Juego limpio en la política

Juego limpio en la política

El ideal democrático son las elecciones competitivas. Son ellas las que ponen en movimiento tres factores estructurales que son vitales

Por: Orlando Solano Bárcenas
noviembre 23, 2020
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Juego limpio en la política
Foto: Official White House

En materia de gobierno, lo ideal seguirá siendo la democracia perfecta. Empero, si ella no se facilitara, deberá por lo menos acercarse a la “poliarquía”, como la definiera Robert A. Dahl: “La democracia realmente existente”. El gobierno de varios o del gran número que le permite al pueblo participar en las principales escogencias, sobre todo en la de los dirigentes, a fin de resolver pacíficamente los diferendos del o por el poder. ¿Vive Estados Unidos en la actual coyuntura electoral una transición pacífica en la transmisión del poder?

Una democracia de calidad 

Una democracia de calidad debe permitir a los ciudadanos que sus preferencia sean atendidas equitativamente en la gestión de gobierno, empresa en la que se debe procurar que el régimen democrático cumpla las siguientes características: las decisiones de gobierno son adoptadas por representantes electos por la ciudadanía; las elecciones son libres y limpias; los representantes políticos son electos y removidos por medio de elecciones periódicas; el derecho a ser elegibles a cargos públicos es de casi todos los adultos; libertad de expresión; derecho a la libre organización; y derecho a la información. A esas siete características habría que agregar, siguiendo a Sartori, el respeto a los derechos de las minorías.

Una democracia de calidad exige la alternancia en el poder 

Reunidas esas ocho características, la democracia tendrá calidad y será apetecible por la ciudadanía. La tercera de estas aspiraciones —los representantes políticos son electos y removidos por medio de elecciones periódicas— puede ser completada o aclarada con esta otra: la alternabilidad o “alternancia” en los cargos de poder mediante el protocolo de traspaso de poderes por medio de la “investidura” en presencia o no del saliente, a fin de que este haga entrega del símbolo del poder —bastón o banda— y se dé la toma de juramento que cierra la ceremonia de “toma de posesión”.

La dificultad en los clivajes no autoriza a anular el disenso  

El proceso de construcción de la democracia de un país debe ser permanente, vigilante, prospectivo y desarrollarse esencialmente mediante el método eleccionario que es aquel que estimula situaciones extremas, agonales, eventos que expresan tensiones que hacen reaccionar temperamentos si no explosivos sí por lo menos diferentes y comprometidos con ideologías o con proyectos de sociedad no compartidos por todos. De la existencia del disenso surgen las crisis por “clivajes” que pueden traer en ocasiones luchas agrias por el poder y en otras la degradación de los comportamientos por fenómenos de corrupción, sectarismo, incivismo, traición, resistencia, revuelta o revolución y a veces por no querer darle cumplimiento a una de las reglas básicas del juego democrático ya mencionada: la alternabilidad o alternancia.

El bipartidismo puede ser altamente competitivo en situaciones de clivajes 

Es el aspecto agonal de lo electoral lo que obliga al investigador a hacer no solo diagnósticos sino también terapéuticas y prospectivas. En el caso de las recientes elecciones de los Estados Unidos de América “Trump-Biden” y antes en las “Bush-Gore” (500 votos de diferencia, aceptación pacífica de los resultados, entrega pacífica del poder) lo altamente disputado de estos dos eventos hace dudar a aquellos analistas que quisieran ver en las elecciones de regímenes abiertamente bipartidistas “pocas” disputas ideológicas, pocos clivajes y sí muchos “consensos” sobre lo fundamental como para no movilizar al electorado en elecciones muy participadas. Lo visto en las recientes demuestra todo lo contrario, un bipartidismo altamente competitivo y grandes temas que diferencian los respectivos programas.

