La publicación en redes sociales de una fotografía que deja ver el lamentable estado de la Carrera Séptima de la capital colombiana —otrora Calle Real— después de realizarse la Media Maratón de Bogotá, despertó una discusión entre los que criticamos el hecho y quienes argumentan que en cualquier evento deportivo en el mundo, de características similares, ocurre lo mismo.
¿Lo mismo?, ¿que transcurran muchos minutos —incluso horas— sin que se recojan los desechos que los atletas dejan, también pasa en el Tour de Francia o en la Maratón de Nueva York? No, no es cierto, y eso que esta última es la ciudad más sucia de Estados Unidos; allí los miles de corredores botan los residuos en contenedores ubicados y, además, hay brigada antes, durante y después de la competencia.
Y es que las organizaciones de esas competencias, como las de muchas otras, tienen bien estructurado tanto procesos como métodos para generar el más pequeño impacto ambiental posible, en el menor tiempo.
Pero dejemos lo relacionado con limpieza y contaminación a los expertos en la materia; son ellos quienes saben si —por ejemplo— las alcantarillas de la ciudad están diseñadas para que vasos de papel y envolturas no se cuelen entre sus rendijas, especialmente si pasa algún tiempo y la lluvia arrastra dicho material. Mi objeto de análisis es el manejo de las comunicaciones, eso sí en el contexto de lo ambiental, frente a un incidente como este.
El asunto es, si se conocen con antelación las consecuencias que va a traer la hidratación y alimentación de los deportistas, y que puede generar una mala imagen —posiblemente una falsa percepción—, por qué no se diseña una estrategia comunicacional adecuada en la que se establezca, por ejemplo, una campaña pedagógica previa y durante el evento con la ciudadanía, para que esta no piense erróneamente y sepa que "así sucede en las grandes competencias del mundo". No se puede asumir que todas las personas lo saben; quienes trabajamos en cualquier ámbito relacionado con el manejo de información reconocemos ello como un principio.
O por que no implementar una campaña de sensibilización, como lo hacen en el Giro de Italia o en la Maratón de Houston, para que haya co-responsabilidad por parte del público presente y colabore recogiendo lo que dejan en los bordes de las vías quienes compiten.
En conjunto con otras áreas de la organización, como mercadeo o ventas, el plan de comunicaciones también puede incluir que se establezcan acuerdos con uno o varios de los patrocinadores para que existan soluciones de higienización antes de que el carro de la empresa de aseo pase —horas después—, tal como ocurre en otros lugares, no necesariamente de Europa o Norteamérica; basta mirarnos el ombligo y detallar lo que hacen en certámenes de este tipo en Medellín y, por qué no, incluso buscar una asesoría al respecto.
De no ser posible ejecutar las anteriores recomendaciones, lo mínimo que se debe hacer (digo "debe" y no "puede" porque es una obligación) es que en el trabajo de relaciones públicas con los medios de comunicación, desde textos en los boletines de prensa hasta mensajes clave de los voceros, se advierta sobre lo que va a ocurrir para que los miles de desprevenidos —como yo— no nos alarmemos al ver las calles como una escoria. No hay que esperar a que algún periodista pregunte sobre el particular en la rueda de prensa, como dijo en Facebook una persona estrechamente ligada a la organización del evento.
La invitación es a pensar estratégicamente en los diferentes aspectos que atraviesa la comunicación, en cualquiera que sea el evento de grandes magnitudes —no necesariamente deportivo—; solo así es más fácil evitar situaciones que vayan en detrimento de la imagen de una ciudad, de un certamen y de sus patrocinadores. Es importante considerar que el no establecer previamente algunos detalles, o esperar que sucedan las cosas para reaccionar, puede generar una situación de crisis reputacional.
Y por lo atractiva, por su fama en el exterior, por su historia, no queremos que eso pase con la Media Maratón de Bogotá.