Más o menos desde los 12 años, si mal no recuerdo, he dedicado las horas muertas (la mayoría de horas) a escuchar punk. Entre el recuerdo, nítido no, borroso tal vez de la memoria, traigo para mí las imágenes televisivas de un sábado en la tarde donde una mujer calva con tatuajes en las sienes y un hombre greñudo con violín hacían un mínimo ruido, ella murmuraba y el peludo arañaba el violín, hasta que ella abría la boca y salían insultos y groserías: hijueputas y gonorreas a diestra y siniestra.
MI mamá al escuchar a la vieja dice:
―Apague eso, no sabe hacer otra cosa, solo dice groserías.
Seguí escuchando hasta que las palabras claras de la blanca boca de mi mamá se fundieron en el negro, sucio y endemoniado lenguaje de la mujer que insultaba a los policías y soldados a toda mierda en una tarima de Rock al Parque en Bogotá. Cuando todo terminó, en pequeñas letras decía el nombre de la banda: Fértil Miseria.
Así, por esa sola presentación en Rock al Parque decidí recluirme y escuchar, sin compañía, varias bandas, entre ellas (las bandas), las que más me seducían y hacían retorcer mi cuerpo en las sábanas limpias eran las que producían ruidos más sucios, sonidos o temas donde las voces se mezclaban indiferentes con los martillazos de las baterías y los polvorientos rasgueos de guitarras destrozadas y eléctricas. Solo, siempre solo… terminaba el colegio a las 12 y 30 de la tarde, almorzaba y directo me metía a la pieza a escuchar (con audífonos) música punk: Fértil Miseria, Peste mutantex, I.R.A, Eskorbuto, G.P, Nirvana.
Una tarde me llegó una revista de Nirvana por medio de un primo. Le eché una mirada y no me detenía tanto en lo que decía sino en las imágenes que veía. Imágenes a blanco y negro, donde Kurt con Dave y Krist miraban la cámara, una foto grande, cubría todo el papel y las caras de los hombres reían… unas risas impostadas, tal vez irónicas, una calle en algún basurero de Estadnos Unidos y un container repleto de mierda al lado, y los tipos reían, y aunque al parecer el olor que desprendía la calle era ayudado por el sol, que era el foco de luz de la foto, el único foco de luz, los tipos lanzaban esas pequeñas sonrisas con dientes sanos y fuertes, y no sé…
No sé por qué pienso está mierda, pero algo en esa foto me decía que algo no andaba bien, y a medida que con los dedos como pies fui caminando las páginas y encontrando nuevas calles (fotos) me di cuenta que tenía razón, que dicha foto no estaba bien, que en realidad el de ojos claros, Kurt, no estaba bien de la jodida cabeza y que los collages que hacía eran una muestra craza de que su cabeza era un balde de miseria, una obsesión enfermiza con fetos y figuras alienígenas alargadas con dedos famélicos y ojos oscuros como quemaduras de cigarrillo sustituyendo las putas pupilas de carne que todo humano común tiene debajo de la frente para poder ver y no caerse, o para poder ver y constatar que los que dicen que la cabeza de Cobain estaba putamente jodida son los que realmente están putamente jodidos.
Al fin y al cabo, somos un feto, un miserable títere de carne que busca quebrar las cuerdas y volver a la casa resbaladiza, vientre, de nuestras madres. Ser un feto nadando en agua, volver al origen donde la muerte no era más que la desnutrición de nuestras mamás. En ese momento, con 15 años, aprobé con certeza mi destino, decidí no actuar, y si alguien me increpaba o un profesor me molestaba, diciendo algo sobre mi pálida cara y mis cejas rabiosas, simplemente le respondía:
―Quiere usted que me ría, yo no soy hipócrita, yo no me quiero reír porque no hay de qué reír, o simplemente todo es causa de risa, por lo tanto, omito la risa de mi vida.
Obviamente no respondía con esas palabras, tal vez lo sentía, y comenzó la época negra, donde me alargaban una mano, yo omitía una. Las palabras, también innecesarias, empezaron a borrarse de mi boca como labial de mujer al dar un beso contra una superficie carrasposa, una lija.
Una época en blanco. Al salir del colegio y con el aburrimiento dándome caricias en los testículos, el ano y el pene por las noches, decidí una tarde donde el sol horizontal cruzaba sangriento las cortinas desgarradas y claras de mi cuarto sacar un libro y leerlo.
Así empecé, leyendo por motivos de aburrimiento, y aunque me aburría leer era un aburrimiento más digno que el aburrimiento de la nada, de la masturbación y de las horas. Muchas tardes iguales. En una tarde igual a otras me leí La metamorfosis.
Y ahí me di cuenta que es más punk Gregor que cualquier beatnik hijo de puta adicto a la cocaína y a la marihuana y al alcohol y a la heroína como el viejo desgarbado de ojos desorbitados y prendas de vestir holgadas que aparece en fotos con Patti Smith y era asiduo visitador del CBGB: William Barrohugs.
Y el mutante (Gregor) me pareció punk, el tipo o la cucaracha o el escarabajo que un día después de un sueño desesperado se despertó y decidido, como un monje, aferrarse con sus patas al suelo de su cuarto y no hacer nada, ni por la familia ni por el estado ni por los judíos que morían en campos de concentración ni por los nazis que mataban judíos ni por los maricas que morían enterrados bajo toneladas de tierra por el sida. Aunque calculando bien, el bicho no vivió esa época, ni el sida ni los campos de concentración, pero sí vivió la tuberculosis y la llegada de la industrialización.
Kafka lo pensó antes que todos, si el sistema corre a 100 por hora yo diría que la mejor forma de contrariar el sistema no es agitando el sistema mismo sino de algún modo haciendo que una pieza del sistema deje de funcionar y se condene a la inacción. Esa sí que es una salida punk. Y Kafka, con Gregor, buscó el acto más anárquico, y lo encontró: la inacción.
Tirarse en un puto colchón y dejar que las cosas pasen como los carros hasta morir desnutrido sin producir nada. Y no es el mártir. Es el hombre que se hartó de vivir regido por estúpidas normas y se encerró, y para disimular su pereza se disfrazó de escarabajo, y mandó su familia con un papá trabajador y su mamá, una ama de casa a la mierda, y no quiso darle la plata a su hermana para las clases de violín porque sabía que todas las notas que salieran de las cuerdas se convertirían en monedas tambaleantes, dinero, plata, mierdilla cagada por ricos extraída de sus bolsillos y depositada en los futuros bolsos de cuero con costuras de seda virgen que tendría su hermana para no tener que llevar la plata en las manos.
Y el puto escarabajo no hizo nada y cuando lo quiso hacer los miembros de su amada familia lo corrieron a escobazos o le clavaron manzanas podridas en sus alas inquebrantables. Nadie lo comprendió, y ha sido el único puto Anarko de la literatura. Y el punk debería ser inacción, un sonido sucio siempre igual, una batería turbia, un bajo turbio, una guitarra turbia, una voz turbia, y ojalá silencio, ojalá silencio porque el silencio es la inacción del ruido.
Ahora me voy a tomar una pastilla. Y pueda ser que termine como Gregor, y no como su hermana, que baja del tren al final de La metamorfosis y sus padres están felices porque trabajará y ya tienen un futuro asegurado en el mundo de la acción. El punk es inacción, la verdadera anarquía es no producir ni sueño ni pesar. Y ya, ya es tarde, debo tomar mi pastilla y seguir sin hacer nada.