Le conocí recién llegado de Medellín, con una mano adelante y otra atrás, viviendo en La Candelaria con su madre, la máquina Singer, su mujercita oronda, bajita, católica y su hija de brazos, henchido de cólera y odio con los poetas famosos, contra León, Zalamea, Carranza, Mutis, incluso su mismo tío, sintiendo un enorme desprecio por Cobo, Rivero, María Mercedes y una ojeriza sectaria contra Darío Jaramillo a quien intentó golpear varias veces. Una época cuando la ropa le quedaba prestada, pero no usaba los abrigos y los foulards de Emilio Pucci de hoy, sino una ruana antioqueña espesa y raída y una suerte de zapatillas aguadeñas maltratadas de tanto ir y venir tras de su hermano nazi a ver que podía conseguir en las jefaturas de redacción que controlaba la más sectaria godarria supérstite del lauroalvarismo, despreciados por Betancur porque Fabio le dada severas tundas a su mujer, parienta cercana del futuro presidente a quien oteaban a las puertas de La Gran Colombia, donde iba la mirla amagueña al caer de la tarde.
El personaje rondaba por la 18, por Anca 19 acompañando al solvente copy Jotamario a dilapidar tremendos chuletones de cordero o unos descomunales entrecots que le hacían rabiar al mediodía del hambre, pero a eso de las cuatro aparecía Estela Cubillos y su mantenido Matamoros, los inventores de la gloria del furibundo tirano de la catacresis y la demencia de la escritura automática, y lo empujaban al bar de Marielita donde se pegaba desmedidas jumas oyendo tangos amargos, maldiciendo a Díaz Granados y Armando Orozco a quienes acusaba de mamertos y favorecidos de Santofimio Botero y a eso de las dos de la mañana arrancaba cuarta arriba, llegando a los trompicones a su apartamentico de dos cuartos y medio, y tras el alegato de cada noche [“otra vez borracho Juanma, otra vez oliendo a pachuli, otra vez con esa muchacha del M que dice ser poetiza”] le daba otra tunda a la pobre entrada en kilos que nunca recuperó la figura después del parto.
De entonces son los textos más irascibles que llegó a disparatar y declamaba a grito lacerado en las cantinas de la 19 y los sótanos de la 26 programados por la Cubillos que le sacaba toda la plata del mundo a la Pum Pum, la libertina secretaria de cultura de Hernando Durán Dussán, cuando el vate aullaba Ya vuelve el visitante, ya vuelve el comandante papito avizorando que ya llegaba al poder el divino levantado en armas y temblad Roma porque él iba a ser el Virgilio de esa era, y la parejita dipsómana: los Ulrico del alcoholismo y las drogas duras, su guardia pretoriana.
De esos años es un “poema” de los recitales de Quiebracanto, con la asistencia de Bateman y Fayad travestidos de putas con pistolas en las bragas, que resultó ser un plagio de otro de Eduardo Escobar y que el delirante había acomodado a su temible amante de entonces, por aquello de “ser poeta es hacer agujeros al agua”, gran majadería:
Dices que amas el girasol,
pero te veo quebrando su tallo
para alumbrar la noche de tu alcoba.
Dices que amas la noche,
pero te veo echándole cerrojo
a sus pasos de negro y lento musgo.
Dices que amas el turpial,
pero te veo la cara
sombreada por los barrotes de su jaula.
Por eso, cuando dices que me amas,
tiemblo de miedo.
