El 10 de diciembre del 2010 Juan Fernando Quintero pisaba el terreno del Polideportivo Sur con el firme convencimiento no sólo de ganar el partido con su equipo, el Envigado FC, del cual se había convertido a sus 17 años y con unos cuantos partidos como profesional en una de sus figuras, sino de estar listo físicamente para el reto que unas semanas se le venía encima: representar a Colombia en el suramericano sub 20. Ahora tenía la ilusión de vestir la camiseta amarilla después que doce meses atrás, en una absurda decisión del técnico Eduardo Lara, siempre proclive a llamar jugadores de gran talla y a despreciar a los que, como Quintero, podían suplir su escasa estatura y peso por talento y magia, de excluirlo de la selección Sub 17 que alcanzaría las semifinales en el mundial de la categoría celebrado en Nigeria.
Agonizaba el partido cuando, alentado por el público local, ansioso por ver a la nueva estrella naranja pintar con ese pincel que tiene en el pie, las fantásticas jugadas que justifican el dinero invertido en una boleta, el técnico Pedro Sarmiento decide incluirlo en el partido a pesar de que este ya iba 2 goles contra 0 y el Envigado Fútbol Club se aseguraba su regreso a la primera A.
Juan Fernando recibió el balón en la mitad de la cancha. Levantó la cabeza y ya veía como los delanteros hacían movimientos de ruptura, pensaba, con la rapidez de un genio, a que espacio libre debía enviar la pelota, cuando, en una entrada desmedida, el volante del Pasto, Germán Mera, buscó la pierna de la joya, haciendo que su frágil humanidad se levantara por los aires mientras la tibia y el peroné del chico estrella se iban cuarteando en dos pedazos.
Quintero duró cuatro meses por fuera de las canchas viendo con dolor, impotencia y rabia, como sus compañeros de selección hacían un papelón en el suramericano celebrado en Perú y como no podían acceder al sueño de levantar la copa en el mundial que Colombia jugó de local. Con paciencia y disciplina pudo acortar tiempos de recuperación y a pesar de que mucho de sus allegados, entre los que se destacan Lina Paniagua, la madre soltera que se desvivió por darle una infancia digna y feliz a su hijo y la que le alcahuetió la obsesión que tenía el chico por el balón, y Freddy, su tío, el hombre que le abrió las puertas de su escuela de fútbol y que a la postre le significó mostrarse ante el país en el Pony Fútbol del 2003, llegaron a temer que Juan Fernando no pudiera recuperarse nunca de una lesión tan grave siendo tan joven. Pero ellos y sus entrenadores vieron asombrados como un año después de aquella entrada carnicera, el muchacho recuperaba su nivel y era contratado por el Atlético Nacional de Medellín.
Las canchas colombianas se han cansado de ver volantes de creación talentosos. John Edison Castaño encandiló al continente en el Sub 20 de 1985, cuando, en una jugada maradoniana, antes de que Diego se la hubiera inventado, dribló a todo un equipo uruguayo para marcar un gol de antología. Arley Betancurt demostró con el Cali que podía ser el 10 que reemplazaría a Carlos Valderrama, ilusión que también despertaría John Mario Ramírez, Neyder Morantes, Mayer Candelo o Sebastián Hernandez. Sin embargo ninguno de ellos tuvo la mentalidad, la inteligencia y la madurez del volante del pequeño Quintero.
A Juanfer le gusta el fútbol. Cuando no está jugando está frente al televisor viendo un partido. Entiende de táctica, le gusta ver partidos viejos, conversar sobre fútbol con veteranos jugadores, analizarlos. Cuando se expresa, se nota -a diferencia de Messi- que ejercita sus neuronas. Quinterito después de ser jugador seguro que pretenderá ser técnico, se le nota en sus respuestas que evitan los lugares comunes del 97 % de los jugadores del mundo. En una entrevista en el Pony Fútbol con escasos 11 años, ya respondía como un hombre de 30: “Creo que fui el mejor jugador del campeonato porque los demás no alcanzaron el nivel que pude lograr”.
