganas de protestar.

Al cabo de pocos meses, Ramón ocupó su lugar dentro de la comunidad. Seguía siendo no aceptado como lo había sido desde el día que nació. Quiso que su mamá le contara por qué él era diferente a las otras personas, y Gertrudis le dijo la verdad. Cuando Teodoro se enteró, se puso energúmeno:

— ¿Por qué se lo contaste? ¿Por qué? preguntó furioso.

—Porque no pude ocultarlo, contestó Gertrudis; haciéndose a un lado con un machete en la mano para defenderse.

— ¿A quién le echaste la culpa?

—Al Destino.

— ¿En serio?

— ¿De veras, no lo crees, Teodoro?

—No te creo ni cinco, después de que te acostaste con el Papo Clemente.

— ¿No te parece que eres egoísta? Vos también tuviste la culpa.

— ¡No me importa! Me ofendiste y yo haré lo mismo contigo y con el engendro que pariste.

— ¡Atrévete, y te haré picadillo con este machete!

— ¡Te juro que lo haré!

—Y, con más ganas después de muertos.

—Ni eso lo podrás cumplir, porque antes ya seré cadáver por este salpullido que me está carcomiendo viva.

—Vea, con lo que sale esta negra, y fuera de eso, dizque el culpable es el Destino.

Gertrudis se alejó, dejó el machete en la cocina, y trató de salir de la casa, pero un grito la hizo regresar:

—¡Mamá, mamá! ¿Cómo haremos para luchar contra el Destino? le preguntó Ramón.

Gertrudis no respondió, abrazó a su hijo, recogieron sus pertenencias, y callados se largaron de la casa, dejando solo y para siempre a Teodoro.

 

    

 

   

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