El personaje fue oportuno en sus actos. A mí me distinguía porque escribía en El Espectador y El Tiempo y tenía una venta de huevos y un piso en todo el centro, al lado de la Biblioteca Nacional, donde habitualmente me interrogaban para la tele y la radio. Allí el fullero azotó a botella venteada a más de uno, entre ellos a Quessep, a Miranda, a Díaz Granados, hasta el punto que un día tuvimos que sacarlo a enviones del edificio y arrojarlo a un sumidero y bajo lluvia, cuando decidieron cambiar la fontanería de la 24. Al día siguiente dijo que íbamos a matarle, que había sido un intento de asesinato, y eso siguió diciendo en los bares de la 18 y las cantinas de la 12 con 6 hasta el día de San Blando…
Luego, cuando vivía yo en los Estados Unidos llegó incluso a redactar un encomio gratuito de mi poesía, publicado en la Iberoamericana de Pittsburg, pero como con la llegada de María Mercedes Carranza a Casa Silva y Darío Jaramillo al Banco de la República se viera derrotado, decidió cambiar de bando y despotricando de mí fue a dar a aquellos brazos donde ha permanecido los últimos veinte años. Si no puedes vencer a quien odias, elógiale entonces, había dicho Deng Xiaoping….
Ello explicaría su actitud hipócrita con Mario Rivero, Héctor Rojas Herazo, Rafael Moreno Durán y Germán Espinosa. Cuatro de los cinco escritores más engreídos y mezquinos que ha tenido Colombia y cuyas historias son pasmosamente parecidas a las del protagonista. Al cuarteto dedicó sistemáticos elogios y zalemas a fin de usarlos como alfiles del odio contra García Márquez y Alvaro Mutis, Quessep y Restrepo, Jotamario Arbeláez y X-504, y de manera sorprendente contra sus benefactores Maria Mercedes Carranza y Darío Jaramillo, a quienes sometió con rigor adamantino y puso a su servicio, una, pagando constantes avisos para el suplemento literario y el otro, sus viajes nacionales y extranjeros. Rivero y Rojas fueron su vanguardia armada contra sus enemigos literarios y sociales. Y no dejó de ensalzar a líricos que consideraba menores y que de alguna manera eran menesterosos de la gloria como Fernando Arbeláez, Fernando Charry Lara, Jaime García Mafla o Henry Luque Muñoz.
Rivero, Rojas, Moreno y Espinosa murieron de rabia y rencor. Mario publicó unos trescientos números de una revista donde todo giraba en torno a su efigie, quien no doblaba la cerviz no aparecía en ese boletín de la estolidez poética y tuvo como recaderos al hijo de Mutis, al perturbado García Mafla y a su Golem magnífico, el hijo de Díaz Granados, hoy ideólogo y componedor de El Tertulia de la gloria y El Gimnasio de la alcoba. Héctor es otro de los engreídos más acerbos de la historia literaria colombiana. Ganador del premio Esso cuando García Márquez era un paria del mundo y la literatura, tras el éxito de Cien años procuró derrotar al genio de Aracataca confeccionando una cosa horrible llamada Celia me pudre, refugiándose en Madrid donde con unas rodilleras pertinaces vivió una década de la mano de Félix Grande, que controlaba Cultura Hispánica y Cuadernos Hispanoamericanos durante los años del tardo franquismo, él Félix, la encarnación misma, con su mujer la Paca Aguirre, del republicanismo complaciente. Rojas esperaba que la izquierda española, encarnada en Goytisolo o Caballero Bonald o Benet o Torrente Ballester o Vásquez Montalbán o Marsé se pusieran a su servicio y así alcanzaría una gloria que opacara a Gabito, pero Rojas no contaba con que Balcells le ignorara y Vargas Llosa o Cortázar hicieran otro tanto. Publicado el ladrillo con un rotundo fracaso regresó a Colombia para refugiarse en los brazos del envidioso, que le dedicó unas cinco carátulas del magazín mientras él hacía que sus prebendados en los diarios costeños y capitalinos, aupados por Moreno Durán y Espinosa, tallaran día y noche contra García Márquez escribiendo y murmurando que su originalidad se debía a los oficios de un oscuro periodista Zabala, quien le habría enseñado a escribir en Cartagena, o las ayudas de mengano o fulano, o que Castro le protegía.
Dicen que el cuarteto se reunía a libar sin sosiego y a fomentar el odio contra el Nobel en el apartamento de Espinosa y que nunca se levantaban a orinar porque temían, todos, que en la ausencia, lo despellejaran los otros tres. Espinosa murió de un mal en la lengua, con la que había desprestigiado a tanta gente. Y RH, de rabia, porque solo la plagiaria de la Javeriana le chamuscaba incienso, en el mismo altar donde había asentado a Espinosa, el parafraseador de El siglo de las luces de Carpentier. ¡Virgen del Carmen!
¿Quién recuerda hoy, los prestigiosos exegetas de la literatura que el bergante publicaba cada semana? ¿Quiénes son, dónde están, donde pontifican ahora Alberto Rodríguez, Alejandro Torres, Álvaro Marín, Carlos Bastidas, Cecilia Sánchez, Claudia Arcila, David Jiménez, Fabio Martínez, Gabriel Castro, Gilberto Bello, Gustavo Quesada, Hugo Chaparro, Isabel Trejos, Jaime Echeverri, Omar Ortiz, Samuel Vásquez o Víctor López, etc., etc.? El único que lo supo fue el caradura de Gonzalo Rojas, que los conoció mientras recibía del Fondo de Cultura Económica un cheque de dos mil dólares americanos para escribir 600 palabras como proemio al florilegio de los versos calcados del perdulario.
Por algo dijo un argentino en El País de Madrid que “en las páginas de esta antología encontramos a Baudelaire, Rimbaud, Vallejo, Boccanera, Jaramillo, Gervitz, Audum, Paredes, Rendón, Arbeláez, Vinderman, Silber, Randall, Llanos, Alegría, Madrazo, Sauma, Romano, Riquelme, Bustos, Luque, Rodríguez, Blake, Artaud, Diógenes, Rulfo, Piranesi, Carroll, Borges, Thomas, Ungaretti, Benjamin, Chagall, Hobbes, Graves, Degas, Arreola, Silva, Picasso, Villon, Pizarnik, Rilke, Verlaine, Poincaré, García Lorca, Machado, Quevedo, Góngora, Cervantes, Espronceda... etc.”
Habilidades que vislumbró Aurelio Martínez Mutis durante una visita a Porte Etienne, cuando el padre de la criatura era cónsul de Laureano Gómez en el África Occidental, y al oír que declamaba La epopeya del cóndor frente a la pirámide, exclamó: “tiene madera”, pero de lagarto.
Acortando diré que cuando la Universidad Nacional me invitó a hacer la antología Una generación desencantada, puse como condición que mi nombre no apareciera en la portada para poder incluirme, en un inútil acto de vanidad, pero como el gobierno español me diera una bolsa por ocho meses, al irme a Madrid, el personaje decidió eliminar de la antología a Elkin Restrepo, Ignacio Escobar Urdaneta de Brigard y Gómez Jattin, a quienes odia todavía, e incluir con más poemas que todo el resto a Darío Jaramillo, retocando sin permiso, de paso, el prólogo de Antonio Caballero…. Vivir para ver… Cuando salió el libro y ya controlaba buena parte del Magazín Dominical envió a un tal Guillermo Arroyave, a confeccionar una entrevista con varios poetas y novelistas donde los puso a hablar contra el libro….
Juan Manuel Roca vetó la aparición de mi nombre y mis artículos en el Magazín Dominical. La misma dosis de odio que destilaba contra Juan Gustavo, a quien llama prólogo borda. Incluso alicorado los viernes revisaba las galeradas del periódico para asegurarse que mi nombre no apareciera. Toda reseña de revista donde hubo un artículo mío, mencionaba el asunto, pero nunca mi nombre. Otro tanto hizo con la Historia de la poesía de Casa Silva y la antología de traductores donde no existo. Por más de 750 números quiso borrarme. Pero no pudo.
Nunca en mi vida he visto un avaro de la fama de tan grande tamaño como Juan Manuel Roca, un mezquino, un desleal, un torticero, la canalla hecha llaga viva. José Mario Arbeláez no le llega al tobillo.