¿Qué sucede cuando quienes deben cuidar de nuestra salud se convierten en quienes nos violentan? ¿Por qué, en un sistema que debería protegernos, se siguen normalizando actos de negligencia y deshumanización?
Esta es mi historia, pero podría ser la de cualquier mujer que confía en un sistema de salud del que espera comprensión, empatía y respeto. Durante este año, a través de mi EPS inicié un proceso médico para realizarme una ligadura de trompas, después de varios meses de exámenes y de citas, la cirugía fue programada. Durante estas citas previas se me informó que sería un proceso ambulatorio, que se trataba de una incisión a través del ombligo, y que aunque se requería anestesia general no tendría consecuencias graves.
Llegó el día de la intervención, así que asistí temprano junto a mi pareja al centro de cirugía que me asignó la EPS, después de un par de horas de espera, ingresé al quirófano, me anestesiaron, y hasta allí todo parecía estar bajo control. Sin embargo, al despertar en la sala de recuperación, algo no estaba bien. El dolor que sentía era insoportable.
Instintivamente me toqué el abdomen, esperando encontrar la herida en el ombligo, como me habían informado, pero descubrí algo totalmente diferente: habían reabierto la cicatriz de una cesárea que había tenido lugar hace casi 14 años. El shock fue inmediato. No entendía qué había sucedido ni por qué habían tomado esa decisión sin consultarme.
Cuando finalmente pude hablar, le pregunté al personal médico la razón detrás de esa acción. Su respuesta fue tan fría como absurda: “Creímos que era mejor abrirte por la misma cicatriz de tus cesáreas”, pero ¿quién les dijo a estas personas que yo tenía más de una cesárea? ¿Acaso ninguno había revisado con detenimiento mi historial médico? ¿Por qué tomaron una decisión arbitraria sobre mi cuerpo, sin mi consentimiento, ignorando mi derecho a ser informada y consultada?
En esta sala de recuperación donde no había demasiada privacidad, el dolor físico era tan fuerte que me desmayé varias veces. Pero algo aún más doloroso fue la falta de humanidad, el personal médico parecía más preocupado por desocupar la camilla que yo ocupaba que por mi bienestar.
A pesar de no tener control sobre mi cuerpo, de estar somnolienta por la anestesia y con mareos intensos, insistían en que debía salir. El tiempo que pasé allí fue una constante lucha por ser escuchada, pero nadie estaba dispuesto a prestarme atención.
Finalmente, me subieron a una silla de ruedas, y aunque me desmayé nuevamente, su único objetivo parecía ser llevarme fuera de este lugar lo más rápido posible. Lo más ilógico fue que dentro de la nota quirúrgica que autorizaba mi salida decía: “paciente con dolor controlado que deambula por sus propios medios”.
¿Cuántas mujeres que día a día requieren este tipo de intervenciones o cualquier intervención obstétrica, siendo este momento de gran vulnerabilidad, sufren maltratos y decisiones unilaterales sobre sus cuerpos? Desde un enfoque de los derechos de la salud y de los derechos sexuales y reproductivos de la mujer, entendidos como derechos indivisibles de los derechos humanos, estas acciones deshumanizantes constituyen un verdadero problema de Estado y de salud pública. La violencia médica no solo deja cicatrices visibles en el cuerpo, también deja marcas emocionales profundas en quienes la padecen. No se trata solo de errores médicos, sino de una cultura de deshumanización y negligencia que debe ser cuestionada. Los pacientes somos seres humanos con derechos, emociones y temores, algo que debería ser tenido en cuenta por todos los profesionales de la salud.
Como pacientes, no podemos seguir guardando silencio ante este tipo de experiencias que enfrentamos dentro de los centros de atención a la salud, no es solo que se atiendan las enfermedades que padecen nuestros cuerpos, sino que nos traten con la dignidad que merecemos. Tenemos derecho a la información clara, a dar nuestro consentimiento y, sobre todo, a que se nos trate con respeto. Este es un llamado a la empatía, a la responsabilidad y al respeto por la humanidad de quienes confían sus vidas en manos de un sistema que debe, ante todo, cuidar.