Este es un país ingrato, inmediatista, siempre pendiente de cuál es el joven de moda para prenderle veladoras. Ese culto a la juventud nos ha llevado a tomar las peores decisiones -una de ellas fue la elección de Iván Duque- o a despreciar a talentos maduros, que podían dar mucho más de si y que se fueron demasiado pronto de nuestras vidas por esa preferencia a la juventud.
La tragedia de Juan Harvey Caicedo nos toca a todos. En el día del locutor la gente lo ha escogido en Twitter como la mejor voz en la historia radial en este país. Sin embargo, después de quedarse sin trabajo en el 2003 y según lo reveló su amigo Oscar Artunduaga, en su libro Finales Tristes, Caicedo decidió quitarse la vida en su casa. La versión oficial fue que el martes 21 de octubre Caicedo sufrió un derrame cerebral que lo mató mientras estaba en su casa al norte de Bogotá.
Artunduaga narró de esta manera el suicidio de uno de los más grandes de la radio nacional, fundador además de la televisión colombiana y quien ayudó a producir clásicos como El rio de las Tumbas, la joya de Julio Luzardo. Así lo relató en su libro Finales tristes: “Esa noche del martes 21 de octubre de 2003, en la sala de su casa, toda arte y buen gusto, había reunión familiar. Juan Harvey pasó rápido al segundo piso y, como era su costumbre, comenzó a escuchar música. Minutos después, todos se estremecieron con un ruido seco, un disparo que sonó como un campanazo ronco y definitivo. El corazón de Juanito estalló en pedazos. Decidió irse y se fue triste. En la mañana de ese mismo día, funcionarios de la Cadena Caracol, donde trabajó por más de 25 años, le habían notificado, sin explicaciones de ninguna naturaleza, la decisión de la compañía de acabar su exquisito y nostálgico programa de boleros, que se transmitía los domingos en la noche, antes habían decidido también excluirlo del programa Pase la Tarde, lo mismo de la Luciérnaga, donde cumplía un papel extraordinario. Muy pocos llegaron a conocer del buen humor que desplegó en ese programa”.
Su familia no sabía nada de su tristeza, el haber sido despojado de su pasión, la radio. Artunduaga si sabía de su tristeza. Durante el sepelio de una amiga en común, Sofía Morales, le dijo a Artunduaga que estaba muy deprimido por el trato que le estaban dando a él y a otras leyendas de la radio colombiana.
Hoy, en el día del locutor, más que un homenaje a la obra de un grande, es bueno recordar la infamia que cometieron con él, un hombre grande que murió con el corazón roto.
Acá un pequeño recuerdo de su talento: