Preguntaba Pedro a Jesús: “Maestro, Santiago y yo no estamos de acuerdo sobre tus enseñanzas relacionadas con el perdón de los pecados. Santiago afirma que, según tu enseñanza, el Padre nos perdona incluso antes de que se lo pidamos, y yo sostengo que el arrepentimiento y la confesión deben preceder al perdón. ¿Quién de nosotros tiene razón? ¿Qué dices tú?” A lo que el Hijo respondió; “Hermanos míos, os equivocáis en vuestras opiniones porque no comprendéis la naturaleza de las relaciones íntimas y amorosas entre la criatura y el Creador, entre el hombre y Dios. No lográis captar la simpatía comprensiva que un padre sabio alberga por su hijo inmaduro y a veces equivocado. En verdad es dudoso que unos padres inteligentes y afectuosos se vean nunca en la necesidad de perdonar a un hijo normal y corriente”.
Algunos años después, el jurista consejero y prefecto del pretorio del emperador Alejandro Severo, Domicio Ulpiano, consideró acertadamente a “la justicia como la continua y perpetua voluntad de dar a cada quien lo que le corresponde”.
Y hace solo unos meses, fue nuestro presidente de la República, Dr. Juan Manuel Santos Calderón, quien, en el fragor de su discurso a la comunidad internacional, con ocasión de la firma de los acuerdos con las FARC, en la ciudad de Cartagena, afirmó que; “¡Esa es la liberación que da el perdón!”, refiriéndose al encuentro de los asesinos de los Diputados del departamento del Valle con sus familiares. Continuó el Jefe de Estado diciendo; “El perdón que no solo libera al perdonado, sino también –y sobre todo– al que perdona”. Y tan memorable fecha no podría haber concluido con una exhortación tan clara como que “Abramos nuestros corazones al nuevo amanecer; al sol brillante y lleno de posibilidades que se asoma en el cielo de Colombia”.
Tres períodos históricos. Tres discursos diferentes. Tres personajes diametralmente opuestos en su quehacer ideológico, político y moral, que exigen un análisis por separado, a fin de entrelazarlos en un solo discurso y comprender no las condiciones históricas en que se concebía el perdón, sino las intenciones reales y actuales de “concederlo” desde una perspectiva humano-política-económica-social.
El discurso del Hijo, visto desde una perspectiva meramente espiritual, exhorta en atención a un padre infinitamente amoroso, al perdón de los pecados en tanto el creador en su amor sempiterno, lo concibe como una de sus múltiples formas de relacionarse con sus imperfectas criaturas, en aras de permitirles un encuentro de comunión y alabanza perenne. Sin embargo, si se detalla minuciosamente el contexto histórico en que vivió Jesús, es probable encontrar otras razones a su respuesta:
i) La situación política de la época no distaba mucho de la nuestra. De un lado estaban los fariseos como ala derecha con una mentalidad eminentemente religioso-política y un nacionalismo arraigado hasta los tuétanos, que los hacía acérrimos enemigos de la poderosa Roma, además de jueces implacables de su mismo pueblo a quien atribulaban con exageradas cargas no solo tributarias, sino, especialmente morales en aras de poder alcanzar un perdón casi destinado exclusivamente a la casta de los grandes sacerdotes; y del otro, los saduceos como el ala liberal conformada por los aristócratas y terratenientes. Judíos que se beneficiaban del poder romano y las exenciones que les otorgaban, y que además por ese poder dado cohonestaban con las arbitrariedades del imperio, a más de ser un poco laxos en esa maraña de maromas ritualistas atribuidas al pentateuco.
ii) El contexto religioso estaba signado por un monoteísmo temeroso de un Yahveh, que se concebía como vengativo, guerrero y vigilante justiciero de las más absurdas reglas de comportamiento; además de no estar dispuesto al perdón, en contraposición con un politeísmo desbordado de los romanos que sumaban miles de dioses, incluso los que tenían como tarea el perdón de los pecados a través de intrincados e inexplicables ritos de compleja explicación en los tiempos actuales.
iii) Finalmente, aunque existían distintas vertientes como los herodianos, esenios, samaritanos y los gentiles, entre otros muchos, cabe resaltar a los zelotas o zelotes; grupo nacionalista “irregular”, que luchaba en la oscuridad contra el dominio romano, mejor conocidos como los “sicarios”, porque siempre llevaban consigo, un puñal al que denominaban “sica”. Ellos, los sicarios o zelotes, buscaban el perdón en el exterminio de los usurpadores de la tierra Santa, destinada solo a los judíos.
Es así que la explicación del Hijo, dada a sus discípulos, guardaba total coherencia con ese contexto histórico, misma que se encuadra con el nuestro sin desmerecer un ápice. Él los increpa diciendo; “…No lográis captar la simpatía comprensiva que un padre sabio alberga por su hijo inmaduro y a veces equivocado”, queriendo significar que es perfectamente posible la equivocación permanente del hombre, a la vez de una comprensión ilimitada del Padre por ese hijo en el error. Así mismo, sentencia que “En verdad es dudoso que unos padres inteligentes y afectuosos se vean nunca en la necesidad de perdonar a un hijo normal y corriente”. Aquí sí deja claro que, pese a esa comprensión, amor e infinita compasión por sus criaturas, no es necesario otorgar perdón al hijo que no se desvía del camino, al hombre que vive según los preceptos religiosos de la época, que no distaban mucho de las exigencias políticas, económicas y sociales. Es decir, deja claro que el Padre es todo amor, inteligencia y comprensión, distinto a como lo venían reflejando los rigurosos de la Torá. Y que bajo esa perspectiva, lo normal es que el hijo imperfecto no necesite del perdón toda vez que goza de la búsqueda de esa perfección.
Ahora bien, Ulpiano, jurista de una de las mejores épocas del florecimiento romano, sentencia a “la justicia como la continua y perpetua voluntad de dar a cada quien lo que le corresponde”. No es extraño que en el mejor momento histórico de gloria, riqueza, poder y crecimiento intelectual de Roma, precisamente un prominente jurisconsulto, sentencie de tal forma, no un derecho de carácter individual que difícilmente pregone que todo mundo tendrá y que nadie quedará exceptuado, sino todo lo contrario. Es decir, tal sentencia no puede predicarse como un avance significativo de los derechos de los seres humanos. Es precisamente un querer por mantener el poder, pues quienes tienen mucho “obviamente” merecen mucho; quienes poco tienen, poco o nada obtendrán y a quienes nada poseen, nada se les dará.
Pero ahí no termina la disertación humilde e incluso algo irresponsable de tan famosa sentencia. Trasladados al tema de la justicia, es claro que quien se equivoca, obtendrá lo que merece y no podrá anhelar nada diferente a la condena por lo que “le corresponde”. Aquí, en este estadio de la historia, en la Roma republicana, el perdón no tenía cabida por los errores cometidos, sobre todo cuando ellos iban en contra de los intereses del poder. Un ciudadano rico, reconocido, guardador de los intereses de Roma, no podría recibir sino riquezas y mucho más y mejor reconocimiento; entre tanto, quien atentaba contra esos intereses, por loable, justificada y apoyada desde el exterior esa lucha, no podría recibir sino el absoluto poder castigador de Roma. Por ello, ese “aforismo jurídico”, “Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi”, no es más que una sentencia de un pueblo que no admite el error y que lo castiga con todo el rigor de una justicia imbuida totalmente por el derecho, a la postre nuestro derecho.
Finalmente, nuestro presidente, en su discurso ante la comunidad internacional, trató de explicar un perdón basado en la liberación de las conciencias, bajo premisas de amor, comprensión y un contexto histórico político desligado del pacto social e imbuido de imágenes maravillosas llenas de un brillante sol, hermosas montañas y mejores amaneceres con cielos prometedores de un futuro mejor.
Ni siquiera el Hijo de Dios, concibió al perdón como una prerrogativa del Padre tan solo porque ama a sus criaturas, por el solo hecho de ser todo misericordia, por tratarse de sus hijos imperfectos. Todo lo contrario. Sin desligar ese infinito amor, entiende que es necesario cumplir como criatura. Como ser actuante, como humano que se interrelaciona con sus pares. Que es necesario respetar el orden impuesto, que es indispensable ser “normal y corriente”. Se entiende así pues que no es lógico ni obvio para quienes creen, que nos hayan soltado como en potrero para que hagamos, teniendo como fin el perdón total sin consideración a lo hecho.
Sin embargo, ahora parece que esa premisa precedente no aplica. Seguro se hace necesario violentarlo todo para acceder a las prerrogativas. Se invierte el aforismo de Ulpiano. No es necesario tener todo para que se nos otorgue lo mejor de la cena. De hecho, se hace apremiante ir en contra de la institucionalidad para lograr las mejores y más altas magistratura. Es preciso no ser “normal y corriente”, si lo que se pretende es lograr la mejor silla en el escenario colombiano.
Así pues, que Colombia y sus gobernantes, nuestros garantes del cumplimiento en el pacto social, no solo no lo guardan ni cumplen, sino que cual profeta investido de no sé qué facultades, va concediendo perdones y junto a ellos, violentando de forma flagrante ese pacto que ya no es de los colombianos, sino de los que en él tienen puestos sus intereses y anhelos futuros mediatos e inmediatos.
Hoy Colombia goza del reconocimiento internacional por un acuerdo que ni la comunidad global entiende y con toda seguridad, conoce de su inaplicabilidad en muchos acápites. Sin embargo, existe un chico malo menos en la aldea. Y ese lugar de su anterior accionar, permite la intervención financiera sin riesgos de pérdida. Y lo peor es que “nuestros políticos” se creen el cuento…o mejor aún, saben que es mejor así pues llegarán en el futuro cercano múltiples posibilidades económicas, no para el pueblo; para los inversionistas y los honorables y sabios legisladores que harán de su ejercicio inversor algo más amable.
Y gran parte del pueblo colombiano, se llena de gozo con esas palabras tan estremecedoras: “El perdón que no solo libera al perdonado, sino también al que perdona”. Pero cabría interrogarse sobre quién es el que perdona y qué liberación goza el perdonado. ¿Acaso el pueblo colombiano es tan ciego como para creer que es él mismo el que otorga tal prerrogativa que ni siquiera le corresponde? ¿Entiende el pueblo colombiano que la libración del que perdona (gobierno), corresponde a la de sus propias culpas? Claro es que Colombia tiene una historia gris, plagada de eminentes figuras que pretendiendo fungir de salvadores, se creen con el derecho de ir otorgando perdones y violentando la Norma cual boticario de pueblo recetando remedios a males menores del cuerpo.
El perdón: ¿es político?, ¿jurídico?, ¿social? ¿divino? o ¿simplemente humano? Creo que todos o cualquiera de ellos, pero es vital, necesario e imperante que exista un verdadero arrepentimiento y aceptación de las culpas, así como de las consecuencias. ¿Cuáles consecuencias? Las divinas serán resueltas en su momento si se cree. Las demás, lo que dicte el pacto social imperante no modificado cuando se otorga el perdón. De lo contrario, cualquier modificación precedente al perdón, está justificando el accionar histórico incluso del que perdona.