Algún experto nos dice que aquí no habrá revolución; sin embargo, los reclamos persistentes por encima del miedo a la pandemia, nos avisan que estamos jugando con candela. Se hace necesario entender que los problemas que han explotado en el paro nacional son complejos.
No es fácil tal cosa; el mundo actual ha hecho de la simplificación una virtud; pero, un primer paso es estar dispuestos a ubicar nuestro sitio de observación de lo que está sucediendo, por fuera del nicho de interés y de comodidad particular que la vida nos dio.
Que cada quien siga defendiendo lo suyo, juega su suerte al desbordamiento impredecible del talante de una población que ya no aguanta una vida de necesidades denigrantes.
Desde esta alternativa de aproximación, se plantea la necesidad de que las dos visiones políticas, izquierda y derecha, o, derecha e izquierda (en el orden de mención que quieran), acepten despojarse del ropaje ceñido de sus ideologías, para acercarse sin filtros a los problemas madre del descontento y del malestar expresado en las marchas populares.
Continuar insistiendo en formular soluciones, desde los extremos del espectro ideológico, seguirá indisponiendo los espíritus, despedazándonos como sociedad, y dificultando el consenso.
En este marco metodológico, al escuchar con detenimiento las peticiones de los jóvenes marchantes y de los organizadores del paro, otro elemento se impone: la necesidad de entender que una es la acción para salir ya del apremio de la coyuntura, y otra, la de fondo, que demanda visión de país. Igualmente, esta última exige encarar con sinceridad la problemática estructural que desde tiempo atrás ha venido creciendo y que, hoy, con más costos, ha salido a flote.
Si bien los próximos días se irán seguramente en aterrizar una nueva reforma tributaria para recoger de otras fuentes los recursos que se requieren para atender la deuda y reactivar la producción y el consumo, más otras medidas en las que jóvenes, sindicatos e indígenas, puedan confiar, se insiste en que a la par comience a trabajarse sin dilaciones en esa salida estructural de fondo.
Contexto de la propuesta
En la última década y hasta el momento de la pandemia desatada por el covid-19, la economía arrastró un déficit de empleo oscilante al rededor del 10 %, prácticamente inamovible, producto de un aparato empresarial concentrado en actividades económicas de baja generación de puestos de trabajo.
Para el mes de abril de 2021, en medio de la pandemia, la tasa de desempleo fue de 15,1% (Dane). A 2020, el 63.8 % de las personas empleadas no ganaban más de un salario mínimo.
A esta combinación de cifras de desempleo y empleo precario se suman los 21 millones de personas en pobreza, completados con los 3.5 millones de colombianos que ingresaron a esta categoría en 2020, empujados por los efectos de la epidemia y expulsados de la clase media, equivalentes al 42.5 % de la población, como nos lo cuenta el Dane.
La principal demanda de los jóvenes, agudizada por el efecto pandémico, apunta a superar su frustración ante la promesa de un empleo que responda a las expectativas de vida, tras una carrera profesional, de sueños y recursos empeñados.
Ese empleo es cada vez más remoto. Cuando se logra uno, la calidad es mala y ni hablar del salario. Con similar padecimiento, sobreviven los colombianos de menor calificación académica, cuyo común denominador es pasarla mal, privados de los medios de manutención básicos.
Limitar los esfuerzos a recuperar la normalidad del mismo esquema empresarial que traemos desde hace décadas, y que a pesar de estímulos tributarios e insistencias, ha demostrado su incapacidad para generar los puestos requeridos, sería continuar apostándoles a mínimos de empleo, parecidos a los registrados hasta antes de la pandemia. Justamente, lo que la situación nos exige solucionar.
En esas circunstancias, surge una propuesta inusual para nuestro entorno económico contemporáneo, marcado por la mano invisible del mercado, de escasa generación de empleo, de macroeconomía hipercefálica, y renuente a considerar las bondades de la economía política.
Tal propuesta, si se quiere, se agarra fuerte de la mano del concepto de economía política como parte de la filosofía moral, concebido por el propio Adam Smith, el mismo de La Riqueza de las Naciones (1776), solo que esta vez leído sin omitir los postulados éticos en que enmarca su visión de la economía (González, 2017).
La propuesta
Se trata de formular la política de empleo y sistema productivo, consistente en la generación de trabajo, a partir del desarrollo de un aparato de producción sostenible y generador de riqueza.
Este aparato se centraría en las actividades de agroindustria, manufacturas y tecnología, que más demanden mano de obra calificada y no calificada, proyectadas a constituir el mayor porcentaje de una canasta exportadora de alto impacto en el PIB.
Además del ceñimiento de la actividad productiva a los lineamientos de conservación del planeta y de los seres vivos que en ella habitamos, en el marco de los objetivos de desarrollo sostenible (ODS) 2030, se motivaría a los inversionistas para dirigir sus inversiones de capital a los renglones económicos identificados dentro de esta política. Para ser atractivos, debe estructurarse un programa de beneficios tributarios temporales, sujetos a metas.
La fórmula de financiación de la nueva política, debe surgir de la discusión entre distintos focos de pensamiento económico, sobre las fuentes ortodoxas y no ortodoxas de los recursos requeridos. Debe tenerse en cuenta que se trata de invertir en el desarrollo del aparato productivo y no en gastos de consumo.
Crédito internacional, préstamos del Banco de la República, reservas internacionales (¡cuán anhelables resultan aquí recursos como los de la bonanza petrolera 2002-2014!) o, una combinación de estas fuentes, son alternativas que deben contemplarse.
Voltear la mirada hacia países que con visión autónoma, a partir de sus necesidades, y mediante la configuración de su propio modelo, alcanzaron niveles de desarrollo que hoy son admirados en el mundo, resulta esclarecedor para dar este salto. Noruega, Taiwán, Suiza, Alemania, y hasta la propia China, son claros ejemplos.
Combinar el diálogo programado con los líderes del paro y los jóvenes, con el aporte de conocimiento integral y calificado de la llamada Misión de Sabios 2019, convocada por el actual gobierno (en gesto parecido al de 1994), y expresado en documento reciente, con la ilusión de ser acatado, es una manera sugerida para sacar adelante el ejercicio que aquí se propone, alejado de polarizaciones y de juegos sucios al bien común. Esa combinación, se cuidaría a sí misma y salvaría la dificultad de la crisis de credibilidad de la institucionalidad restante.
Crisis de la que no saldremos si continuamos con la costumbre alegre de hacerle trampas a la democracia: cuando nos hacemos elegir; cuando ejercemos el poder de la representación, y cuando los representantes votan por decisiones públicas que traicionan los derechos de los representados que los eligieron.
*Comunicólogo graduado como comunicador. Especialista en Mercadeo Político y Opinión Pública. Magíster en Estudios Políticos.