En 2003, todos los medios de comunicación del país estaban prendados de Álvaro Uribe. Con una favorabilidad que pasaba el 70 %, los grandes grupos económicos dueños de las cadenas radiales estaban alineados ante un gobierno que recuperó buena parte del territorio que había estado en poder de las Farc.
Uno de los pocos periodistas que no se rendía a los encantos de Uribe era Juan Gossaín. Su programa informativo en RCN radio de la mañana era un oasis de independencia. La figura de Gossaín era demasiado grande como para recibir órdenes de cualquiera, incluido el presidente más popular en muchas décadas.
En una ocasión cuando se preparaba el Referendo de octubre de 2003 con el que Uribe quería cambiar algunos artículos de la Constitución, pasó al tablero en todas las emisoras durante varias semanas y uno de los compañeros de Gossaín en ese momento, recuerda lo que sucedió.
Entonces, sonó el celular de Gossaín. Al otro lado, el presidente Álvaro Uribe le exigía una entrevista inmediata. Juan no se amilanó. Hubo un cruce de palabras y al final, le colgó. Pasaron 15 minutos cuando sus superiores lo llamaron a pedirle cuentas. Juan puso a disposición su cargo. A él no lo iba a presionar nadie, ni siquiera un presidente. No lo tocaron. Siempre fue independiente. En realidad, más que periodista, siempre fue escritor.
Llegó a Cartagena a los nueve años en una lancha. En ese tiempo, el recorrido que había que hacer en las goletas, improvisadas balsas de madera, era de tres días. A Don Juan, el libanés que fue su papá, le tocó mandarlo a Cartagena porque en San Bernardo del Viento no había nada después de tercero primaria. Así que a este comerciante le tocó empacarle las maletas a su hijo y enviarlo a La Esperanza, un colegio-internado en donde se graduó.
Su primera inspiración literaria fue el profesor de español, quien también daba francés, José Manuel Guerrero, a quien llamaban el Papa porque les decía a los alumnos: “jóvenes, todo lo que diga yo, anótenlo porque es palabra de Dios”. Guerrero, al ver al niño Gossaín siempre solo en los recreos, lo llevó a la biblioteca, abrió sus estantes y, en vez de sacar Ivanhoe, La Isla del Tesoro o alguno de esos clásicos de la literatura juvenil, le puso en las manos El Quijote. Lo retó a divertirse con la literatura y lo logró.
A los diez años, este lector incansable de diccionarios escribió su primer cuento que se llama el Ancón. Enfermo por las palabras, Juan quería saber todos los nombres que podrían tener los acantilados que bordean su ciudad. Y Ancón era el nombre que le dieron los conquistadores a las piedras que sobresalían del mar.
A los 18 años conoció a quién sería su gran amigo, Gabriel García Márquez. El Festival de Cine de Cartagena apenas despuntaba y una de las películas en competencia era Tiempo de morir y el guionista era Gabo.
Gossaín acababa de leer y de impresionarse con la pequeña novela El Coronel no tiene quien le escriba y así va al Circo Teatro, el cine más importante que tenía La Heroica en la década del sesenta. No tenía techo, el sol negaba la luz proyectada en la pantalla. Antes, era muy difícil ver películas de día en ese lugar y sin embargo, Gossaín la vio. En un momento, uno de los personajes nombra a su pueblo, San Bernardo del Viento y cuando terminó la proyección, el joven bajó emocionado a conocer los creadores de ella.
Un tipo, con pinta de árabe, pelo ensortijado, camisa de colores está en la entrada del Circo Teatro, recostado sobre la pared y poniendo un pie en ella. Es Gabo. Nervioso, Gossaín se le acerca.
-Maestro, me sorprendió que nombra a San Bernardo del Viento en la película, yo nací allí.
Gabo abrió los ojos
-Lo hice por dos razones: la primera porque es un nombre que tiene que estar en cualquier película y en cualquier novela. La segunda es porque tengo un amigo muy querido, Luciano Lefresquere, que es de allá.
