La guerra contra el consumo de sustancias psicoactivas ha sido un rotundo fracaso. Desde que el expresidente Nixon (Estados Unidos), bajo un discurso simplista y lleno de prejuicios, se inventó una guerra contra el tráfico, lo único que se ha provocado es una gran cantidad de adictos, segregación étnica, muerte y violencia.
En efecto, el mayor exportador de cocaína en el mundo es Colombia, un Estado fallido, dados sus indicadores socioeconómicos y socioambientales; del que además se puede afirmar categóricamente que es un Estado mafioso, en virtud de la cantidad de escándalos que ha tenido desde que se conoció el Cartel de Medellín y su relación con la clase política.
No obstante, en el segundo gobierno del expresidente Santos se abrió la posibilidad de generar un mercado, una agroindustria, de una sustancia psicoactiva como lo es el cannabis (la marihuana, mary jane, la verde, etcétera). Esto desde la perspectiva medicinal, dada la prolífica literatura especializada que ha confirmado las virtudes de algunos de sus ingredientes para paliar con determinadas enfermedades humanas.
Precisamente, las características agroecológicas del territorio colombiano y su riqueza climatológica abren la ventana para generar una ventaja comparativa en términos del gran economista clásico, Ricardo, de administrar, producir y comercializar medicina derivada de los químicos de la planta.
Desde el año 2016 (cuando se promulgó un conjunto de leyes y decretos que sancionaron el comercio legal del cannabis medicinal) a la fecha se han creado por lo menos 300 procesos de licencias para cultivar a gran escala. Al mismo tiempo, se han formalizado unos 1700 pequeños cultivadores.
Es decir, se abrió la posibilidad generar empleo, ampliar el tejido empresarial colombiano (que es limitado) y dinamizar la economía; aun más, si se ve desde la perspectiva de Inversión Extranjera Directa (IED), se habla de más de $ 5.00 millones de dólares que han contribuido con nuevos ingresos como crecimiento económico.
Sin embargo, falta mucho para decir que es la panacea. Uno, porque todavía existen discursos retardatarios por parte de neoconservadores. Dos, porque los narcotraficantes saben muy bien que al tener competencia se les reduciría el negocio como ha ocurrido en el Estado de Uruguay, que fue el primer país latinoamericano en legalizar el consumo regulado del cannabis, tanto desde el punto medicinal como recreativo.
No obstante, cálculos de Asocolcanna (Asociación Colombiana de Industrias del Cannabis) como de Muisca Capital Group estiman que las exportaciones de cannabis medicinal pueden ser de $3.000 a 17.000 millones de dólares en exportaciones. Es más, también ellos afirman que el PIB de Colombia podría aumentar 17 veces, dada la demanda internacional.
En particular, los mayores consumidores de este producto son EE. UU. y Alemania. En efecto, Alemania, en virtud de su poder adquisitivo y su influencia en la UE, sería un gran mercado que revitalizaría la economía colombiana, maltratada por años de corrupción, desidia del Estado y precarios procesos de competitividad en otros bienes y servicios.
Para terminar, aunque todo esto suena muy bien y consideramos que es una excelente estrategia económica, dada la coyuntura y la ventaja comparativa que tiene el territorio colombiano, al finalizar el 2019 el mercado doméstico es insípido y en promedio lo que se ha exportado se limita a un solo componente de la planta llamado “no psicoactivo”, que es el CBD, que en otros países se vende como suplemento alimenticio libremente.
En consecuencia, falta exportar derivados del cannabis con el THC y así ampliar el mercado como la población objetivo. Esto podría abrir la ventana de más empleos, mayor formalización y reducción del narcotráfico, ya que sería más costoso lo ilegal que lo legal, sin contar con que se podría poner en el mercado un bien con valor agregado, innovador y que contribuye en mejorar la calidad de vida de muchas personas en Colombia y en el mundo. Esto último es vital, sobre todo en un momento en donde se han eliminado tantos puestos de trabajo y se ve en furor la corrupción galopante del narcotráfico, donde se tienen embajadores que tienen fincas llenas de coca o vicepresidentes con presuntos nexos con narcotraficantes.
* Para más información: Asociación Colombiana de Industrias del Cannabis