Competir, el ideal democrático 

El ideal democrático son las elecciones competitivas. Son ellas las que ponen en movimiento tres factores estructurales: La estructura del sistema social en su estratificación y movilidad social, conflictos, grupos de interés, clivajes, antagonismos sociales (i); La estructura del sistema político en el régimen de gobierno, forma del Estado, modalidades de regulación de conflictos (ii); La estructura del sistema de partidos en el número, tamaño y tipos de partidos, las distancias entre ellos (iii).

Unas elecciones bajo aires de caudillismo 

Las elecciones de noviembre de 2020 de Estados Unidos se han realizado en un país desarrollado, rico, con gran movilidad social, con instituciones estatales y civiles muy fuertes, con grupos de interés (lobbies) muy organizados, con antagonismos en apariencia más raciales que sociales; al interior de  un Estado federal democrático, bajo régimen presidencial con equilibrio de poderes y mecanismos probados de regulación de conflictos; con sistema de pluripartidismo bipartidista muy caracterizado, de partidos fuertes e históricos, fundacionales, uno de ellos sometido a un caudillismo no acostumbrado, por lo menos desde Teddy Roosevelt.

Fantasmas del pasado, campesinos versus universitarios 

Todo eso bajo clivajes poco frecuentes cuales recrudecimiento de los conflictos por la seguridad social, el desempleo, enfrentamientos raciales, de inmigración y revisión de la historia estatuaria y de monumentos que no ocultan conflictos del pasado entre el sur esclavista y el norte industrializado, a los cuales habría que agregar los conflictos entre “rednecks” del agro y “scholars” universitarios.

Elegir para alternar  

Las elecciones competitivas en países democráticos como Estados Unidos deben ser un ideal por alcanzar puesto que ellas son hoy en día el principal factor de alternancia en el gobierno del poder ejecutivo, la renovación total o parcial de las cámaras y, según decesos o renuncias, en la estable rama Judicial federal.

Sin la necesaria alternancia se aleja la democracia 

Centrándonos en la continuidad indefinida en los cargos del Ejecutivo, tenemos que esa excesiva permanencia se asevera como un factor negativo y distorsionante para la democracia, dado el carácter personalista y autocrático que introduce. La alternancia democrática debe darse como una sucesión repetida y continua en el desempeño de un cargo por varias personas situadas en turnos. Esto —trasladado al plano del gobierno— se traduce en un desempeño sucesivo del poder por personas distintas, pertenezcan o no todas ellas al mismo partido político, según que esté establecida o no la reelección inmediata o mediata.

Poliárquico y alternante, características de un buen sistema político 

La primera fórmula es posible en Estados Unidos si se tiene en cuenta el sistema del presidente-candidato, con las consecuencias conocidas para el juego gobierno-oposición, de indudables ventajas para aquel. En todo caso, el sistema político debe ser no sólo poliárquico sino también alternante; es decir, que debe estimular o dejar sentado el principio de la rotación en los cargos no solo de las personas sino igualmente de los equipos de poder que surjan del o de los partidos triunfantes en coalición.

La alternancia es necesaria en república y en monarquías parlamentarias 

La alternancia en el gobierno se da en los distintos tipos de regímenes constitucionales republicanos, al igual que en las monarquías parlamentarias modernas. En estas, solo en el componente jefe del Gobierno a través del asunto de la confianza. En el caso de las dictaduras, la alternancia se da generalmente como resultado de un golpe de facto o como un cambio en las relaciones de poder al interior del partido único.

La cultura cívica democrática conduce a la alternancia 

La alternancia exige no solo la instrumentación del sistema de poder, sino también la creación de un hábitat o marco social que la propicie, siendo primer elemento de este medio ambiente —entre otros— la cultura cívica de participación democrática.

La alternancia en el poder exige elecciones libres y sin fraude 

La alternancia en el gobierno exige sistemas democráticos representativos con multiplicidad de partidos políticos —a partir de dos— que gocen del derecho de igualdad jurídica no discriminatoria, también pide que la lucha por el poder sea reglada por un régimen electoral que haga realmente posible la votación del o de los partidos en el poder y la de aquellos en la oposición. Es decir, un régimen en el que las elecciones sean realmente periódicas y libres, sin fraudes ni coacción.

Sin juego limpio se degrada la política  

La primera aplicación a un sistema político en crisis —como el de Estados Unidos hoy en día— debe ser la de implementar ciertos mecanismos que impongan, afiancen y estimulen el pluralismo político, algo adquirido desde la gesta de Filadelfia. Y como segunda, que se respeten los resultados de las urnas y se dé una alternancia pacífica en el poder a través de la entrega limpia y pacífica del poder. El Fair play político, es una real necesidad. Su irrespeto puede conducir a situaciones de tragedia en pueblos altamente armados. En el Tercer Mundo la reelección indefinida perturba la alternancia en el gobierno y degrada la política. Lo estamos viendo en algunos países de América del Sur en particular.

En Estados Unidos, reiteradas transiciones pacíficas 

En Estados Unidos desde 1801, cuando Thomas Jefferson derrotó a John Adams —segundo presidente—, siempre ha existido la transición y transferencia del poder de una manera voluntaria y pacífica. En la ya mencionada elección “Bush-Gore” el proceso de reconteo de votos duró diez días, al cabo de los cuales Al Gore concedió o admitió el triunfo de George W. Bush llevándose a cabo la entrega del poder “Clinton-Bush” de manera ejemplar y pacífica. Se resalta la gallardía de Gore en haber llamado al presidente electo para felicitarlo, como había ocurrido siempre en una democracia madura hasta en la difícil contienda “Nixon-Kennedy” donde el primero no solo aceptó la derrota, sino que felicitó al presidente electo.

La alternancia pacífica, casi un ius cogens  

Queda claro que la existencia de elecciones libres, periódicas y sin fraude es la garantía de la alternancia en el mando como lo demuestra su exigencia y consagración en textos constitucionales, en numerosos textos del derecho internacional y, sobre todo, el carácter de imperativo ético-político que ha sido consagrado por la práctica y la teoría democrática universales.

¿Subdesarrollo político al interior del desarrollo socioeconómico? 

Entre poliarquía y nivel de desarrollo socioeconómico, existe una correlación positiva: a mayor desarrollo socioeconómico, mayor desarrollo político. El liberalismo político parece coincidir con las grandes zonas de industrialización. A su turno la dictadura parece coincidir con las zonas de autoritarismo y subdesarrollo socioeconómico. Estados Unidos es hoy por hoy el principal representante del liberalismo político gracias a su desarrollo socioeconómico y es líder del primer mundo por sus instituciones políticas liberales: elecciones disputadas, pluripartidismo, respeto a la oposición, debates parlamentarios libres, alternancia. No obstante, por lo visto hasta ahora la alternancia se asevera algo cuestionada en la entrega pacífica del poder lo que está dando una imagen o sensación de subdesarrollo político al interior del desarrollo socioeconómico norteamericano.  

En efecto, casi que estamos presenciando un evento tercermundista de renuencia del derrotado en las urnas a entregar el poder. O, del propósito de dejar flotando una sensación de fraude que podría anunciar tiempos difíciles en el futuro inmediato de una gran democracia. El candidato perdedor en una elección naturalmente que tiene derecho a presentar todos los recursos de ley para impugnar los resultados, solo se le pide visos de credibilidad a sus alegatos. ¿En la coyuntura actual los hay?   

Un mundo en vilo  

El irrespeto a las reglas de juego de la democracia aumenta la violencia política, la conflictividad y el clima de guerra civil deviene medio ambiente propiciatorio para la inmediata ingobernabilidad. El mundo democrático ve con preocupación y hace fuerza para que la sociedad consensual norteamericana no se transforme en una sociedad conflictual por obra y capricho de desconocer que “saber perder” es también de grandes hombres.

Preguntas necesarias 

¿Rasgos de personalidad autoritaria, a la manera de Theodor Adorno? ¿Problemas de socialización política en la tierna infancia, a la manera de Jean Piaget? O, simplemente carencia de formación cívica en areté, cortesía y buena educación? Lo veremos próximamente. 

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