La palabra. Constituida por letras y deseos. Mentiras y miedos. Tan poderosa, pero a la vez tan insignificante. Poder de ambiciosos, debilidad de sumisos y pasión de paranoicos. En la palabra, se refleja la esencia de la vida, esa innata satisfacción de desear hasta lo inexistente, o tan sólo, de preservar la aceptación ante la sociedad.
El tiempo susurra. Dice que mientras se plasman estas palabras, es cualquier día del año, de un espacio que va mucho después de Cristo. Pero somos y estamos, eso es lo más bondadoso de la existencia misma. Bondadoso, porque la gente come cuento. Porque existen individuos que no existen.
Los grandes oradores de la historia mundial, se caracterizaron por ser trascendentales a través de sus gestos y frases, por existir en sus palabras. Los gobiernos existen a través de sus mal estructuradas democracias o por medio de sus terribles dictaduras. En la palabra existente de cada demócrata de escritorio y de cada dictador de cuartel, se ven reflejados los intereses de las naciones.
Las palabras de un presidente tienen poder, o por lo menos existen en el imaginario de sus votantes. Un poder que se le sale de sus manos ambiciosas y genera un democrático temor ante una nación que vive de números y estadísticas amañadas. Pero presidente es presidente, se supone que existen gracias a las virtudes del pueblo.
Para muchos creadores de existencias pasajeras en el mundo, Colombia no existe. Para otros sí, por eso es tan apetitosa, porque unos aprecian la idea de comercializar sus tierras en galerías de arte, mientras otros, locos, ciegos y sordomudos, les fueron quitadas sus palabras, los dejaron de existir.
“El tal para nacional agrario, no existe” es cierto, no existe, porque sus palabras señor Presidente, no existen, y así como sus letras y su aliento se esfuman inertes en los medios de desinformación, usted tampoco existe. Porque no es recuerdo, ni olvido. Es una breve pesadilla de una Colombia que sí existe.