La foto evidencia lo mucho que hemos envejecido. A comienzos de este siglo Juan Pablo Montoya era el sinónimo de rebeldía, de juventud. Era el insurgente que pretendía oponerse al imperio absoluto que ejercía el Ferrari de Schumacher. Difícilmente otro colombiano nos podía despertar el orgullo de haber nacido en el país de las masacres. Pensábamos que iba a ser campeón pero Monty se cansó de ser considerado por su nuevo equipo, McLaren, el segundo de Kimi Raikkonen y se fue a la Nascar.
Una de las razones por las que Montoya se fue de la Gran Carpa era porque quería seguir corriendo por el resto que le quedara de vida y en Estados Unidos los pilotos tenían unas carreras mucho más longevas. La jugada le salió bien. Montoya tiene 46 años y anda con la fe intacta y espera ganar, por tercera vez, las 500 millas de Indianapolis.
Mientras sigue siendo un papá tan bueno como lo fue Pablo, su padre y espera que su hijo pueda ser mejor que él. Si tan sólo llega a tener su nivel podemos decir que un Montoya le dará al país su primer título de Formula 1.