Sería una imprudencia concluir prematuramente que la versión más sanguinaria, fundamentalista y extremista de la violencia ha pisado suelo patrio. Lo que sí es verdad es que todo acto criminal, venga de donde viniere, es de por sí repudiable, odioso y repugnante. En todo caso, lo sucedido en la Escuela General Santander de nuestra capital debería unirnos a todos los colombianos en torno al rechazo rotundo de todas las formas de terrorismo, particularmente de aquel que pretende crear zozobra en toda la sociedad, pues de hecho la hiere en pleno corazón, y de paso, deja un manto de incertidumbre en torno a la estabilidad del país. Ningún colombiano puede pasar de largo ante el dolor de los familiares de las víctimas, y todos deberíamos solidarizarnos con una institución que es de la entraña de los colombianos como lo es la Policía Nacional. Me refiero a que sin distinción de color político, y más allá de cualquier diferencia que actualmente divida a los colombianos, el repudio a este tipo de barbarie y demencia criminal debe ser general. Por otra parte, todos los sectores de nuestra sociedad deben unirse para evitar que el terror intente colarse de nuevo en el corazón de la patria.
La pregunta que plantea más preocupación es esta: ¿el terrorismo tipo kamikaze, tipo yihadista, el terrorismo suicida, el que llega al extremo de inmolarse por una causa ha hecho su debut en Colombia? De ser así, habrá un antes y un después de lo sucedido hoy en Bogotá, porque, al menos yo no recuerdo que esta modalidad tenga antecedentes en nuestro país. Ni siquiera en el terrorismo del narcotráfico se tuvo noticias de que algún sicario o subordinado de cualquier oscuro jefe haya llegado a tal nivel de demencia y de devoción enferma a su patrón. Tampoco la guerrilla de las Farc acudió en su momento a un acto tan irracional y repugnante. A lo sumo inmoló a inocentes animales como los execrables burros-bomba y caballos-bomba. Pero ahora estamos frente a un enigma que las autoridades, me imagino, intentarán resolver en los próximos días.
Por último, (ante un acto tan atroz no hay muchas palabras qué decir, y lo mejor sea, quizás, guardar un honroso silencio) hoy por hoy no hay lugar a egoísmos, ni a mezquindades, ni a sesgos, y menos hay espacio para la doble moral: la violencia de cualquier extremo es repudiable, odiosa. Por eso, los colombianos como hicieron los parisinos hace dos años con motivo del atentado terrorista a la revista Charlie Hebdo deberíamos tener esta consigna: todos somos Policía Nacional de Colombia.