Por estos tiempos es tendencia Alejandro Riaño, quien corporiza al gomelo Juanpis González. En una entrevista concedida a Blu Radio el actor habló de la construcción del personaje y explicó que se nutre de sus experiencias personales con la gente de alta estratificación social. Dijo que en su juventud le apenaba decirle a sus compañeros que su papá vivía en Bosque Izquierdo, zona centro de Bogotá, e inventaba todo tipo de artimañas para pertenecer.
El chiste empieza con que Bosque Izquierdo es una zona muy apetecida en Bogotá y el señor no simula ser gomelo, realmente lo es. Personalmente sigo cada una de sus publicaciones y considero que es bueno en lo que hace, tiene gracia, es ocurrente y dice cosas que en este contexto aporafóbico muchos piensan pero pocos se atreven a decir. Esa es la manera en que funciona el chiste, Sigmund Freud ya lo explicó: se alude al reservorio de cosas que reprimimos en aras de la “sana conviviencia”. Finalmente, es un dispositivo poderoso y socialmente aceptado.
Escribo esto porque asumo que quien se expone públicamente está dispuesto a recibir halagos y críticas. En lo personal, últimamente me han causado escozor ciertas declaraciones de Juanpis González, sobre todo por el eco que empieza a tener en la gente. No es que los artistas tengan que plegarse al gusto de todas las personas o asumir un papel mesiánico frente a la sociedad en que viven, pero me parece fácil burlarse de los históricamente vulnerados y ponerse de lado, “aunque sea en chiste”, de lo que promulga el mainstream. Colombia está plagada de alusiones abusivas a los pobres, los negros, los indígenas, las mujeres y la comunidad LGBTI. De hecho, las pujas por el derecho a su dignidad han costado vidas y es innegable, como lo demuestra el actor, que hay un sector importante de esta sociedad que se esfuerza por extirpar a la otra parte en una lucha de clases perenne.
Mientras escribo esto recuerdo las protestas contra el Soldado Micolta, ese personaje que durante muchos años hizo mofa de la población afro reavivando el blackface y destilando ignorancia. Las reclamaciones por parte de la gente estaban bien argumentadas y el personaje tuvo que mejorarse. Soy partidaria de las reivindicaciones sociales y si bien hay que aprender a reírse de uno mismo, también hay que tomar conciencia de los dispositivos con que se instaura la desigualdad. Por cierto, ¿nadie ha cuestionado a Juanpis González por la estratificación social a la que realmente pertenece el actor?
Echo de menos a Jaime Garzón, ese grande que estaba dispuesto a no caer bien, el que no se burlaba de los de siempre, sino que los empoderaba a través de personajes con matices que estaban enterados más que nadie de la dinámica nacional porque la vivían en carne propia como carne de cañón y se parecían a la gente del común. Alejandro Riaño indica que las reflexiones debe hacerlas la gente en su casa, y una pensaría que así es, que después de la risa viene el análisis, pero lo que está aflorando es el síndrome Doña Florinda: “gente que vive en barrios obreros, pero se identifica con la clase alta del país porque anhela ser como ellos y odia la política social, aunque de noche tengan que raspar la olla” (esta descripción la extraje de un meme con el que me topé en Facebook y pienso que clarifica bastante bien lo que pretendo decir). Yo no pagaría por ir a un show de Juanpis González, él solamente se está congraciando con el poder hegemónico porque eso no representa riesgos y la mayoría de personas quieren identificarse con eso. Renuncio a los chistes fáciles y a la risa cómplice que lastima y discrimina. Yo quiero artistas que me saquen de la zona de confort, que me hagan pensar, que me ayuden a cuestionar. Para reírse de los pobres basta con ver la realidad nacional. Por eso yo quiero incentivar a otros artistas para que salgan al ruedo como Jaime Garzón, que nos ayuden a reír pero también a sentirnos orgullosos y dignos, porque se necesita más alegría y mejores niveles de conciencia. Lo que nos entretiene da forma a nuestra percepción del mundo.