Las primeras veces no suelen ser como las imaginamos. Llegan sin previo aviso, sin garantías. Son un salto al vacío, una mezcla de euforia y vértigo. Kei Linch y Bad Milk lo saben bien. Este año, el Festival Estéreo Picnic las recibe por primera vez en su cartel. No es poca cosa.
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La música en Colombia ha sido –como tantas cosas en Colombia– un terreno desigual. Durante años, las voces femeninas fueron el eco de un sistema que les concedía espacios pequeños, esquinados, siempre bajo la sombra de algo más grande. Pero Kei Linch y Bad Milk no están aquí para pedir permiso. Kei, con un rap afilado como una navaja, cuenta historias que duelen, que laten, que resisten. Bad Milk, por su parte, no quiere etiquetas: una voz que flota entre géneros, que se permite jugar, mutar, romperse y volver a armarse.
El Estéreo Picnic es el gran coliseo de la música en el país. Cada año, miles de personas llegan hasta la explanada de un campo que alguna vez fue otra cosa –una finca, un terreno baldío, quién sabe– y se entregan a la liturgia del festival. Lluvia, barro, luces, cerveza cara, abrazos con extraños. En ese ritual, Kei Linch y Bad Milk tienen una misión: hacer que los cuerpos se muevan, que los labios coreen, que el tiempo se detenga en esos minutos de show donde todo lo demás deja de importar.
Pero esto no es solo un triunfo personal. Es una grieta más en la muralla. Un gesto que abre puertas para otras que vendrán. Porque la música, como el mundo, necesita más primeras veces.
Detrás de la fiesta está Johnnie Walker, una marca que ha entendido bien el festival: lleva diez años caminando junto al Estéreo Picnic, ofreciendo tragos y experiencias con la misma naturalidad con la que alguien se pierde en la multitud. Este año, una barra entre los escenarios Johnnie Walker y Adidas, cocteles servidos en un sistema automatizado, una rueda gigante que gira y gira como gira todo en un festival: la música, la gente, la noche, la vida.
Kei Linch y Bad Milk han llegado hasta aquí después de años de esfuerzo, de canciones que nacieron en habitaciones pequeñas y hoy suenan en parlantes gigantes. Han llegado hasta aquí porque la música –como la vida– es una cuestión de insistencia. Porque si algo nos enseñan las primeras veces es que no hay vuelta atrás.
El Estéreo Picnic es el escenario de muchas primeras veces. La primera canción en vivo de un artista, el primer beso entre dos desconocidos, la primera vez que alguien se siente parte de algo más grande. Este año, Kei Linch y Bad Milk suman su nombre a esa lista. No será la última.
