"Vámonos pa'l monte, pa'l monte pa’ huarachar, vámonos pa'l monte que el monte me gusta más…", así reza una de las estrofas de esta clásica canción salsera del maestro Eddie Palmieri, uno de los mejores pianistas que ha parido el mundo de la salsa en toda su historia.
El tema Vámonos pa'l monte se grabó por primera vez en el año 1972, y desde esa fecha siempre se ha catalogado como un verdadero clásico. Las frases de esta composición hacen alusión a la tranquilidad, regocijo y sano ambiente que emanan los sitios alejados de los estrambóticos ruidos como los que producen las encerradas ciudades.
Colombia al igual que la mayoría de países americanos cuenta con enormes espacios territoriales revestidos de encantadoras montañas, sabanas, valles e inconfundibles costas que se funden en la diversidad étnica, produciendo una soberbia combinación digna de admiración y respeto.
Desafortunadamente la palabra “campesino” se ha interpretado equivocadamente en el argot popular del colombiano, incluso son las mismas autoridades gubernamentales las que se han encargado en muchas oportunidades de menospreciar a los compatriotas que viven y laboran en los campos nacionales.
El solo hecho de provenir directamente de los indígenas es razón suficiente para que se conserve la vocación rural; sin embargo, los más de quinientos años desde que se produjo la mezcla racial y cambio de actitud en la descendencia amerindia, ha facilitado el olvido de las costumbres ancestrales y por ende el quebranto de la propia dignidad, transformando a muchos connacionales en verdugos de su misma estirpe.
Ser campesino no debe ser sinónimo de desigualdad o ultraje así como sucede cada vez con mayor incidencia en mujeres y hombres dedicados a la producción agropecuaria. Desde las mismas leyes están diseñadas a ofender y no reconocer méritos a esta actividad laboral, importante y vital para el desarrollo armónico y equilibrado de una sociedad.
El campesino en Argentina, Uruguay, Chile, Estados Unidos o Europa es equivalente a honor y orgullo. Este sector, indispensable para el desarrollo de un país, necesariamente debería ocupar toda la atención del caso, especialmente en inversión, investigación y financiación, tal como lo tienen otros estados del mismo nivel que Colombia.
Se calcula que el 40% de la población del país aún se encuentra ubicada en área rural con proyección a disminuir, siendo trascendental este porcentaje para la sostenibilidad alimentaria; lástima que estos regímenes gubernamentales vayan en contravía de las reales necesidades del agro.
De los treinta y dos departamentos de la jurisdicción colombiana, Nariño es uno de las más rurales, llegando hasta un 65% de personas residentes en suelo campesino, manifestándose la importancia regional que emana esta posición; conllevando a una inmensa responsabilidad del gobierno departamental en enfocar sus esfuerzos en pro de salvaguardar y fortalecer esta sección de la economía.
La situación de conflicto interno influye en la toma apresurada de decisiones por parte de nuestros campesinos, optando por abandonar su lugar y herramienta de trabajo para volcarse a las grandes urbes en busca de mejores condiciones de vida, aumentando el índice de desocupación y miseria.
No hay nada mejor que comerse un delicioso sancocho de gallina criolla o una rica carne asada, levantarse en las mañanas y contemplar el paisaje natural; disfrutar del chillar de los pájaros, el bramar del río, y respirar un aire puro, saludable y revitalizante. Estas bondades son únicas en el campo, más se anulan en la ciudad.
Recientes estudios arrojan datos preocupantes, el 90% de los citadinos sufren de estrés, mientras que solo el 10% de los campesinos lo presentan, siendo el factor económico la principal causa; sin olvidar que el estrés es la cuota inicial de posteriores enfermedades. Gran parte de la solución de la violencia social y económica colombiana está en el retorno sostenible, inversión y atención al sector agropecuario en su integridad.
Es hora de invertir en el campesinado, motivándolo, capacitándolo y apoyándolo económicamente para garantizar prosperidad democrática, así como dice el lema, “construyendo país”; que no sea simple publicidad amarillista sino una acertada decisión estatal.
Que un día de estos cuando escuchemos la canción Vámonos pa'l monte nos lleve a la reflexión, trasladándonos así sea por un momento a la felicidad del campo, y entendiendo que gran parte de la solución a los problemas sociales es retornar al lugar donde se respira y se vive mejor. El sector agropecuario es el de menos inversión a través de la historia nacional. Colombia, país con dos mares, llanuras, montañas, selvas y ríos, tiene en sus manos la solución a los grandes problemas estructurales de la sociedad.
Vámonos pa'l monte, letra que ilustra el sentimiento de los "manicallosos", esa gente que no escatima esfuerzo para ponerse al servicio de la madre naturaleza. El egoísmo generalizado de parte de quienes dicen ser superiores por que viven en las medianas y grandes urbes, ha socavado de alguna manera las intenciones de los dirigentes que miran de reojo la producción agraria. Ni la economía naranja tendrá eco si se continúa con el anacrónico dinamismo de inversión.
"La esperanza es lo último que se pierde", viejo refrán que permite mantener la grandeza de proseguir en una lucha desigual, donde los vulnerables es la población rural. Una real reforma agraria es la única salida estructural a un problema sistémico que ahonda cada vez con mayor intensidad. La crisis del campo colombiano deriva su origen desde décadas atrás, hasta la fecha sin posturas efectivas de resolución.