En 1992 Faustino Asprilla se convirtió en el jugador más caro de la historia del fútbol colombiano. Después del espectacular pre-olímpico que protagonizó con la selección Colombia en Asunción del Paraguay, el Parma, un club recientemente ascendido a la Serie A, lo había comprado al Atlético Nacional por 4.5 millones de dólares.
Colombia entera se despertaba muy temprano los domingos para ver como a punta de goles el Tino ponía de rodillas a los todopoderosos Milan y Juventus, habituales dueños del fútbol italiano.
Poco a poco el entonces humilde club parmesano se convertía en uno de los mejores de Europa. Las dos copas UEFAS que ganó en la década del noventa y un subcampeonato en el Calcio, así lo indicaban. Por sus filas empezaron a pasar figuras de talla mundial como los argentinos Hernán Crespo y Juan Sebastián Verón, el búlgaro Hristo Stoichkov y el sueco Tomás Brolin.
Dos décadas después el panorama ha cambiado dramáticamente. La semana pasada, por ejemplo, el capitán , Alessandro Lucarelli, hizo público que ya el club ni siquiera tenía para pagar la lavandería y sus jugadores tenían que lavar ellos mismos, en su casa, sus camisetas llenas de barro y sudor. El drama no para allí. Hasta el momento han tenido que suspender dos partidos de la Liga porque el equipo no tiene ni siquiera como desplazarse o pagar la seguridad mínima que requiere abrir las puertas de su estadio.
Roberto Donadoni, su actual técnico, ha tenido que ver como subastan hasta el banquillo donde cada domingo se sienta a impartir órdenes. En las duchas de los camerinos ya no hay agua caliente y a los jugadores y funcionarios del club no les pagan desde Julio.
Esta situación no se dio de la noche a la mañana. Todo comenzó cuando en el 2003 Calsito Tanzi, empresario y presidente de Parmalat, la máxima accionista del equipo, fue condenado por fraude empresarial y bancarrota. En los noventa su figura de condotiero despertaba admiración en Italia. Los fines de semana, después de cada partido, organizaba fiestas con sus jugadores y amigos en el Te Vega, una imponente embarcación de dos mástiles, treinta metros de estola y una tripulación de diez hombres. La nave, avaluada en 10 millones de dólares, tenía un único problema: era muy grande para caber en cualquier puerto.
Después de años de excesos, fiestas y fichajes estrambóticos, Parmalat quebró dejando una deuda de 14 mil millones de euros. El hundimiento de la empresa de lácteos terminó arrastrando al club de fútbol. Poco a poco el Parma fue dejando de lado sus fichajes estelares y se fue sumergiendo en lo profundo de la tabla de posiciones hasta el punto de estar hoy en el último lugar a 12 puntos de su rival más cercano.
El descenso no es la máxima preocupación del hincha parmesano. Si el actual presidente Giampietro Manetti, quien compró recientemente el club por el precio simbólico de un euro, no cubre la deuda de 200 millones de euros que adeuda el club en menos de 15 días, el Parma podría estar condenado a la desaparición.
Hace poco, entre gritos de desprecio de los hinchas, se vio a Manetti yendo de banco en banco en la ciudad Emiliana solicitando un préstamo para mantener a flote el club. El acto, calificado por muchos como esperpéntico, no alivio en lo más mínimo la grave situación.
Jugadores insignias como Antonio Cassano, decidieron abandonar la institución a pesar de tener contratos vigentes. Prefieren un mal arreglo que ver como el problema económico no hace otra cosa que dilatarse.
Los jugadores, en medio de los entrenamientos, han tenido que ver como son embargadas las camionetas que los transportaban por una vieja deuda de 100 mil euros. Esta semana los implementos médicos y aparatos del gimnasio, también fueron subastados.
Asprilla y otros jugadores de la época dorada, empiezan a organizar subastas para ayudar en algo. El dolor de la hinchada se refleja en las manifestaciones que rodean el estadio Ennio Tardini, el mismo que vio en los noventa, una y otra vez, la gloriosa voltereta del Tino Asprilla.