Es un niño llegando a la adolescencia, con una historia de vida tan difícil como la de cualquier joven de estrato 1 o 2 de Colombia. Padres separados, padre adulto mayor y madre abandónica que creyeron que solamente deberían traer hijos al mundo, como consecuencia de una noche de licor y fiesta. Debe abandonar el colegio a muy temprana edad porque debe aportar en la economía familiar, junto con hermana. Conoce el hambre, la incertidumbre, el frío, el desprecio cuando era apenas un niño, al tiempo que debe conocer instituciones de "protección" que le tratan como un habitante de calle más o como un pobre huérfano que "tenemos que alimentar". Conoce el mundo de las drogas, como medio de escape al hambre y al frío de la calle o de su pobre casa de cartón. Roba para comer y, por su puesto, para seguir consumiendo.
Es padre a los 16 años y su compañera tiene 15. En su cotidianidad, comete el error de robar al familiar de un funcionario del juzgado, lo que implica que no tenga ninguna oportunidad, nadie lo escucha, lo asesoran para que diga que es culpable y que fue aprehendido en flagrancia, a sabiendas que por casualidad la Policía, en una requisa callejera, le encuentra un celular de "tres pesos" como dice el joven. En el mismo sitio se maneja un proceso por el delito de acceso carnal violento perpetrado por tres jóvenes de un colegio, en contra de una jovencita de 18 años. Este proceso lleva 3 años y parece que no va a pasar nada más. Pero al joven de nuestra historia, por robar a un familiar del funcionario del juzgado, le resuelven la situación en 3 meses y lo envían a pagar una sanción en un medio cerrado por un año y seis meses, sin pensar que el joven entregó el celular, sin pensar en lo que espera la víctima, sin pensar en lo que esperan las dos familias, los vecinos y amigos, sin pensar en que el joven quería pedir perdón porque cree que "la embarré".
No es posible creer en una justicia que parece inmersa en escándalos millonarios por los lados de las altas cortes, pero es peor lo que puede estar sucediendo en los municipios pequeños, en las jurisdicciones pequeñas, en tanto parece haber escandalosos momentos por cuenta de los amiguismos, familiares o por la compra de decisiones que, parece, nadie va a controvertir.
No podemos permitir que la Justicia Restaurativa siga siendo un marco para adornar las leyes colombianas, por el contrario deberíamos orientarnos hacia la verdadera reparación del daño emocional, afectivo, físico y psicológico, de manera que algún día podamos, en verdad, iniciar un proceso de perdón y un marco legal y legítimo para la paz.
