Juan Guillermo Rios: cuando los presentadores eran más que una cara bonita

Juan Guillermo Rios: cuando los presentadores eran más que una cara bonita

Era un valiente que se iba al monte a hablar con guerrilleros y a la vez era el rey del Rating. Su propio poder político lo terminó hundiendo

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enero 21, 2021
Juan Guillermo Rios: cuando los presentadores eran más que una cara bonita

En 1985 a las siete de la noche el país se paralizaba. Juan Guillermo Ríos, presentador del Noticiero de las Siete,  hablaba frente a nosotros. No importaba la edad, yo tenía siete años y recuerdo sus gestos exagerados, su voz chillona, tan fácil de imitar. No se parecía al acartonamiento que perseguía a los presentadores de la época. No sabíamos que era el primer Anchorman de la televisión colombiana, esa mezcla de productor y presentador que le daba un poder inimaginable. ¿No se lo imaginan? Miren esta anécdota.

Una vez tomó un vuelo Valledupar-Bogotá. Cuando el avión despegó Ríos se dio cuenta que su equipaje de mano no estaba con él así que armó la pataleta “¡necesito hablar con el capitán!” a las azafatas no les quedó otro camino que llevarlo hasta la cabina de mando. El piloto lo reconoció. “Usted es Juan Guillermo Rios, no nos queda de otra” así que el avión, cinco minutos después de despegar, se devolvió a Valledupar a buscarle la maleta a un hombre que tiene, 35 años después, un record que no ha podido ser superado: 55 puntos de rating.

Esperen, en esa época sólo unos pocos podían contar con parabólica o televisión por cable. Sólo habían dos canales, la cadena 1 y la cadena 2. Los que vivían en Bogotá podían disfrutar de la Cadena 3 pero este era un espacio más cultural que de entretenimiento. En la televisión lo que más se veían eran las telenovelas Los cuervos La fiera. Después el divo era Ríos.

Tenía 34 años en esa época. Había nacido en Medellin en 1950 en el barrio Manrique. Era el cuarto de once hermanos. Su mamá era una de tantas mujeres que lavaba ropa ajena en la entonces caudalosa quebrada de Santa Helena. Su papá era un pintor de brocha gorda que murió cuando él tenía doce años. Era la persona que ponía la comida en la mesa familiar. Cuando el viejo partió Juan Guillermo tuvo que pedir limosna para no pasar hambre. Una familia, de apellido Marín, que lo vio recogiendo monedas al lado de la Vera Cruz en Medellin, hizo una obra de caridad con él: lo matriculó en el colegio de la Bolivariana y, después, lo apoyó para que se matriculara en la Unviersidad de Antioquia para que estudiara periodismo. El 2 de abril de 1970, con veinte años, se montó en un avión de la aerolínea SAM para ir a trabajar a Caracol radio en Bogotá. Antes de despegar y mientras veía la pista del aeropuerto Olaya Herrera le hizo una promesa a Medellin: “jamás me volverás a ver aguantando hambre o pidiendo limosna, cuando vuelva a ti seré un grande” y lo cumplió.

A los 25 años ya dirigía su primer noticiero, Telenoticias, después, en 1975, fue jefe de prensa del presidente López Michelsen. Pero su explosión arrancó en 1982 cuando quedó al frente del Noticiero de las Siete en donde tuvo primicias como esta: la entrevista más icónica que haya sobrevivido de Jaime Bateman, el hombre fuerte del M19.

Era el número 1, Gabo, en su exilio mexicano, lo llamaba para tener noticias sobre Colombia porque lo consideraba “el hombre mejor informado”, tenía un BMW último modelo, su ropa se la traían directamente de los almacenes Dunhill de Londres, solo usaba relojes ern Cartier, tenía casas, fincas, pero tenía que pagar el precio. Se convirtió en un papá ausente, un papá cajero electrónico, un hombre que estaba ahí sólo para pagar facturas. Un día llegó a su apartamento dúplex en Rosales  y no encontró ni a sus hijos ni a su esposa. Se cansaron de su adicción al trabajo. No le importó, tenía tanto poder que sabía que hasta su familia podía ser reemplazable. Tuvo amantes, le dio rienda suelta al licor y, además era uno de esos ateos orgullosos. Luis Alejandro Mejía, uno de sus reporteros de confianza, quien años después sería director de noticias de Univisión, lo invitó a su casa. Su mamá le regaló una biblia y Ríos, insolente, la arrojó a la calle.

Sus posiciones políticas empezaron a ser espinosas, hasta el punto que fue echado en 1986. A partir de allí su rostro desapareció de la t.v. Si testimonio lo cuenta en este interesantísimo relato:

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