El año pasado, fue la primera vez que jugué al “amigo secreto”, me sentí tan ridículo como vaca con lentes de carey o como toro vestido con leggins de matador.
Los organizadores de la actividad me tomaron por sorpresa y no tuve la posibilidad de hacer una reflexión sobre por qué se juega al “amigo secreto”. Me acorralaron y me obligaron a sacar un papelito doblado en cuatro del fondo de una bolsa plástica. Ahí, en un rectángulo de cinco por doce centímetros, escrito en Arial 12 puntos, estaba el nombre de mi “amigo secreto”.
Luego explicaron una seguidilla de “pistas” para entregar al “amigo secreto”, que debían corresponder con el “día del dulce”, “del ácido”, “de la fruta”, “del amargo”, “de la galleta”, “de la broma”. En ese justo momento me pregunté ¿qué sentido tiene jugar “al amigo secreto” si yo sé con exactitud quiénes son mis amigos?
Me volví a sentir doblemente ridículo,
no como vaca con gafas de carey, sino como un ser atropellado por un rebaño
convencido de que uno puede tener amigos secretos
Ahí me volví a sentir doblemente ridículo, no como vaca con gafas de carey ni como toro con leggins de matador, sino como un ser atropellado por un rebaño convencido de que uno puede tener amigos secretos, como si se tratara de un sentimiento agazapado, oculto; clandestino.
Para este año, al llegar septiembre mes “del amor y la amistad”, globos rojos, flores rojas y papeles tornasolados, preparé bien mis razones.
Cuando se me acercó aquel grupo de asalto que iba repartiendo y entregando papelitos con nombres de amigos secretos, les dije que no iba a jugar más. La razón era lógica: “Sé, quiénes son mis amigos”. Mientras intentaban convencerme tuve tiempo de evocar las ideas del maestro Héctor Rojas Herazo, quien aseguraba que los enemigos en este país florecían todos los días por razones que uno jamás comprendía, que Colombia era un país en donde a la gente le gustaba hacer enemigos, incluso personas con las que él jamás se había encontrado, eran enemigos en secreto.
Pensé en la red social Facebook y en la manera en que redujo el profundo concepto de amigo a una idea cuantitativa. Era común ver a la gente, en los comienzos de Face… decir “Yo quiero tener un millón de amigos y así muy fuerte poder cantar”, como el tema de Roberto Carlos. ¿Para qué un millón? ¿mil? ¿cien? Si todos sabemos que los amigos son un par… uno solo…
El grupo de emotivos organizadores me preguntó qué proponía, porque no era solo criticar y criticar, que todo se hacía por la integración y les dije de inmediato qué pensaba: “Lo más lógico y hasta sano es jugar al “enemigo secreto”.
Alegaron, pero no lograron convencerme y se marcharon en busca de incautos en nombre de la amistad y la alegría.