En un rincón del cementerio católico de la localidad de Timbío, en una placa de mármol reza: Juan Gregorio Palechor Beltrán: "El hombre de la palabra, la dignidad y las luchas indígenas" para recordar a uno de los gestores de las más importantes luchas del pueblo indígena en el Cauca, Colombia y el mundo entero.
Solo su esposa Eumenia Arévalo y sus hijos visitan el mausoleo para dejarle una flor y rezarle una oración, pero lo más importante para recordar su capacidad en la oratoria, la movilización de masas y la lucha organizada en medio del respeto por los demás.
Ese "indiecito barriguepeladito", como le llamara un cacique politiquero del municipio de La Sierra, de baja estatura, de reciedumbre al hablar, con la habilidad de manejar las dos manos para el trabajo y hasta para disparar, así como con una alegría permanente en el conversar cotidiano, había nacido un 11 de marzo de 1923 en el resguardo de Guachicono, municipio de la Vega, en pleno corazón del macizo colombiano.
Allí en la escuela del lugar solo aprendió a medio leer y escribir, actividad que intercalaba con las actividades agropecuarias o la artesanía para luego dedicarse a la arriería entre su tierra natal y el municipio de San Agustín, en el departamento del Huila desafiando los cambios climáticos a su paso por el páramo del letrero o la Laguna de la Magdalena.
Posteriormente, se enrolaría en las filas del ejército nacional que lo llevaron hasta la ciudad de Popayán donde cumplido el tiempo de servicio militar obligatorio (desconocía la existencia de una norma que lo eximía de ese servicio), determinó volver con los suyos.
Ese tiempo de servicio militar no lo desperdició y el tiempo libre lo dedicó a la lectura de libros de historia, filosofía, derechos humanos y hasta ingresó en el derecho leyendo códigos, manuales de procedimiento lo que lo convertiría en "tinterillo", actividad con la que empezó a ayudarle a la comunidad en sus distintas peticiones.
La carencia de tierra para trabajar lo obligaría, junto con su familia, a trasladarse hasta el vecino municipio de La Sierra, donde se mantuvo en el ejercicio de su trabajo de "tinterillo", apoyo a la comunidad, dirigente comunal donde impulsó la creación de la Escuela de la vereda el Salero, la construcción del acueducto, así como la apertura de la carretera hacia el resguardo de Rioblanco-Sotará.
Allí, en su nuevo territorio contrajo matrimonio con Eumenia Arévalo, con la que tuvo cuatro hijos: Libio, Antonio, Elena y Jesús, a quienes paradójicamente no colocó a estudiar en la escuela por el fundada con el argumento que su lucha no era por bien personal, sino de la comunidad.
En esta nueva vida no dejó de lado la agricultura y ahora la siembra de café, plátano o yuca la combinaba con la carpintería y la construcción sin dejar de lado su interés por el trabajo comunitario y la actividad político partidista.
Seguidor de Jorge Eliécer Gaitán, militó luego en el Movimiento Revolucionario Liberal, partido con el que fue concejal de la Sierra durante varios meses, llegando a la presidencia de esa corporación en medio de caciques electorales, dejando honda huella para las nuevas generaciones especialmente en el campo educativo.
Infortunadamente la traición de esos jefes políticos que cambiaron los lineamientos trazados lo obligaron a retirarse de todo el proceso político electoral para volver a su quehacer cotidiano.
El interés por la educación de sus hijos le originó un nuevo desplazamiento, en esta ocasión al municipio de Timbío, donde había un colegio con cuatro grados de enseñanza secundaria. Allí llegó una tarde lluviosa de septiembre de 1968 a iniciar de nuevo, en medio de otra forma de vida, con otros vecinos y especialmente con el odio visceral que en esa población tenían por las personas llegadas del campo.
Aunque trataba de olvidarse del tema político, nuevamente fue llamado por personas como Gustavo Mejía, Trino Morales, Luis Ángel Monroy para fortalecer la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos de la que ya hacía parte en su anterior municipio de residencia.
"Por acá vino en 1968 a impulsar la recuperación de tierras con la ANUC", recuerdan comuneros del resguardo de Ambaló, y lo propio mencionan indígenas misak en Silvia o en Huellas Caloto. Otra vez retornó a sus andanzas comunitarias, pero en esta ocasión sumándose a la creación del Consejo Regional Indígena del Cauca, del cual fue elegido como su secretario en la segunda asamblea realizada en la Susana, resguardo de Tacueyó, el 6 de septiembre de 1971.
Es en el paso por el movimiento indígena, donde deja un importante legado en su capacidad de la oratoria, la organización comunitaria y también su sabiduría en los procesos de concertación y negociación. Posteriormente, haría parte del grupo de dirigentes que crearon la Organización Nacional Indígena de Colombia, en cuyo himno lo mencionan junto con Trino Morales y otros destacados dirigentes del orden nacional.
Fue baluarte importante en el proceso de recuperación de las tierras en muchos resguardos, apoyo permanente a la oficina jurídica del CRIC, acompañante del programa de Educación Bilingüe y claro, un importante estratega para sacar adelante los planes y proyectos de la organización indígena que lo convirtieron en fuente de consulta para la toma de las decisiones trascendentales.
En 1990, cuando se gestaban luchas importantes en busca del reconocimiento en la nueva Constitución Nacional, le sobrevinieron varias enfermedades que le fueron minando el cuerpo y el alma.
Ni la sabiduría ancestral ni los conocimientos científicos pudieron llevarle alivio a sus dolores y un 12 de febrero de 1992 se marchó del mundo terrenal para encontrarse con los centenares de líderes que entregaron su vida en la lucha por un mundo mejor, justo a los pocos minutos de haberse encontrado por última vez con su compañero y amigo Trino Morales en su casa de habitación de la localidad de Timbío, Cauca.
Aun se recuerda la frase que dejó como mensaje a los pueblos indígenas en el sentido que "quedan abiertas las puertas de par en par para seguir adelante con todo lo que hemos conseguido"...
Treinta años después de su desaparición física sus amigos y compañeros de lucha en esos momentos difíciles expresan frases como: si estuviera el compañero Palechor, si el viejo no se nos hubiera ido, el si era un luchador de verdad no como los de ahora...
Como ocurre con muchos de los dirigentes de movimientos sociales, murió en su casa, con el acompañamiento de su familia. Flautas, quenas, guitarras y charangos le acompañaron en un largo cortejo fúnebre el día 13 de febrero en camino hacia el cementerio central de Popayán.
Allí le agradecieron de manera póstuma todo lo que hizo por el movimiento indígena. Volvió al espacio sideral en medio de una mole de cemento porque de las miles de hectáreas de tierra que ayudó a recuperar a él no le tocó ni siquiera para su entierro.