Pareciera que a este admirador de Rivaldo ningún reto le queda pequeño. No cabe duda que se siente cómodo ante la presión. Por eso lo vemos el 18 de febrero de 2012 pidiendo la pelota para cobrar una falta al borde del área. Estamos en el Campín, es de noche, las tribunas están llenas y la tensión es tanta que se puede cortar con un cuchillo el ambiente. Faltan cuatro minutos y Nacional empata a dos goles contra su más odiado rival. Juanfer está frente a la pelota, los hinchas de Millonarios silban, él no los escucha, toma impulso, el balón se eleva, pasa por encima de la barrera azul y se mete en el palo izquierdo de Delgado que, a pesar de su estirada, nada pudo hacer ante el remate colocado y potente.
La misma presión que disfrutó el día en que Colombia perdía un gol por cero contra Corea del sur. Otra vez una falta al borde del área y Quintero, ya vestido como 10 y figura máxima de una selección de menores un tanto gris y dirigida esta vez por “Piscis” Restrepo, volvía a pedir la pelota. El tiempo se había cumplido y la Sub 20 estaba a punto de quedar eliminada del mundial en octavos de final. El mago patea y todo parece un deja vu. La misma curva, el mismo palo, la misma emoción. Golazo. Se alarga el partido, van a penales y la tricolor pierde. Nadie recuerda al resto de jugadores porque fue el Mundial de Quintero.
Uno de sus goles, el que le hizo a El Salvador, fue escogido como el mejor del certamen, y Paul Okon, el seleccionador de Australia, equipo que padeció su magia, se refirió en estos términos al jugador nacido en el humilde barrio de San José de Socorro de Medellín: “es difícil valorar a un jugador a esta edad y saber si completará una gran carrera. Pero a veces salta a la vista cuando tienes enfrente a un futuro grande. Juan Fernando Quintero tiene algo más; ya puede apreciarse a pesar de su tierna edad”.
Cinco millones de dólares pagó el Porto de Portugal por el crack. Empezó bien, marcando dos golazos en los primeros cinco partidos de la liga Zon Sagres, pero el entrenador portugués Paulo Fonseca empieza a tomar malas decisiones y una de ellas fue borrar del onceno titular al antioqueño. Las fechas pasaban y Quintero veía con angustia como se acercaba el 12 de junio y él no tenía ritmo de juego. Con su férreo carácter, una tarde después de una práctica, se le acercó a Fonseca y le dijo que si no lo iba a tener en cuenta en el primer equipo lo mandara para la filial que tiene el Porto en la segunda división lusa, pero él necesitaba sumar minutos si soñaba con una posible convocatoria de Pékerman a la selección que jugaría el mundial.
El estratega no le hizo caso a Quintero, haberlo bajado a segunda división significaba desvalorizar su pase, que ya, en ese momento, se estimaba en más de 30 millones de euros. Los fracasos en Liga y en Champions sacaron a Fonseca siendo reemplazado por Luis Castro quien, desde el principio, sintió admiración ante el juego del muchacho. Ahora Juanfer, sin llegar a ser titular, se convirtió en un suplente de lujo que siempre ingresaba en los segundos tiempos. Sus pases largos y cortos y sus magníficos goles lo transformaron de inmediato en un consentido de la exigente hinchada de los dragones.
Cruzó los dedos y se encomendó a todos esos santos a los que le reza su mamá para que Pekerman lo dejara en la lista definitiva. Así sucedió, su nombre estaba entre los 23 escogidos. Muchos periodistas, que ahora, después de su brillante debut mundialista lo tildan de genio, atribuyeron su llamado a la presión de su manager. Decían que no era posible que alguien con 21 años pudiera soportar el peso de jugar un mundial.
Y allí lo tienen, definiendo con la frialdad y la clase de un veterano ante el portero marfileño, celebrando con tranquilidad, como si hacer un gol en un torneo de esta magnitud formara parte de su rutina. Juan Fernando Quintero es consciente de que este es sólo un escalón más en su sueño descomunal, que sus aspiraciones no tienen techo.
Él sabe encarnar la mentalidad y el talento que despliega este nuevo espécimen que ahora deslumbra las canchas europeas: el jugador colombiano.