Colombia ha estado durante años en guerra constante por sus territorios, a pesar de que se produce una solución que aparenta ser eficaz termina perdiendo su objetividad ante los diversos casos de violencia. El fin del conflicto armado con la guerrilla de las Farc, sellado en 2016, dejó territorios rurales completamente desolados, ya que esta guerrilla ocupaba una gran parte de estos,
Ahora bien, no obstante la coyuntura que el mundo atraviesa actualmente, los índices de violencia no cesan, más bien tienden a crecer. Durante las últimas semanas se han dado a conocer muchos casos relacionados con la muerte de líderes sociales, estudiantes y jóvenes de clase baja y media.
Se vive en un estado de impunidad, en el cual el olvido estatal provoca que la cultura de un país tan diverso y masacrado por el narcotráfico se ligue a la sangre y a la muerte, provocando así un territorio lleno de masoquismo y sin una lucha por la protección de la vida. En los últimos años Colombia se ha llevado el puesto como uno de los países con la tasa de mortalidad más alta en lo que comprende la violencia del conflicto armado.
Vivimos en un país donde ser joven es peligroso y donde luchar por los derechos de una sociedad que ha vivido bajo el dolor hace que peligre la vida. Vivimos en un lugar donde el sueño de sus ciudadanos es irse de su tierra a prosperar y llevar nuestra “sabrosura “para compartirla con el mundo, pero sin gozarla en nuestra propia casa.
A lo largo de su historia, en la política colombiana se han visto reflejados diferentes actos regidos por corrientes ideológicas y políticas que han provocado el desmorone de una patria y que han conseguido poder a través del manejo de masas y del poco sentido de pertenencia y educación.
La falta de ética y moral por la que atraviesan los diferentes procesos ligados al poder y a los entes de control genera una falsa esperanza y tranquilidad, provocando así una falsa seguridad democrática. La corrupción es un problema que va arraigado a la guerra que ha existido por más de 50 años en el territorio.
El país que sigue asesinando a sus jóvenes
Cuando no es la violencia la encargada de arrebatar las vidas, son nuestros propios dirigentes los que causan el deceso de una juventud que aspira a un buen futuro, un0 donde los derechos fundamentales primen y donde la sociedad no esté corrompida por el poder y la avaricia. Las advertencias lanzadas por órganos de control internacionales, como la ONU, son pasadas por alto por gobernantes de turno y de bolsillo, que aseguran y creen que esto es una situación normal.
Entre 2010 y 2018 nuestro país vivió más de 189 “homicidios colectivos” y entre 2019 y 2020 han ocurrido 34 hechos de esa naturaleza. Eso sin olvidar los 41 asesinatos de personas en proceso de reincorporación, los 97 asesinatos de defensores de DD. HH. y los 215 crímenes contra excombatientes que han sucedido desde la firma del acuerdo de paz.
Aunque este país dice tener una de las diez fuerzas militares más fuertes en América, ¿por qué estas permiten que estos hechos sean perpetrados? Aunque los hechos cometidos se le atribuyen a las guerrillas de ELN y a las disidencias de las Farc, los habitantes de los sitios donde han ocurrido los últimos sucesos aseguran que son fuerzas separatistas de las autodefensas (que se supone que habían sido erradicadas en 2005, en el período de gobierno de Álvaro Uribe Vélez).
Durante el mes de agosto se han reportado 6 masacres, un número que claramente refleja el crecimiento de los actos de violencia en 2020 en Colombia y que marca el comienzo de una guerra que prontamente empezará a reclamar más sangre de jóvenes inocentes.
Parece que hemos vuelto a la época de violencia en Colombia, donde las masacres eran constantes, las diferencias aplastadas y el temor no dejaba de estar presente en las familias de los territorios vulnerables del país.