“Usted ha dicho que no habrá constituyente, pero ¿no será necesaria para poner en marcha algunos aspectos puntuales de lo que se acuerde en La Habana y que necesiten reforma constitucional?”, preguntó Semana al presidente la semana pasada.
“Se podría hacer por un acto legislativo que de pronto podría también crear una especie de ‘congresito’ que le dé desarrollo a algunas de las decisiones de los acuerdos”, contestó y, a renglón seguido, intentó matizar lo dicho. Que puede ser una combinación de las dos, que es una idea en abstracto, que no debe ser decisión unilateral, que podría haber participación de las Farc…
Que “tengo que ser prudente”. Oh, oh.
La metida de pata ya estaba echada, sobre todo porque lo que pasa en La Habana (Las Vegas de nosotros), se queda en La Habana, dicen. Ley habilitante, referendo, constituyente, congresito… ¡Adivina, adivinador!, cualquier conejo saltará de la chistera.
¿O será que las meteduras de pata en las que Santos es bastante pródigo son más bien ideas sonda que lanza, conjugando siempre el condicional que le fascina, para calibrar la opinión del público? Vaya usted a saber cuándo habla el gobernante empeñado en acertar o cuándo el jugador de póker experto en cañar.
Sea el uno o sea el otro, cuando habla rebaja sus niveles de credibilidad —parece ser más lo que omite que lo que emite— y alborota el avispero; no solo el de la oposición, que también y de manera obstructiva casi siempre, sino el de los políticos, los editorialistas, los miembros de la Unidad Nacional, los ciudadanos corrientes. Estos últimos, los que menos entienden e importan, a pesar de ser, según la Constitución, los constituyentes primarios,versión ponqué de la pedestre expresión: los electores potenciales. (A la pobre Carta de hoy día no es mucho lo que se le puede pedir, los estirones que ha sufrido desde 1991 la tienen con celulitis en la mayoría de sus 379 artículos).
Una especie de congresito… Con solo escuchar eso, ese domingo —bueno, en realidad lo leí, solo que esa voz atropellada la guardo en el oído—, me dije, al igual que muchos de mis compatriotas, seguro: Ay, caramba, la que se avecina. Una especie de congresito… (Y me acordé, esto sí en solitario, de la vez en que mi hija —tenía dos años y medio—, se puso brava conmigo y me soltó clarito un“¡jueputa!”; al ver que no me había hecho gracia, me abrazó y edulcoró la palabreja: “¡jueputica linda!”. ¿Cuál es la parte fea, mami: jue o puta?, me preguntó después.“Jue”, le contesté.)
Y preciso, a la mañana del lunes los informativos radiales se recalentaron. Aquí basta con aportar los ingredientes, el chisme se arma por añadidura. O el chismecito, en la onda de desescalamiento en la que estamos. Ahora sí que los eufemismos y los diminutivos que desde tiempos inmemoriales hacen parte de nuestra cultura idiomática –articulito, whiskicito, negocito, tierrita, reunioncita, platica- llegaron para quedarse.
Y para dorar la píldora. Es más melodioso al oído “jueputica” que “jueputa”, “congresito” que “comisión legislativa especial”, como salió a deshacer el entuerto presidencial, el dúo dinámico Barreras & Benedetti, los boy scouts del mandatario de turno.
Pero el asunto no es cuestión de semántica.
Ni es superfluo.
Es la evidencia de la poca importancia que, en general, le ponemos a las cosas los colombianos; de la falta de profundidad que, en general, nos lleva a convivir (contemporizar) con realidades vergonzosas. Con la corrupción, la impunidad, los carruseles, las puertas giratorias… Las minimizamos y poco las enfrentamos. ¡Para qué gastar tiempo en nimiedades! Hablamos con diminutivos porque pensamos y obramos así. Hasta que se crecen los enanos y ahí sí toca reaccionar a los batacazos. Por un tiempito, la memoria nacional también es pequeñita. (Decenas de avales sirven de muestra).
No es si no revisar la historia reciente para comprobar que, por décadas, el poder desestabilizador de la guerrilla fue subestimado en las altas esferas públicas y privadas. Miembros muy principales de la sociedad vendieron a los nuevos ricos obritas de arte, finquitas, casitas, antes de que soltaran amarras los orígenes de sus enchapes de oro. Conocidos ladrones de cuello blanco desfilaron por tapetes rojos aquí y allá. Los gobiernos de los últimos cuarenta y cinco años se rajaron con el campo. (“Falta todo por hacer”, manifestó el presidente Santos, una vez revelados los tristes resultados del censo agropecuario del Dane. Vergüenza ajena)…
COPETE DE CREMA: Y así, entre guerrilleritos, mafiositos, hijitos de papi y campesinitos, los ejemplitos se dan silvestres. Pero, gústenos o no, Colombia es la que es —tiene también, por fortuna, facetas muy destacables— y dedicarle un“¡jueputica linda!” no le hace daño a nadie. (¡Jue!)