Kike, Jerry, Cata: los duelos y la nueva vida de Fanny Kertzman

Kike, Jerry, Cata: los duelos y la nueva vida de Fanny Kertzman

La dura columnista revela el recorrido de una vida de guerrera pero con muchos golpes. El último la muerte de su gata Cata

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septiembre 02, 2016
Kike, Jerry, Cata: los duelos y la nueva vida de Fanny Kertzman

Me casé muy joven, 21 años, y totalmente enamorada. Kike y yo siempre nos habíamos gustado desde el colegio, aunque el me llevaba nueve años.

Yo estaba en el último semestre de la Universidad de los Andes. Mis compañeros de carrera tenían abiertas todas las puertas al finalizar el pregrado. Muchos obtuvieron títulos en el exterior en prestigiosas universidades.

Yo no quería volver a Medellín. Pero tenía un problema de residencia en Bogotá. Queria ir al London School of Economics, pero mis padres solo aceptaban que estudiara en Israel. Fui unas vacaciones, me encontré con Kike y en seis meses nos casamos. De vuelta a Medellin, en medio de la guerra con Pablo Escobar.

Los matrimonios tienen ciclos de siete años. Los primeros siete fueron excelentes. Después se desató una crisis, a los 14 años otra crisis, pero nunca pensamos en divorciarnos, por los hijos. Yo me volví una figura pública, mientras Kike perdió su trabajo. Se aproximaba otra crisis a los 21 años de casados.

Yo pagaba todo: mercado, hipoteca, hijos y viajes. Empecé a resentir a Kike porque nunca más logró volver a trabajar. Mayor de 50 años, quedó por fuera del mercado.

Después de amenazas, en 2000 nos mudamos a Canada, a la Embajada, gracias al Presidente Pastrana. Al mismo tiempo habíamos logrado la preciada Green Card con la ayuda de la Embajada Americana.

Ya las hijas estaban grandes y tomé la decisión de divorciarme una vez culminara nuestra aventura en Canada. 21 años de casados y estabámos otra vez en crisis.

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A principios de 2003 Kike volvió a Colombia. Había empezado a trabajar en un negocio y le estaba yendo relativamente bien, entre Ottawa y Bogotá.

Pero no se sentía bien y fue al médico en Bogotá. Cáncer en el cerebro. Incurable, a pesar del tratamiento. La expectativa de vida era un año. Duré dos meses sin poder funcionar después del diagnóstico. Pensaba que estaba haciendo el duelo anticipadamente.

Tenía fuertes sentimientos encontrados. Si Kike moría, ya no tendría que divorciarme. El sentimiento de culpa era inmenso.

Me dediqué a cuidarlo. Visitas semanales al hospital, radiación, quimioterapia y sus terribles efectos secundarios. Fue perdiendo facultades hasta que murió, rodeado de la familia.

Se desató un terremoto. Yo pensaba que ya había hecho el duelo al momento del diagnóstico, pero estaba equivocada. Camille no volvió a salir de su habitación. Perla rumbeaba todos los días y llegaba al amanecer. Yo pasaba días seguidos sin dejar de llorar. Iba a la sinagoga y lloraba durante el servicio, enferma y deprimida.

Después perdí mi trabajo en Atlanta y conseguí otro en New York. La familia se desbarató. Pedro empezó su transformación a mujer en Texas. Perla se fue a vivir con su novio en Atlanta.

En el nuevo trabajo yo era un estorbo, llevaba la contraria en todo. A los dos años no solo perdí el puesto, sino que echaron a todo el departamento de asuntos corporativos, siete personas en total.

Viví sola durante doce años, hasta ahora que estoy con Jerry. Y este paso es difícil. Las obligaciones de hacer mercado y cocinar. Limpiar, lavar, dedicarle tiempo a Jerry, cuando hubiera podido estar leyendo.  Tener la TV encendida a toda hora cuando yo jamás la veo.

Ahora que estoy nuevamente “organizada”, extraño a Kike todos los días. Hice las paces con él. Lloro cuando lo recuerdo. Antes soñaba que el volvía y mis sentimientos eran de aprehensión. Hasta que tuve el mismo sueño recurrente por última vez.

Kike volvía rozagante. Le pregunto qué pasó. Me dijo que unos científicos rusos estaban tratando de revivir a Jesucristo en él. Escogieron ocho personas, él entre ellas, y resucitó porque era el mas parecido a Jesus. ¿Y la descomposición? “Ah no”, dice el, “me revivieron enterito”.

No volví a soñar con él. Fue la despedida del duelo, que duró diez años.

Ahora sueño con Cata, mi gata que se murió de repente. La veo entrar a la casa y me pongo feliz.

Pero, sobre todo, extraño mi libertad y mi soledad. No veo la hora de volver a vivir sola.

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