Juanita no debió morir así. Con el bolígrafo entre mis dedos me pregunto si debería escribir esto. Si me corresponde a mí contar esta historia y si mis letras lograrán dignificar esta desesperación.
Juanita no debió morir así. Recuerdo hace un par de semanas sus dedos diestros escarbando mi cabello y yo pensando: ¿pero qué busca?
Juanita no debió morir así. ¿Por qué tuve que conocerla justo antes de su muerte?
Juanita llegó a mi vida un miércoles en la tarde. Yo estaba leyendo a Andrés Caicedo en el bar del flaco y la veo sentarse sola y cruzar una pierna puntuda y apretar sus labios en la mesa del frente. Bajo mis ojos y leo la página 74, segunda frase, en Que viva la música: "los labios son carne floja". Le hago una vieja señal al flaco, cierro el libro y me cambio a su mesa. Ella sonríe y me clava la mirada mientras el flaco aparece con dos cervezas frías.
Juanita no debió morir así. Ese día, una tras otra las cervezas nos lavaban las gargantas. Sus palabras embriagaban. Cinco cervezas después y ya sentía sus dedos en mi cabello. Yo le susurraba mis historias a centímetros de su cuello aspirando fuerte, con la respiración agitada. El flaco me llama a la barra, quiere cerrar ya. Le pido una cajetilla de cigarros y salimos a la calle. Ella me agarra la mano y vuelvo a pensar en esa destreza de sus dedos que ahora parecen abarcar toda mi palma y envolver mi brazo. Caminamos.
Juanita no debió morir así. Se sube al taxi y voltea su cabeza para despedirme, yo manoseo un papelito con su número en mi bolsillo. Mediodía del jueves y su voz me responde del otro lado. Dos días después la espero en el aeropuerto y las manos me sudan. Recuerdo a una muchacha sin cara criticado el sudor en mis manos, anhelo más que nunca la destreza de sus dedos.
Juanita no debió morir así. Los siguientes días viajamos juntos, su pelo se salía del casco. Pensé en mi tío cuando giré una curva peligrosa por Boyacá, pero me distraje al sentir sus dedos apretando mi cintura. También pensé en mi abuela muerta al morder unas fresas y recordar la maleza viva sobre su huerto abandonado. La perra vida me orinó de nuevo, pero yo sentí que tenía algo de que agarrarme. Vimos caballos y lagos empozándose en la boca de un volcán. Estrellas donde no debían estar y diminutas bacterias bioluminiscentes iluminando las arenas.
Juanita no debía morir así. Los pasos al cementerio me pesaban. La música retumbaba en mis oídos. Sin embargo, sus piernas enclenques parecían sostenerlo todo.
Y llegó el día. La sorpresa de su muerte me alcanzó un viernes en la mañana de camino al trabajo. El flaco me lo dijo a penas me vio: —"¡No estaba muerta, estaba de parranda!”. El solfeo espeso de sus labios me salpicó entero. Sus babas me cubrían. Yo pensé en el martes aquel que desapareció y los siguientes días de angustia. Mis amigos tenían varias hipótesis. La mierda de tener amigos científicos: —parce, se fue a la sierra, allá la única señal que llega es la del radar de los aviones que tiran glifosato; —yo conocí una pareja de amantes en Chile que decidió escaparse juntos y él nunca llegó, porque horas antes de su encuentro al pobre le dio un ataque al corazón. ¡Fuck!, la realidad se burlaba nuevamente del bullying que me hacía la vida: "¡No estaba muerta, estaba de parranda!”.
Juanita no debía morir así. Nuevamente el flaco: —Ya, tranquilo, compadre, estaba era pasándola rico. Y fucking flaco que me sirve los mejores tragos para ligar, se para de repente, se acerca con sus moneditas a la rocola y presiento lo que viene. La cachetada a veces viene sin carne. Pone música, primero un Galy Galiano bebiéndose su recuerdo. Luego un Rolando Laserie cantado el muerto vivo. Y las palabras del flaco todavía en mis oídos, sus babas espesas en mi vida.
Juanita no debía morir así. Pero murió un viernes y el flaco ya no quería darme más alcohol. ¿Pero cómo no. mi flaco? ¿Cómo no después de escuchar la garganta ronca del Joe Arroyo silbar cuál cotorra un sabré olvidar mujer?
Juanita no debía morir así. Pero murió. Amores de verano, diría la Nancy, esa que sigue buscando el amor. Mora verde del jardín que te destroza la boca. Adiós, Juanita. Adiós. Nuevamente reconozco que no todas las historias deben tener un buen final.