El reciente ataque los Estados Unidos a Siria, que actuó en coordinación con Francia y el Reino Unido, muestra hasta que punto la Casa Blanca, pero especialmente Donald Trump y sus aliados, están muy preocupados ante el creciente liderazgo político y militar de Rusia en la escena internacional. Siria ha sido la coartada, la excusa, para poner fin a la escalada de Moscú en Oriente Medio. Atacan a Siria porque es el principal aliado de Rusia e Irán en Oriente Medio. Ni Estados Unidos, ni Occidente en general, pueden dejar de lado esa ofensiva rusa en todos los frentes a nivel internacional porque los aliados de Vladimir Putin en el mundo son, sencillamente, nuestros enemigos.
Atacan a Siria porque de producirse una victoria definitiva y rotunda del régimen de Bashar al-Assad en la guerra civil siria -algo que al día de hoy no debe descartarse- los aliados de los Estados Unidos en la región, pero principalmente Arabia Saudí e Israel, quedarían en una situación de debilidad frente a su mayor competidor: Irán. El régimen iraní, no lo olvidemos, es otro de los principales apoyos de Siria en la región y hay pruebas irrefutables de que suministra al sátrapa sirio de armas, asesoramiento militar, ayuda económica, petróleo e incluso ayuda humanitaria. Ya han muertos varios militares iraníes en los frentes sirios e incluso la organización proiraní en el Líbano, Hezbollah, ha enviado a miles de sus hombres a luchar en los frentes sirios con las fuerzas de al-Assad.
De darse una gran victoria en los frentes de batalla sirios a favor de una dictadura que no duda en usar armas químicas contra su pueblo, tal como se ha visto en estos días y ha sido denunciado por casi toda la comunidad internacional, se consolidaría un eje político y militar dominado por Irán que arrancaría desde ese mismo país y llegaría hasta Gaza. Irán contaría con el apoyo de los chiítas en Irak, el régimen sirio que quedaría claramente subordinado a su esfera estratégica, Líbano -secuestrado por Hezbollah y sus aliados desde hace años- y, finalmente, Gaza, donde el grupo palestino Hamas apoya a los iraníes y recibe a cambio armas, apoyo económico y legitimidad política. Ese escenario, que implicaría graves riesgos para Israel y Arabia Saudí, no se lo pueden permitir ni los Estados Unidos ni sus aliados occidentales.
Atacan Siria porque quieren que siga siendo un Estado débil, postrado, sin capacidad de reconstrucción en los próximos años y consumiendo ingentes recursos a los iraníes y a los rusos. Es una estrategia de desgaste a largo plazo que trata de dar oxígeno a la maltrecha oposición siria y dejar que la misma siga conservando una mínima base territorial desde la que operar, algo que cada día que pasa se revela más como una misión imposible a tenor de los últimos avances del ejército sirio en los diversos frentes de batalla. Paradójicamente, uno de los principales aliados de los Estados Unidos en Siria, el grupo de oposición kurdo YPG, es ahora atacado por uno de los antiguos países "amigos" de Washington en la región: Turquía. Si bien Ankara siempre ha sido enemiga del régimen sirio, la sola perspectiva de que se cree un Estado kurdo en el actual territorio sirio ha encendido todas las alarmas y ha llevado al "sultán" turco, Recep Tayyip Erdogan, a intervenir militarmente contra los kurdos alzados en armas en suelo sirio.
MENSAJE ROTUNDO Y CONTUNDENTE A RUSIA
Estados Unidos, Francia y el Reino Unido, junto con Alemania, que no interviene nunca militarmente desde fuera de sus fronteras desde la Segunda Guerra Mundial, perciben cada vez a Rusia como uno de sus principales enemigos en todos los frentes de la escena internacional. Rusia se destaca cada vez más en su política exterior por el apoyo a regímenes dictatoriales e infames, al estilo de la Venezuela de Nicolás Maduro, la Corea de Kim Yong-Un y la deplorable satrapía de Bashar al-Assad. Además, el máximo líder ruso, Vladimir Putin, ha liderado las brutales agresiones de su ejército contra Georgia, Moldavia y Ucrania, manteniendo en todas ellas fuerzas de ocupación y habiendo arrebatado a esos países varios territorios. A Georgia le extirpó como si se tratara de una intervención quirúrguica Abjasia y Osetia del Sur. Más tarde a Moldavia le arrebató Transnistria, entre Ucrania y la misma Moldavia, para más tarde coronar exitosamente su ofensiva militar contra Ucrania, anexionándose la península de Crimea y las repúblicas rusófonas de Donetsk y Lugansk.
Luego, como siempre ocurre, la política hace extrañas compañías de cama y el acercamiento de Turquía a Rusia, en una alianza contra natura pues ambos países siempre se disputaron la misma zona geoestratégica, entre el Cáucaso y los Balcanes, también inquieta y preocupa a todas las cancillerías occidentales. La afinidad personal e ideológica entre Putin y Erdogan, ya que ambos encarnan a la perfección la autocracia perfecta con algo de maquillaje democrático para engañar a la galería, ha provocado este nuevo matrimonio político basado más en razones coyunturales -su alejamiento de Occidente por sus formas escasamente democráticas y el nulo respeto a los derechos humanos que ambos profesan- que en estratégicas. Por ejemplo, mientras Rusia apoya al régimen de Damasco, Turquía lo combate en sus mismas fronteras para evitar que se consolide un Estado kurdo en su interior. Sin embargo, la historia reciente de Oriente Medio revela que estas alianzas son a la larga poco duraderas, sujetas a grandes tensiones, muy endebles y frágiles; cualquier incidente leve puede alterar el curso de las mismas o un cambio brusco. ¿No recuerdan acaso que hace una veintena de años que Turquía e Israel forjaban una sólida alianza que parecía destinada a durar mil años? Luego esa "amistad" desapareció a tenor de un incidente con una flotilla propalestina auspiciada por Turquía en aguas del Mediterráneo.
Atacan a Siria porque así se le envía un mensaje rotundo a Rusia en clave militar para que entienda de una vez todas que su estrategia expansionista y antioccidental tiene un precio y que quizá las vías políticas ya están agotadas para hacerla frente. Pero también el ataque va dirigido contra Irán, el principal enemigo de los Estados Unidos en esta parte del mundo, y contra su oprobioso régimen, que nunca ha ocultado sus planes expansionistas y que está detrás de las tres principales guerras que padece ahora Oriente Medio: Yemén, Irak y Siria. Occidente ha entendido demasiado tarde la amenaza iraní. Y las guerras se pierden, precisamente por eso, por intervenir demasiado tarde. “La historia de los fracasos en la guerra puede resumirse en dos palabras: demasiado tarde. Demasiado tarde en la comprensión del letal propósito del enemigo; demasiado tarde en tener conciencia del mortal peligro; demasiado tarde en lo tocante a la preparación; demasiado tarde en la unión de todas las fuerzas posibles para resistir; demasiado tarde en ponernos al lado de nuestros amigos”, como señalaba muy oportunamente el general norteamericano Douglas MacArthur. ¿Será demasiado tarde para frenar a Irán?