Luciano resultó siendo primo de Gossaín. La amistad se fortalecería por allá en la década del setenta y Gossaín siempre le hacía la misma pregunta a su amigo, como probándole la memoria y Gabo siempre respondía:
-Eche, tú si eres cansón, llevas toda una vida preguntándome lo mismo.
Hasta que el monstruo del Alzheimer borró la mente del Nobel, cada vez que se veían, Gabo le cantaba el mismo vallenato: “Recuerdo que Jaime Molina, cuando estaba borracho…”
Cuando terminó el bachillerato, Gossaín regresó a su pueblo. Trabajó en una arrocera. Su vocación de escritor no lo dejaba dormir. Mandó crónicas desde San Bernardo del Viento a El Espectador. Don Guillermo Cano, el director, las leyó, le gustaron tanto que mandó a una persona para convencerlo de que se fuera a vivir a Bogotá. No quería irse. Tenía a Susana Arismendi, su novia, estaba enamorado y no la iba a dejar por nada del mundo, pero su mamá y sus hermanos lo alentaron: “Vete al menos un mes y pruebas”. Así lo hizo y le gustó.
Pero llegó un momento en donde las presiones, los compromisos, la carga de ser uno de los referentes de RCN, lo hartó. Durante 27 años fue el Director de noticias de la cadena radial. En 2010 dijo basta y se retiró a Cartagena.
¿Cómo es la rutina de don Juan?
Dice que su pecado favorito es la lujuria, pero se levanta todos los días antes de las cinco de la mañana. En su estudio se sienta a escribir hasta que el ruido de las gaviotas lo lleva al balcón del edificio que construyó Rogelio Salmona donde vive en Castillo Grande. Es feliz. A sus 74 años nunca ha sido más feliz.
Se aferra a sus rutinas como un náufrago a un pedazo de madera. Antes del atardecer, cuando el calor va amainando, después de llenar uno de los diez crucigramas que hace al día – dice que ha resuelto cerca de 7 mil en su vida-, y contemplar sus más preciados tesoros: el Jugador de Golf, cuadro que Rembrandt pintó en 1654 y le costó USD$ 30.000, monto que pagó en cómodas cuotas de 100 dólares mensuales durante 30 años y el Dante entrando al infierno de Dalí, sale a caminar por la misma ruta que lo lleva hasta la ciudad amurallada pasando por el Parque Navas a donde se encuentra con el combo de amigos, encabezado por Pedro Buelvas. Los mismos chistes, las mismas anécdotas y los mismos problemas en un país que parece condenado a una guerra perpetua.
Cuando la gente lo ve caminando en esa tertulia móvil, lo invita entre gritos a que se lance a la Alcaldía. Gossaín responde con la misma frase con la que le respondió a Andrés Pastrana en 1998, Álvaro Uribe en 2002 y Juan Manuel Santos en 2010 cuando le ofrecieron la Vicepresidencia de la República: “No gracias, a mí esa vaina de la política no me gusta, nunca me ha interesado”. Solo acepta conferencias y charlas para rescatar su amado Caribe.
A las siete de la noche, Juan Gossaín regresa al amplio apartamento. Su cuarto, que es todo el segundo piso y tiene más de 125 metros cuadrados, no tiene televisor, sino una amplia cama en donde relee hasta que se queda dormido a eso de las diez de la noche.
Como si fuera la primera vez, se divierte con los autores que marcaron su vida: Sófocles, Balzac y su Biblia: Cien años de soledad, ese vallenato largo, esa historia de un continente. Duerme bien, a pedazos, pero bien hasta que otra vez los alcatraces y las cotorras lo despiertan con su canto.
La pereza siempre le habla al oído e intenta arroparlo con sus brazos de sirena. Juan Gossaín se sacude y a diario le gana la pelea a esa pequeña muerte que significa estar acostado todo el día como un viejo holgazán.
Entre libros y diccionarios es un sabio perezoso que sólo quiere leer. No extraña nada y de que se acabe Noticias RCN, el espacio que él hizo grande en la radio, no quiere hablar. En realidad, a Don Juan Gossaín lo único que le importa es que lo dejen en paz.