Tal es la magnitud y profundidad del ataque emprendido por Juanita Goebertus contra el gobierno Duque que la ha elevado a la categoría que hubiera pretendido nada menos que William Shakespeare.
Comentemos un poco. En efecto se ha dicho que la frase más trágica que haya producido jamás el gigante poeta de Stratford-upon-Avon fue: Y no podrá tener hijos.
Sobre esto comenta Harold Bloom en La invención de lo humano: “Freud, más con Macbeth que con Hamlet, dijo que la maldición de no tener hijos era la motivación de Macbeth para el asesinato y la usurpación”.
“De todos los protagonistas de Shakespeare Macbeth es el menos libre. Como insinuó Wilbur Sanders, las acciones de Macbeth son una especie de precipitación hacia adelante: “Precipitarse en el espacio”, lo llamó Sanders.
Todas estas frases, luego de pensadas, le caen como anillo al dedo a Duque. Algunas caben dentro del infame y criminal tratamiento que le dio al paro nacional. Y lo dijo el Comité Internacional de los Derechos Humanos. Duque habría cometido un crimen inusual e inédito: el oportunismo pandémico. Intentó usar la pandemia para introducir su más nefasto neoliberalismo. Lanzó a la gente al paro, creó los vándalos, y luego le achacó un incremento en el número de muertos.
Y cómo las recoge Juanita Goebertus. Casi con asco dice: “A mí me da mucha tristeza oír al presidente Duque, preso del espejo retrovisor, a meses de terminar su mandato ante la ausencia de un legado propio y todavía dedicado a justificar, ante la comunidad internacional, sus diferencias con el anterior gobierno”. Y luego le señala una retahíla de equivocaciones a cual más protuberante.
Es esa ausencia de legado propio lo que haría de Duque un paciente exclusivo para el Freud que interpreta a Macbeth. Y le coloca banderillas negras: ese puntillazo de “dedicado a justificar (…) sus diferencias con el gobierno anterior” develan una contradicción antagónica, pues Duque resiente ser inferior a Santos cuando habría elegido, más bien entresacado a dedo, para que lo superara. No habría sido ni siquiera buen títere. Y por mirar hacia atrás lo persigue una estatua de sal.
Aquello que diría su señora madre en el Hotel Tequendama ante la audiencia de la victoria: Duque es Duque y Uribe es Uribe, no se cumplió. Nos entregaron un lodazal de identidades. Todo lo que pudiera llevarlo directo al diván de Sigmund Freud.
De cómo Santos fue superior a Duque la señala Goebertus así: (…) “Durante el proceso de negociación logramos la tasa más baja de homicidios en 40 años; los secuestros disminuyeron un 70 %, los ataques a la infraestructura en 81 % y los asesinatos de miembros de la fuerza pública en 92 %”.
Eso versus lo de Duque: “El resultado es que entre 2018 y 2020 crecieron los homicidios de líderes sociales en 29 %, las masacres en 175 %, los accidentes de minas antipersonales en 144 % y los desplazamientos en 24 %”.
Y remata: “Urge poner en marcha cuanto antes una reforma en materia de seguridad que nos permita recuperar su efectividad y la confianza de la ciudadanía”.
Y es que antes ha dicho: “Es correcto. Una de las cosas más sorprendentes de esta administración es que a pesar de ser de derecha, ha fracasado, de manera contundente, en su política de seguridad”.
Esto claramente quiere decir una de dos cosas: ni siquiera fue capaz de restablecer la supuesta seguridad democrática si hubiera seguido el hilo de ser un buen títere. También podría explicarse diciendo: si la seguridad democrática se develó como la puesta en escena de 6.402 falsos positivos, como política de Estado, quiere decir que su intención títere no pudo cumplirla porque el acuerdo de paz de Santos se lo impidió. Es decir, con cara gana Santos, con sello pierde Duque. Se queda sin legado. Un gobierno estéril. Sin testosterona. Lo cual ha sido más que evidente.
Juanita desnuda a Duque. Si una política de seguridad democrática sí se puede, entonces ¿por qué no se puede?
La respuesta es contundente y de este tamaño: de no ser con falsos positivos la seguridad democrática de Uribe jamás se pudo haber implementado. No es la aplicación de la ley; es el procedimiento del terror con lo que se identifican. Santos les tumbó el pretexto, les descuadernó la guía estratégica de su macabro ideario.
Esto quiere decir que Duque ha demostrado hasta la saciedad, cuando debería haber hecho lo contrario, que Santos gobernó mejor que Uribe.
Y eso le sabe a cacho a todo el uribismo recalcitrante. No pueden con esa enjalma. Corcovean como caballo cerrero que no se deja montar con pocillitos llenos de tinto en la cabeza del galán.
Y esa percepción ya cabe dentro de las toldas uribistas. La misma periodista Cecilia Orozco nos deja entreverlo en su pasada entrevista cuando Gabriel Santos contesta: “Es curioso: si hay algo que pueda unir las bases del partido en este momento es la desilusión con el gobierno del presidente Duque. Hay casi unanimidad en reconocer el incumplimiento de las promesas de campaña, el mal gobierno y su mala ejecutoria pública”.
El mismo Gabriel alardea que tal concepción ataca a Duque tanto por el flanco derecho como por el centro. Y no le deja presa buena.
Si Duque no puede tener hijos, el Centro Democrático no elegiría un nuevo presidente de sus toldas. Su bancada es estéril y sobre todo debido a su jefatura nunca sería rizomática.
Eso estaría diciéndonos que una ola de terror podría arreciar en Colombia. Dejar crecer las tasas de homicidios, como denuncia Goebertus que sucede, deja de ser una incapacidad de gobierno para convertirse en un pretexto, o en una táctica. El gobierno pasa a ser un falso positivo total: en vez de gobernar desgobierna para instaurar otro desgobierno peor.
Ojo: se cumpliría la visión de Wilber Sanders arriba anunciada: este gobierno, cual Macbeth, se precipita hacia adelante.
Dejar que creciera la disidencia Farc no es solo torpedear a Santos; sería el intento de reinstauración del modelo que les permitía seguir haciendo política. Reinstalar la guerra da pie para mucho más neoliberalismo.
El neoliberalismo, según Byung Chul Han, no sería ni siquiera una ideología para ser un montaje histriónico. Lo probó su líder máximo sido Donald Trump. Duque estaría demostrando que el neoliberalismo alcanza los niveles del clown.
El terror devendría como una manifestación quintaesencial de la suma depresión del clown de no tener hijos o, por lo menos, de no tener quien celebre su macabra puesta en escena.