La solemne acción de gracias fue algo así como un reflujo amargo que combinó el azufre y el gas metano. El suceso bochornoso quedó registrado en un prestigioso diario como expresión de la más cursi lambonería. Si en Colombia se construyó la primera iglesia para adorar a Satanás, era previsible que los adoradores del divino miembro de la corrupción dejaran constancia de los favores recibidos.
Es un secreto a gritos que los fieles devotos hicieron la sacrosanta ofrenda paraco, paraco, para-consolar el ego afligido y casi difunto de la más sufrida víctima en la historia de la humanidad: el abominable señor de las sombras. Por eso es su dios y mesías. Y no vaya a creer el lector malintencionado que transcribí adrede dos veces la cacofónica palabra paraco… no sean mal pensados, hermanos míos: es que cuando abordo temas satánicos me pongo nerviosito.
La teología maligna afirma (y lo confirmo pues soy cura maldito y exorcista) que las almas pías y bondadosas que publicaron la viperina acción de gracias obtuvieron indulgencia plenaria para irse derechito a los mismísimos y putos infiernos. ¡Dios mío bendito!, escribí la palabra "putos". Tan malo, tan grosero y tan injusto yo. Ahora sí me van a excomulgar o a llevar a la hoguera de la santa inquisición los monseñores de mi parroquial patria. Bien puedan reverendísimos que hace tiempo estoy pidiendo la gloriosa palma del martirio para convertirme en el santo patrono de mi sufrido y amado pueblo colombiano. Pero cuál palma y cuál patrono y cuál santo y cuál martirio cuando presumo de mi humilde condición de teólogo ateo.
Dejo constancia, en todo caso, que la inmensa mayoría de los colombianos experimentamos la no menos piadosa fruición de la vergüenza ajena ante el tamaño de la ignominia.
Y prepárense, amables y pacientes lectores míos, porque a continuación escribiré un zafarrancho de “metáforas” e “hipérboles” (que alguien del público le explique a los muy inteligentes seguidores del príncipe de las tinieblas el significado de esas palabrotas que puse entre comillas, mi dios les pague y les dé el cielo):
Imagínense en pleno ocaso del nazismo una retahíla mística en loor al führer.
Visualicen una cadena maldita de genuflexiones para adorar al enemigo malo del pueblo colombiano.
Proyecten en su imaginación un coro angelical de curas, monjas, pastores, godos visigodos y pelagatos entonando un Te Deum en honor a Lucifer.
Piensen en una letanía meliflua y cochambrosa para masturbar al príncipe de las tinieblas.
Consideren una recua de lambeladrillos echando incienso para perfumar la caída de un imperio cadavérico.
Concéntrese, hermanos míos, en un caravana de plañideras que gimen porque se le está acabando el reinado a esta dictadura que va rumbo al cementerio.
En fin, contemplen una extensa fila de cobardes y bellacos besando el látigo de un tirano.
Todos tranquilos y respiren profundo y no gasten más neuronas imaginando porque fue real. Busquen esa lista funambulesca en la que unos compatriotas “de bien” le agradecieron con ojos húmedos al diablo. Aclaro, eso sí, que yo no me puse a contar el número de los devotos. Hagan ustedes la tarea, de pronto el total les da 666.
Sí, señor de estos infiernos: usted no está solo, usted está con el diablo, quise decir usted es el diablo. Amén y amén y otro amén.