Recientemente tuve el privilegio de conocer a Juanita Goebertus. No obstante, desde que se anunció su candidatura a la Cámara de Representantes había escuchado a algunos de mis profesores más queridos resaltar sus cualidades académicas y técnicas, por un lado, y su ingenio y creatividad, por el otro. Para describirla utilizaron adjetivos como genial o asombrosa que, proviniendo de respetados académicos, especialmente conscientes del valor de las palabras, me impulsaron a investigar sobre esta mujer de cualidades tan especiales.
Para su edad, Juanita tiene una hoja de vida robusta que incluye importantes méritos académicos, como ser becaria de Fulbright, combinados con experiencias laborales excepcionales, especialmente por su trabajo en la Mesa de Negociación de la Habana y como Alta Consejera para la paz del excomisionado Sergio Jaramillo. Como ella relata, estos trabajos eran retos de inmensa envergadura que parecían, en un principio, caminos imposibles de recorrer pero que con trabajo, rigurosidad y creatividad, se fueron amansando hasta volverse transitables.
A mi modo de ver, además de su indudable preparación, la clave de estos logros es la capacidad que tiene Juanita para, como dice el adagio popular, “ponerse en los zapatos del otro”. Sin embargo, a diferencia de otras caras de la política, cuando Juanita calza zapatos diferentes a los suyos, no surge en ella una sensación de superioridad y desagrado sino que, por el contrario, prima una actitud de respecto. Esta virtud, tan característica de las personas sensatas, le ha permitido convertirse en una constructora de puentes, con la capacidad de buscar puntos de convergencia entre declarados enemigos, como lo eran el Secretariado de las Farc y el gobierno de Juan Manuel Santos.
Tal vez por esto, por su capacidad para construir puentes y llevar sus fuertes convicciones políticas a través del camino de la sensatez, es que Juanita es calificada por algunos como “tibia”. Sin embargo, yo no veo en ella una falta de convicción, por el contrarío su capacidad para encontrar puntos en común antes que puntos en contra, es la más clara expresión de un valor político que es poco conocido en un país como el nuestro, el respeto al otro. Lastimosamente, este valor es tan ajeno a nuestra cultura, que tiende a ser interpretado por muchos como una debilidad o como una falta de criterio, cuando en la práctica es una enorme virtud que tiene la potencialidad de redefinir la forma como hacemos política en Colombia.
A sabiendas de esto, cuando la conocí tenia una imagen favorable de ella. Sin embargo, a pesar que no tuve la fortuna de mantener una larga y gratificante conversación, las pocas palabras que cruzamos, mediadas por una sensación de compañerismo y optimismo, fueron suficientes para comprender su valor en un país tan polarizado como el nuestro. La historia nos indica que el éxito de una transición está ligado a la capacidad que tiene la sociedad para tender puentes de diálogo entre sectores políticos opuestos y estoy convencido que Juanita, como ya lo ha hecho antes, puede cumplir con este papel en el nuevo Congreso de la República en donde tendrán asiento, como nunca antes, antiguos contendientes que otrora marcaban la pauta al ritmo de los fusiles.
En este contexto dominado por la polarización, una apuesta política como la que representa Juanita es una oportunidad para romper con el falso dilema del todo o nada que hábilmente, a través del discurso del miedo y el odio, se cierne sobre la ciudadanía, abriendo las puertas a la sensatez de la técnica y las posibilidades del dialogo.
