“La gente no entiende que lo que necesitamos para ser feliz, son las mismas cosas de la época de Sócrates”, José Mujica, presidente de Uruguay.
Con frecuencia se escuchan lamentos de las personas que dicen que el país y el mundo están podridos, que ya no se puede arreglar nada, y que gobiernan diferentes caras con los mismos apellidos. Los más afectados por este pensamiento, y lo más grave, parecen ser los jóvenes, y sin embargo, son quienes más comprometidos deberían estar para evitar sentirse solos y sin salida.
Los jóvenes siempre han sido designados como los Atlas de la historia del mundo: que su obligación muchas veces, sino siempre, es cargar con las soluciones a los problemas que se vienen dando. Y me parece importante desmitificar esto. Si bien es cierto que es complejo hacer que una persona adulta, o aun, una anciana, pueda cambiar su forma de pensar o actuar, es facilista y sinvergüenza tener que dejarle siempre el peso a los jóvenes. Es penoso e increíble tener que dejar las cargas siempre para los que no han nacido o apenas están en crecimiento. Juventudes significa entonces, ser un grupo de individuos que independientemente de su edad y experiencia, tenga conciencia de que con su cambio particular como personas y seres humanos, puede lograr en equipo y apoyo mutuo un cambio cada vez más general y estructural. Son juventudes también porque implica rejuvenecer la acción política que es la que predomina hoy: la de la desigualdad. La primera urgencia de estas juventudes a la que me refiero, es comenzar a participar con el ejercicio político.
El ejercicio político es cualquier acto de colaboración, trabajo o servicio entre individuos, que pueden crecer colectivamente. Actualmente, un acto educativo, por ejemplo, puede ser un acto político, pero casi nunca un acto político tiene un fin educativo. O como lo dice el periodista español, Paco Gómez Nadal: “Una sociedad política es aquella donde sus integrantes se preocupan por los asuntos comunes, por lo público. Ciudadanas y ciudadanos que participan de las decisiones que les atañen, que exigen y fiscalizan los cargos públicos, que tienen propuestas y quieren ser escuchados. Hacer política es participar en el diseño de las aceras de nuestra calle o en los presupuestos de nuestro Ayuntamiento; es ser activos en la asociación de vecinos o en la de padres y madres de un centro educativo. Hacer política es manifestarse en la calle, es opinar en público, es participar de una huelga o denunciar ante la justicia los pequeños –o grandes– hechos de corrupción. Si no somos políticos no somos ciudadanos” (ver artículo de Paco Nadal sobre la política).
Ahora que vemos qué es un acto político y por ende qué es política, es necesario recordar cómo fue su nacimiento. Comenta al respecto, el filósofo español Fernando Savater: "Los antiguos griegos, a quien no se metía en política le llamaron idiotés; una palabra que significaba persona aislada, sin nada que ofrecer a los demás, obsesionada por las pequeñeces de su casa y manipulada a fin de cuentas por todos. De ese idiotés griego deriva nuestro idiota actual, que no necesito explicarte lo que significa”. Es evidente entonces, que la práctica política actual y que se ha venido haciendo desde hace mucho tiempo en el mundo, en general, se distancia de lo que se pensaba en la antigua Grecia.
Hablando en el caso de Colombia, por ejemplo, los ciudadanos nos sentimos decepcionados por la falta de diálogo entre gobierno, Estado y ciudadanía; hay aburrimiento por la ineficacia de los procedimientos y los resultados utilizados para gobernar, dirigir y administrar. La corrupción, la censura, las persecuciones, amenazas y asesinatos, son los que nos tienen más descontentos, y sin embargo, la mayoría de las personas no hacen nada, ni hablan. Hacer un cambio implica tener que hacerle frente a una desaparición. Querer contar algo sobre lo que pasa, significa tener que ver de frente una pistola. Nos quejamos o no estamos de acuerdo pero muchas veces no hacemos nada para superarlo. Y sin embargo, parece contradictorio que frente a todo esto, los colombianos seamos capaces de levantarnos todos los días para rompernos el lomo. Para trabajar como animales y llevar el pan de cada día a la casa. Es contradictorio saber que a veces no se reclama o se denuncian las acciones de los representantes políticos pero seguimos con la firme decisión de seguir trabajando para nuestras familias y para aquellos que nos tiranizan desde el poder político y económico. El trabajar, por ejemplo, se ha convertido en una obligación casi ética y moral en el colombiano, y el que no consiga un empleo, es estigmatizado o rechazado. Qué fuerte contradicción la que tenemos y a pesar de todo, expone por ejemplo el senador del Polo, Jorge Enrique Robledo: ''yo digo que es difícil encontrar gente más paciente que los colombianos” (ver video de debate sobre política agraria y minera).
Para empezar a participar en política, hay que comenzar primero con uno mismo. Comencemos a liberarnos de los prejuicios: de que estamos viejos, de que no servimos, o de que solo los jóvenes pueden darle solución a los malestares que nos sofocan, porque eso solo legitima de manera descarada, que se siga dando la desigualdad existente.