El aire político en Colombia, a poco más de un año de las elecciones presidenciales de 2026, comienza a agitarse con los primeros vientos de una contienda que promete ser tan fragmentada como impredecible. La última encuesta de Invamer, contratada por Noticias Caracol y Blu Radio, nos entrega un retrato inicial: 1.200 ciudadanos, con un margen de error del 2,83%, y una lista de nombres que intentan perfilarse como los herederos de un país azotado por la polarización.
En la cima, Gustavo Bolívar, con un 11,8% de intención de voto, seguido por Sergio Fajardo (9,5%), Vicky Dávila (8,3%) y un, Juan Manuel Galán, con un sólido 7,8%. Pero más allá de los números fríos, hay una narrativa que emerge entre las sombras de estas cifras, y es allí donde Galán, jefe del Nuevo Liberalismo, se alza como la verdadera revelación, una carta que podría barajar el mazo electoral con una sutileza que sus rivales no parecen advertir.
Bolívar, actual director de Prosperidad Social, encabeza la lista con la fuerza de quien lleva el respaldo del estamento en el poder. Su 11,8% no sorprende: es el candidato natural del Pacto Histórico, el alfil del presidente Gustavo Petro, cuya maquinaria estatal y base ideológica le aseguran un suelo firme. Sin embargo, ese mismo suelo es también su techo. Atado al desgaste de un gobierno que arrastra una desaprobación del 60,3% (según la misma encuesta de Invamer), Bolívar carga con el lastre de la polarización y el rechazo visceral que el petrismo despierta en amplios sectores. Su ventaja inicial es real, pero engañosa; en un país donde la fragmentación electoral exige sumar más allá de las trincheras, su techo definido lo convierte en un contendiente vulnerable cuando las urnas hablen en serio.
Sergio Fajardo, por su parte, aparece con un 9,5% que sabe a déjà vu. El eterno candidato del centro, con su historial de campañas en 2018 y 2022, sigue siendo una figura conocida. Su discurso de moderación y anticorrupción le otorga una base fiel, pero también un límite claro: ya hemos visto su película, y el final no cambia. Fajardo seduce a los desencantados de los extremos, pero su incapacidad para romper el molde en elecciones pasadas sugiere que su 9,5% es más nostalgia que promesa. En un escenario de segunda vuelta, como lo plantea Invamer, Fajardo podría crecer (hasta un 58% frente a Bolívar), pero su historial nos dice que llegar allí sigue siendo su talón de Aquiles.
Luego está Vicky Dávila, la periodista convertida en aspirante, con un 8,3% que alguna vez brilló más fuerte en sondeos anteriores. Su descenso es evidente: de liderar encuestas como la de Guarumo en febrero (15,1%) a este tercer lugar, Dávila se desinfla como un globo que pierde altura. Su fuerza inicial, alimentada por su perfil mediático y un discurso de derecha emergente, parece diluirse frente a la falta de una estructura política sólida y el desgaste de su polarización. En un país que castiga a los extremos con la misma dureza que los abraza, Dávila es una apuesta arriesgada que va perdiendo fuelle.
Y entonces llegamos a Juan Manuel Galán, el 7,8% que no grita, pero susurra con autoridad. A simple vista, su cuarto lugar podría parecer modesto, pero el diablo está en los detalles. Galán no carga con el peso del gobierno como Bolívar, ni con el agotamiento electoral de Fajardo, ni con la volatilidad de Dávila. Su fortaleza radica en lo que no tiene: rechazo masivo. Mientras Bolívar y Dávila polarizan, y Fajardo arrastra su propio cansancio, Galán se mueve en un terreno fértil de moderación y baja desfavorabilidad. En diciembre de 2024, Invamer lo situaba con un 27% de imagen favorable y solo un 20% desfavorable, números que lo convierten en un lienzo aún por pintar para un electorado harto de los mismos rostros y las mismas peleas.
El legado de Luis Carlos Galán, su padre, no es un detalle menor. En un país donde la inseguridad y la corrupción encabezan las preocupaciones (21,2% y 13,9% según Invamer), el apellido Galán evoca una lucha histórica que aún resuena. Juan Manuel no necesita inventarse una narrativa; la trae en la sangre. Su paso por el Senado (2014-2018) y su liderazgo en el Nuevo Liberalismo le dan una base desde la cual proyectarse, pero su verdadero as está en su capacidad para ser un puente: ni tan a la izquierda como Bolívar, ni tan gastado como Fajardo, ni tan efímero como Dávila. En un escenario de segunda vuelta, los datos de X (como los de @jcjurado1) lo muestran competitivo: un 35,8% frente a Dávila, un 37,2% frente a Fajardo. No lidera, pero tampoco se hunde, y eso, en un país dividido, es oro puro.
La encuesta de Invamer nos dice algo más: el 41% de los colombianos “definitivamente votaría”, y otro 17,6% “probablemente sí”. Hay hambre de cambio, pero también de claridad. Bolívar ofrece continuidad, Fajardo repetición, Dávila incertidumbre. Galán, en cambio, ofrece posibilidad. Su reto será construir una campaña que eleve su visibilidad sin perder su esencia. Si lo logra, ese 7,8% podría ser solo el prólogo de una historia mayor.
En este tablero de ajedrez electoral, donde los peones caen y los reyes tambalean, Juan Manuel Galán emerge como el alfil silencioso. No es el favorito de las masas ni el infante terrible de la política, pero tiene lo que otros han perdido: espacio para crecer. Mientras Bolívar choca con su techo, Fajardo con su pasado y Dávila con su presente, Galán camina con paso firme hacia un futuro que, por ahora, solo él parece intuir. El 2026 no está escrito, pero su nombre ya suena como una revelación que podría sorprendernos a todos.
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