Al dedicarme su libro “Esa pausa del viento”, Antonio Zibara escribió: “ Ignacio: dicen que el viento todo lo arrasa, pero en este instante hace una pausa para pensar en la metáfora o la palabra que se escucha en el silencio”. Es decir que nuestro siempre recordado poeta puso a pensar prioritariamente en la metáfora, no solo al viento sino, y con mayor razón, a quienes leyéramos o escucháramos su poesía o nos atreviéramos a pergeñar versos.
Alguna vez escribimos que su obra poética es en sí misma un borbollón de imágenes, paradojas y síntesis que en veces dificulta el entendimiento de sus poemas, hasta el punto que para algunos se tornan ininteligibles. Pero aprensibles o inasequibles, sus imágenes tendrán siempre el aliento puro de la belleza, como lo veremos en este pequeño trabajo que presentamos en honor a la memoria poética del eximio e inolvidable Antonio y en el cual nos deleitaremos con algunas de sus metáforas libremente ligadas.
“En raíz de sombra”, un poema que dedicó a Luis Cardozo poeta guatemalteco que siempre estuvo en las citas de Zibara,” la luna entraba por la puerta y alrededor los grillos lamían la luz de los cerrojos” y la “llaga del sol en los andamios”. Venía, “envuelta en sábanas de cobre, con un güipil de antorchas en extensión de humo y tenía una cicatriz de naipe en sus muslos de algas soñadoras”. Luego de esta descripción, el poeta le canta a su “hermano envilecido y masacrado, al volcán hundido en la montaña, a la espesura del sol que contamina los labios del banano” y en un crescendo prodigioso canta “al colibrí, astro caído en palos de la música”.
En “Adolescencia”, el poeta se recrea en la visión de una muchacha a quien “le parece suficiente poseer dos pechos con los que abre la llave y desafía el horizonte”. La ve saltar “antes de espolear la ventana…, saltar la historia de este país y un muladar que ofende a las estrellas.”
Vemos en su pequeña “Caricatura”,” paredes descosidas del invierno “en las que “la puerta interroga… espacios oscuros de silencio”. En “Clave”, el amante dice a su amada: “en cada puerta siento tu llegada”, “parece que vivieras en el misterio de una llave.”
En “ciudad de los ausentes”, poema que dedicó a Constantino Kadafis, observa que “ los paraguas deslizan gotas de sol” y Zibara inquieto se pregunta a dónde irá esa “multitud solitaria en el tren de las calles” y con rotundidad responde que “tiran hacia abajo, se prestan a la nada.”
En “Vestigios”, “el cielo acicala insectos en la yerba”, en tanto que “un manojo de llaves gesta silencio y soledades”. En“Ondulaciones”, dice a July que le recuerda “al cuerpo de algún antepasado saturado de silencios”.
En su poemario “Lomo del viento”, intenta descubrir que “debe ser el candor de paloma en tus senos lo que vierte en la fuente claridad rumorosa, ecos del silencio”. Desanimado observa a “generaciones ahogadas en una gota de tinta”, a “ciegos que se duchan en la puerta de un museo” o “arden con su vaho en el papel del viento”. Se duele de ver a “Moctezuma en su lecho de cenizas que alza piras con estertores de silencio”; a “hombres con calendario ficticio… sin hallar más promesas que las del viento apareado con el agua”, o la promesa mentirosa de “cruces de madera en surtidores de aire”. Creo que se reconcilia esperanzado consigo mismo, al ver a una muchacha como una “página en blanco del verano”, a los “árboles que atisban un pájaro en el alba” y a un lagarto, “antigua leyenda en el silencio fatigado de las piedras.”
En “Ruta perpleja”, el todo pierde su origen “bajo la cáscara del viento grisáceo”, en las plegarias de orín de las calles, en “la inmensa desazón de los tejados”. Denuncia que “Este país es una mano deshecha…espectro que descuelga sus huesos en la humedad…barca de sueño, remo de tambores por la luna”, país al que no le permiten la salida, entre otras cosas, ni “la marea escalando tapias destellantes del lenguaje” ni “el cuerpo sanguinario de la espuma encadenado a las sílabas.”
Para lograr el diseño de un vestido, Zibara hace gemir la tela y “convoca tijeras”. Para este poeta alucinante, calificaría yo, es “con mudez de polvo zodiacal o sombra casual en las pestañas”, como se produce la reflexión dentro de un monasterio en el que se escuchan “extasiados murmullos, eco en Las piedras… gritos de sombra bajo la cruz de la escalera”.
Y qué decir del ciempiés que libera su rencor “con el pecho en la espalda”, o de la piedra que “decide arremangarse en el musgo”, ¿o de la primavera que toma sus colores “bajo el fragmento de peces en el agua”? ¿Qué decir de los “párpados del sol en el jardín”, de “el fondo rígido de un árbol que sueña el viento o la semilla”, del “canto asimilando el piso” de una casa? Antonio nos diría que son un vuelo de nubes antes de soñar el tiempo”. Mas creo que ni siquiera él podría explicarse el milagro de que en una naranja que cae sobre el pavimento, “estalla un pequeño sol sin crepúsculo.”
Espero haberlos entusiasmado para volver a leer a Antonio Zibara con nuevos ojos.
Cali, l7 de noviembre de 2022.