Los españoles estaban felices el lunes pasado. Después de casi diez años un monstruo del ciclismo se imponía en la etapa más bella del mundo. Nosotros estábamos todavía más eufóricos: habían pasado 23 años desde que un colombiano —Oliverio Rincón—- ganara en los Lagos de Nol. El ansiado duelo Froome vs. Quintana que no se dio en el Tour, se está dando en la Vuelta. Los dos llegaban cascados después de una exigente temporada. El británico acababa de exprimirse en la contrarreloj de los Juegos Olímpicos en donde ganó la medalla de bronce. El colombiano había padecido una virosis en la última semana del Tour. La recuperación consistió en no asistir a Río e irse a descansar a su casa en Cómbita. Funcionó.
Creíamos que Eusebio Unzué se había equivocado en su preparación con Nairo, que por minimizar las pérdidas en las contrarreloj planas le había restado potencia en las subidas en donde el boyacense se transforma no en un escarabajo sino en un cóndor. Lo del Tour solo fue un mal pasajero. En España está demostrando que, si su salud se lo permite, es el único ciclista que puede desafiar a Froome. Ni Contador ya en sus horas bajas, ni Chaves y sus flaquezas, ni Nibali y su intermitencia, pueden con el triple campeón del Tour. Solo Nairo, quien en sus temibles ataques en el Alpe dˈHuez el año pasado y en la Camperona y Covadonga la semana pasada, lo ha dejado sembrado sobre el asfalto.
Por eso estamos lejos de pensar que la Vuelta está ganada. El miércoles en Peña Cabarga vimos que los dos están muy fuertes, aunque el duelo lo ganó Nairo. Sí, Fromme se impuso en el puerto final, empinadísimo y corto como le gustan, pero pensábamos que iba a sacarle más tiempo a su archirrival. Después del prematuro ataque del Chavito, el del Sky se dispuso a romper el lote. Solo Quintana siguió su ritmo. Llegaron juntos a meta y por talla y peso Froome ganó el embalaje final. Recortó apenas cuatro segundos por bonificación.
La próxima batalla será el sábado cuando el pelotón llegue a Aubisque. El puerto fuera de categoría es perfecto para Nairo quien espera atacar y sacar el minuto extra que necesita para llegar con tranquilidad a la antepenúltima etapa: la contrarreloj plana de 37 kilómetros. En la subida pirenaica la imagen va a ser la misma que se ve desde el 2013, año en que empezó este duelo: Fromme —máquina fría sacada de los laboratorios ingleses—- mirando el potenciómetro que está encima de su manubrio, calculando cada pedalazo, cada watt de potencia y Nairo, como Bahamontes hace sesenta años, como Ocaña a finales de los setenta, perteneciente a una raza de escaladores ya en vía de extinción, confiando solo en sus instintos, en sus sensaciones.
Froome se da el lujo de rezagarse al principio de subidas como las de Covadonga
porque con el potenciómetro puede regularse
y calcular cuánta energía puede gastar antes de desfallecer
No es comprobable que Chris Froome se dope o que tenga un motor en su bicicleta. Lo que sí es seguro es que confía tanto en su potenciómetro que se da el lujo de rezagarse al principio de subidas largas y extenuantes como las de Covadonga y, con él encendido, regularse mejor ya que calcula cuánta energía puede gastar antes de desfallecer. Esta semana Nairo, Contador y Valverde pidieron que se sacara para siempre de la competición el aparato ya que le resta emoción al espectáculo. La medida no se va a tomar, así que Nairo tendrá que confiar en la energía que le dan sus barras de dulce, su aguapanela para doblegar al que sin duda es el mejor ciclista del mundo.
