Después de muchos años regreso a mi pueblo natal para hacer parte, de la fiesta que, de algún modo, marca para todos los que allí nacimos un sentido especial. Me refiero a la Semana de la Sinceanidad, una fiesta de énfasis cultural que poco a poco muy seguramente remplazará con el tiempo en el imaginario de sus habitantes a ese bárbaro ritual de las corralejas tan arraigado sin duda en lo más profundo de la esencia sabanera. Y del que personalmente guardo hondos recuerdos, especialmente musicales. Porque, quiérase o no, una verdad indiscutible que une al extraordinario fenómeno musical y cultural del porro en el gusto y la costumbre de las gentes del Caribe colombiano es precisamente el acontecimiento siempre discutible de las corralejas. Hay entre ellos unos lazos históricos, sociológicos y económicos que a pesar de todo se mantienen.
Pero no es de eso exactamente de lo que quiero hablar en esta columna, sino de esa música que va con uno, que lo sigue en el recuerdo, que suena en nosotros aunque no la escuchemos. La música que sonó en nuestra infancia interpretada por esa banda que aunque desaparezca muchas veces nunca muere.
Y hablo de esto aquí porque nuevamente me pasa que tengo en las manos un disco en el que no solo suena su música, sino también muchas otras referencias. Suena la vida propia. Y suena una memoria que es personal y colectiva. Me refiero a un disco titulado Alma sinceana que se me ha antojado volver a escuchar luego de varios años, a propósito de este nuevo encuentro con las calles, el alma y la gente de Sincé.
Por diferentes razones sociales y culturales la Banda 8 de Septiembre de Sincé es un referente querido y obligado para quienes tenemos la fortuna de ser sabaneros y ritmar parte de nuestra memoria profunda con la banda sonora de los grandes porros y fandangos de todos los tiempos versionados en diferentes momentos de una larga y accidentada trayectoria de muertes y resurrecciones de este colectivo musical arraigado con su música en el alma de todos los sinceanos.
Fue precisamente allí, en el seno de la 8 de Septiembre, donde mis ojos y oídos de niño vivieron la experiencia de ver tocar a aquellos grandes amigos y colegas de mi padre: al maestro Saúl Herrera tocando el clarinete; al maestro Juan Madera haciendo sus inspirados solos también de clarinete; al maestro Demetrio Guarín con su sombrerito partiendo el sol de la tarde con su trompeta brillante; los gracejos y saludos del inolvidable Carmelo Ramón desde sus maracas; la voz cumplida de Aníbal Badel cantando los éxitos del momento; a mi compañero Luis Gabriel Castillo aprendiendo apenas los vaivenes del trombón; a Ismael Meza, el cojo, tocando con tanta seriedad su redoblante “y a los hijos del cojo Ismael solo boca y pobreza adheridos al cobre del trombón que tocaban todos en la banda”, como lo he recreado en mi poema dedicado al viejo Salvador Acosta, el sordo, el abuelo del hoy maestro de la trompeta Dairo Meza, orgullo musical de la música del Caribe colombiano. Allí también alguna vez vi al viejo Nando Iriarte, mi padre, tocar casualmente el bombardino, y dirigirla y ensayarla, como cuando preparaba aquella generación en la que se iniciaron mis amigos Dairo y Luis Gabriel, y en la que se suponía que yo mismo debía empezar a tocar el clarinete.
Es decir, soy un miembro frustrado de esta banda que hoy regresa con su música a mi vida y para la que escribo estas breves palabras que saludan afectuosas el tercer disco CD que ratifica el gran momento musical por el que pasa logrando hitos sobresalientes de afinación, acople y sabor al interpretar de manera estupenda cosas como el Mosaico IV de cumbiones, el instrumental de Con la garrocha en la mano, la versión de La Pava Congona en la voz maravillosa de Gina Atencia, o porros profundos como La Leyenda, El Flechas y Takasuán, la ágil alegría fandanguera de La Parpichuela o el sabrosísimo y definitivo Mosaico III de Los Corraleros, para sólo nombrar unos cuantos cortes de esta producción que reinstala y subraya el alma sinceana en la música nuestra al lado de Marcial Martínez, Adolfo Mejía, Fernando Iriarte, Juan Madera, Adriano Salas, Leonardo Gamarra (un gran compositor en la música popular colombiana de todos los tiempos) o el mismo Dairo Meza, como los mejores referentes de una nueva generación que viene pujando y empujando para cantar lo suyo. Con alma sinceana.