Después del trauma que supuso premiar a Bob Dylan, uno casi se alborozaante la elección de Kazuo Ishiguro como premio Nobel de Literatura 2017, le invade esa alegría barata de dejar atrás una enfermedad menor, o de volver a casa después de un largo día aguantando las ocurrencias del jefe. Bob Dylan sólo ganó una vez el Nobel, pero su reinado amenazaba con extenderse, pues aquello parecía el desahucio permanente de los escritores, y no sabíamos si el siguiente galardonado iba a ser Woody Allen, Beyoncé o un tuitero polaco.
Superada la falsa euforia, uno no puede sino cuestionarse la pertinencia de este reconocimiento. Se premia a un varón que escribe en inglés, lo que facilita encender las alarmas feministas y anti-imperialistas, pues nada descubrimos ni apoyamos, nada consolamos ni ponemos en duda con esta ratificación de la cultura predominante. Además, varones que escriben en inglés y merecen tan alta distinción hay muchos, y dudo que puestos los críticos, los escritores y los lectores a determinar cuál es el mejor de ellos, o su favorito, apareciera Ishiguro entre los veinte primeros. De hecho, para The Times Ishiguro sólo es el 32º mejor escritor británico nacido desde 1945.
Después del trauma que supuso premiar a Bob Dylan, uno casi se alborozaante la elección de Kazuo Ishiguro como premio Nobel de Literatura 2017, le invade esa alegría barata de dejar atrás una enfermedad menor, o de volver a casa después de un largo día aguantando las ocurrencias del jefe. Bob Dylan sólo ganó una vez el Nobel, pero su reinado amenazaba con extenderse, pues aquello parecía el desahucio permanente de los escritores, y no sabíamos si el siguiente galardonado iba a ser Woody Allen, Beyoncé o un tuitero polaco.
Superada la falsa euforia, uno no puede sino cuestionarse la pertinencia de este reconocimiento. Se premia a un varón que escribe en inglés, lo que facilita encender las alarmas feministas y anti-imperialistas, pues nada descubrimos ni apoyamos, nada consolamos ni ponemos en duda con esta ratificación de la cultura predominante. Además, varones que escriben en inglés y merecen tan alta distinción hay muchos, y dudo que puestos los críticos, los escritores y los lectores a determinar cuál es el mejor de ellos, o su favorito, apareciera Ishiguro entre los veinte primeros. De hecho, para The Times Ishiguro sólo es el 32º mejor escritor británico nacido desde 1945.
¿Qué ha querido premiar la Academia Sueca? Por ponernos durante un segundo a favor del veredicto, este galardón puede abrochar en la Historia uno de los milagros de concentración de talento más evidentes e irrepetibles de nuestro tiempo. El llamado comercialmente 'dream team' británico acogotó con su narrativa elegante y original las librerías de todo el mundo en los años 90. Autores como Martin Amis, Ian McEwan, Salman Rushdie o Hanif Kureishi, junto a Ishiguro, situaron al Reino Unido en primera línea de la cultura literaria mundial con una generación que no se veía por aquellos lares desde la “angry young men” de Sillitoe o Amis padre.
¿Qué pasa con McEwan?
Sin embargo, entregados a la taxidermia de lo consabido, es sin duda Ian McEwan quien debería soportar el peso simbólico de dicha generación, pues su obra en este ya avanzado siglo XXI es la única que se mantiene constante en el riesgo y la excelencia, hecho trizas el don de Martin Amis, dedicado Barnes a cocinar para los amigos, y perdido Kureishi en su propia papiroflexia sentimentaloide.
Por si fuera poco, Ishiguro es de esos autores que se toma con tanta calma publicar un nuevo libro que, si me apuran, yo ya pensaba que lo había dejado. Diez años trascurrieron entre su exitosa 'Nunca me abandones' y su última novela, 'El gigante enterrado' (2015), novela de cuya publicación en España me acabo de enterar.
Su obra hasta ese momento -y entiendo por las notas de prensa que también en 'El gigante enterrado'- era una extraña mezcla de Henry James y Philip K. Dick, o de Henry James y 'El cuento de la criada', de Margaret Atwood. Mezcla, dicho sea de paso, que no sé si da para una carrera literaria completa.
A la distinción de una prosa muy mimada en sus biorritmos, Ishiguro añade tramas autorreferenciales que, sean utópicas o no, se proponen al margen del mundo. Esto cobra bastante sentido si tenemos en cuenta lo que cambia el mundo en diez años, que es el plazo que se da nuestro autor para dialogar con él.
No sexy
Quiere decirse que Ishiguro no es un autor sexy, que apetezca, por mucho que sea un buen escritor y que sus novelas cuenten en varios casos con la promoción extendida de una película.
Su origen japonés, por otro lado, sugiere un cierto señalamiento de esa transnacionalidad que tomó cuerpo en la literatura mundial en los años 90, cuando cuajó en los libros la evidencia del peso de la inmigración en un país, y las segundas y terceras generaciones empezaron a contar su historia.
Sin embargo, Ishiguro uno diría que, más que desdeñar, bloquea Japón, reniega de esas raíces, lo que, freudianamente, podría explicar su pasión por los mundos paralelos y singulares. No creo que sea Japón, en particular, el país más satisfecho en el día de hoy por la elección del jurado sueco, teniendo como tienen a Karuki Murakami corriendo por ahí todo el día, a la espera de que lo llamen.
Incorporando el nombre de Kazuo Ishiguro a su palmarés, el premio Nobel de Literatura consigue, en definitiva, ratificarnos en las sensaciones habituales: emoción por saber quién lo recibirá, tuits premonitorios que elevan la expectación, y aburrimiento una hora después de conocer el fallo.
Con Bob Dylan podías indignarte o ponerte a defenderlo; con Ishiguro, te pones nostálgico, pero quizá es la nostalgia equivocada.