Esta no es la casa de muñecas de tu sobrina. Es una imagen de la fachada de un edificio en Bogotá, creo que es Torre Central Davivienda. Cada una de esas ventanas parecen láminas de un álbum en el que se representa la vida de la raza humana. Lo que quiere decir que jugamos a la casa de muñecas con nosotros mismos.
— Será esta la sala de conferencias.
— ¿Y los baños?
—No hay porque esta casita de muñecas todavía no viene con ese paquete, aunque no es más que una cuestión de tiempo.
—Okay, pues si no hay baños, entonces yo coloco a este tipo en una silla giratoria, de las de súper ejecutivo. Mira qué bien fabricada está, ¡parece de verdad!
— Es que es de verdad.
— ¿En serio, pero no estábamos jugando?
—El juego y la vida se confunden. Ahora son los jefes de recursos humanos o los que están en la rosca los que ponen y quitan muñecos. Los muñecos somos nosotros.
— ¿Jugamos entonces a que suscribimos un acuerdo en donde ustedes los empleados gozaran de excelentes condiciones laborales?
—Me parece, ¡dale, juguemos!, porque las condiciones laborales hoy en día, o no existen o son papel mojado.
A mí particularmente me estremece observarnos a nosotros mismos a vista de pájaro y ver lo poco que hemos crecido. Los baños de las empresas son lo más parecido a los baños del colegio. Lo más triste es que ni siquiera necesitamos que Godzilla nos tome delicadamente por el cuello para colocarnos en una u otra habitación. Nos colocamos nosotros mismos, sin ayuda, como marionetas teledirigidas por una mente maligna. Hace años leí que Philip K. Dick, el prolífico escritor y novelista estadounidense de ciencia ficción, soñó que un día todos seríamos como la muñeca Barbie y su novio Ken. Pues creo que ese día ha llegado y es un martes cualquiera de nuestras vidas. A veces, un miércoles o un jueves, da igual, de un octubre cualquiera. A veces, de un noviembre. Da igual…