“Nunca conocía a mi padre”, dice Kapax, legendario personaje que nació en el corazón del Amazonas y es un símbolo de las anchurosas planicies cubiertas por la selva tropical. Es un hombre de facciones indias; la frente amplia y el cabello largo; la boca de dientes uniformes; las manos nudosas y macizas; el tórax voluminoso, grande; los tendones de templado acero, que forjó su leyenda gracias a que cruzó nadando las aguas del Amazonas y el río Grande de la Magdalena, equipado con una determinación guerrera y una sonrisa de agua que no lo abandona ni en las peores circunstancias.
Dice que su padre es de ascendencia alemana y que tiene una hermana mayor y un primo en Cali y que no se siente especial por ninguno de sus logros y que es un ciudadano más, así la Policía (recuerda a un Coronel Pinilla y a un Mayor Parra) le haya levantado una estatua a pocos metros del aeropuerto de Leticia y los turistas, cuando llegan a esa ciudad, lo busquen para hablar con él o tomarse fotografías al lado del exótico personajes que alcanzó la dimensión de la leyenda.
Es tímido, sí; pero agradable. Para muchos colombianos un héroe de la infancia junto a Kalimán y Tamakún y Santo, el enmascarado de plata, creaciones de la literatura popular que dominaron el imaginario latino algunas décadas atrás.
Cuando lo conocí en Leticia tuve la precaución de llevar conmigo dos cómics de la Editorial Icavi, firma que publicó sus aventuras. Se los regalé y di mi testimonio, sincero y elocuente, de la importancia que habían tenido esas historias al alimentar la fantasía de varias generaciones de jóvenes y niños que hoy ya eran adultos, si vivían.
Sin embargo, a él esos cómics —los ambientaron en escenarios de Leticia, Girardot y Guamo en el Tolima— no le representaron dinero. Habría podido decir que las cosas verdaderamente trascendentes no se miden por dinero, pero guardé silencio consciente de que esos cómics y su enorme hazaña de recorrer el río Magdalena nadando, desde Neiva hasta Barranquilla, permitieron que los colombianos lo conocieran y lo llevaran al plano de leyenda.
Actualmente, está casado y tiene tres hijos y varios nietos y dice que no le cambiaría nada a su vida y se siente satisfecho porque la gente lo sigue reconociendo y expresándole su afecto. Enamorado de la ecología, no deja de expresar mensajes orientados a cuidar el planeta, a respetar las especies y la biodiversidad, preocupaciones en las que, lamentablemente, jamás ha contado con el apoyo del gobierno nacional.
Mucho se ha hablado de la soledad de Kapax, como si se tratara de un hombre condenado al olvido, como si su condición de héroe lo librara de las postrimerías, para este informe tuve que llamarlo hace algunas horas; al otro lado de la línea volví a escuchar la voz atropellada y suave del atleta que tuvo por amigas a las anacondas y que conoció la huella de cada una de las fieras que se esconden en la espesura de la selva.
Y tuve la sensación de que me contestaba un triunfador que llegaba a la vejez consciente de cada uno de sus logros, agradecido por la vida, por su vigor selvático que no obedece a dietas extremas (“como de todo”, dice) ni tampoco a un planificado programa de ejercicio, sino al instinto de un hombre que tuvo la sabiduría para vivir en armonía con las leyes de la naturaleza.
Y, como aquel día de Leticia —que obviamente él no recuerda en la cantidad de admiradores que lo visitan cada año— lo imaginé con el cabello de lechuza que le caía sobre los hombros, el colmillo de felino que pendía sobre su pecho y la fortaleza de su sangre india que se afinca en un cuerpo de musculatura salvaje. Y supe que así pasen los años y la frágil memoria quiera teñirnos con la ceniza del olvido, es imposible (por lo menos, para varios colombianos) volver los ojos hacia la enigmática selva del Amazonas sin sentir que la presencia de Kapax, el héroe salvaje, recorre sus follajes y late en cada uno de sus ríos.