Juan David Rivera, un niño que le tenía pavor a la guerrillera más sanguinaria de las Farc: Karina

Juan David Rivera, un niño que le tenía pavor a la guerrillera más sanguinaria de las Farc: Karina

Le mataron un hermano, le reclutaron otro, los desplazaron, aguantaron hambre. Pero aún así, hoy este joven de 22 años es un ejemplo para muchos colombianos

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octubre 17, 2013
Juan David Rivera, un niño que le tenía pavor a la guerrillera más sanguinaria de las Farc: Karina

Juan David tenía 10 años cuando la temeraria Elda Neyis Mosquera, alias Karina, se pavoneaba con su séquito de matones por las calles de Argelia  (Antioquia). Ella era la mandamás del frente 47 de las Farc. Cuentan que sus desmanes eran tan evidentes que una noche sus sabuesos sin sangre se pararon en el atrio de la iglesia principal y activaron sus fusiles en una regadera de balas que dejó varios muertos. Por aquellos días, de manera forzosa, el grupo de Karina reclutó a un jovencito de 14 años quien respondía al nombre de Carlos Mario. Era el hermano de Juan David y el hijo mayor de la familia Rivera Ríos.

Se lo llevaron para convertirlo en ayudante de cocina de la cuadrilla de los subversivos. Muchos años después, en el 2011, las autoridades condenaron a Karina a 40 años de cárcel y 500 millones de pesos de multa por el reclutamiento de menores en el suroeste antioqueño, pero como se había acogido a los programas de desmovilización todo quedó en los cajones del olvido. A finales de 1998, otra camada de aquellos pusilánimes llegó a Argelia, se pararon armados frente al comando de policía, como en una exageración de película de spaghetti western, desbarataron a rafagazos el refugio de seis policías. Uno de los valientes no quiso salir cuando dieron el aviso y murió perforado por el incontable cumulo de plomo. Karina bailó en el parque, tomando aguardiente y riéndose a carcajadas. Al siguiente día el gobierno de Andrés Pastrana mandó recoger los cinco policías que quedaron vivos y el pueblo se quedó sin autoridad estatal.

Así pasaban los días de infancia de Juan David. Un día Karina llegó al mercado del parque, llamó al papá de Juan David y le dijo que debía llevar un grupo de guerrilleros y unos bultos hasta la entrada del municipio de Nariño (Antioquia). El transporte tenía que hacerlo en su viejo camioncito Chevrolet 300, con el cual don Pablo sostenía a la familia haciendo trasteos. “No es un favor, es una orden”, habría de sentenciar la guerrillera. No había autoridad a quién acudir y una negativa podría traer consecuencias fatales. Don Pablo así lo hizo. Dejó a los hombres a la entrada de aquel municipio. Minutos más tarde los guerrilleros se tomarían por varias horas aquel pueblo y desmantelaron el comando de policía. Karina volvería a ese ritual macabro de celebrar con aguardiente en la mano y bailando en el parque de Argelia, sosteniendo a vos en cuello: “esos hijueputas que decían que no éramos capaces de meternos a Nariño, ahí me les metí y los maté”.

La familia Rivera Ríos y los 15 mil habitantes del municipio estaban acorralados. En su pueblo mandaba la guerrilla, en Sonsón los paramilitares y más adelante el Ejército. A donde iban les preguntaban de qué bando eran, el silencio conducía a ser señalados. Un chisme era causal de muerte, un gesto, un no. Un día llegó a la casa la noticia informando que a uno de los hijos de don Pablo –de su primer matrimonio- lo había matado el frente 47 de las Farc por no querer integrarse a sus filas. Cansado del abuso, don Pablo subió a su esposa y a sus tres hijos al camión, no tuvo tiempo de echar ninguno de sus corotos y emprendió camino hacia el desplazamiento forzado. Llegó a Rionegro donde unos familiares que los acomodaron en colchonetas en una piecita sin ventanas. Al día siguiente se presentó en la Defensoría del Pueblo y contó su caso, la entidad apuntó los datos y la familia Rivera Ríos tan solo pasó a ser parte de aquella cifra estadística que hoy dice que 4.2 millones de colombianos han sido desplazados de su terruño.

Con el dolor del desprendimiento, don Pablo se vio obligado a vender su cacharrito rojo, para aportar algo de dinero en casa de los familiares durante su estadía y con lo que le sobró adquirió una viejísima renoleta que se la pasaba varada cada tres días. Juan David y su hermano John Jairo entraron a estudiar en el Liceo José María Córdoba, pero para llevar algo a la casa, en las tardes cuidaban carros en el mercado. Juan David perdió sexto porque como dice él “con hambre nadie estudia”. Los compañeros les compartían sus meriendas que hacían las veces de desayuno y almuerzo para los pobres muchahitos. Ante la situación Juan David decidió retirarse y comenzó a lavar carros y hacer turnos de celador en un parqueadero.

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Como el invitado empieza a oler feo después de un tiempo, los Rivera Ríos debieron aceptar irse para Marinilla a cuidar una finca de una señora acaudalada. Allá empezarían a vivir del pan coger, mientras Juan David y su hermano viajaban en bicicleta todas las mañanas hasta el mercado de Rionegro para seguir cuidando y lavando carros. Mientras tanto Karina seguía asesinando, secuestrando, reclutando de manera forzosa y desplazando pobladores por doquier. Ella misma confesaría, cuando se entregó como una diva al proceso de Justicia y Paz, 214 delitos. Confesó el reclutamiento de 108 niños; 80 fusilamientos;  las tomas a los municipios de Argelia, Nariño, Arboleda, Valencia, Monte Zuma, Granada, Monte Bonito, Riosucio, Mutatá, y Caicedo; y el desplazamiento forzado de campesinos de los departamentos de Antioquia, Caldas y Chocó.

A mediados del 2007, con miedo en sus corazones, los Rivera Ríos se vieron obligados a retornar a Argelia. Les había quedado muy difícil pagar los costosos servicios públicos de la finca, un trato que debían cumplir con la propietaria del predio. Alias Karina ya no se encontraba en la zona, todo indicaba que pernotaba en el Urabá. Pero la mejor noticia recibida en años llegó en mayo de 2008; Elda Neyis Mosquera, alias Karina, se había entregado a las autoridades. Juan David retorna a sus estudios y termina su secundaria en el colegio Santa Teresa. No obstante, seguía ayudando a sus padres con la manutención del hogar, vendiendo frutas y hortalizas en el mercado de la plaza principal.

Hoy Juan David Rivera Ríos tiene 23 años. A pesar de las vicisitudes nunca se la pasó por la mente irse para la guerrilla, hacer parte de las filas paramilitares y ni siquiera empuñar un arma. A pesar de las barreras, no se quedó solo cuidando carros, siempre buscó salir adelante. Sus pulmones se llenaron mucho más de aire un día que una vecina lo invitó a una reunión para escuchar una charla de los Programas de Desarrollo y Paz inscritos a la Redprodepaz. Allí le explicaron que esto no se trataba de darle a la gente dinero en rama, pero que sí uno lo veía de fondo era como recibir una fortuna: la Red y sus tejedores de paz los convocaban a recibir cursos para aprender a proponer proyectos productivos, para desarrollar todos los procesos de merecimiento y su ejecución. Juan David entendió de inmediato el mensaje, existen organizaciones que le dan la mano a las víctimas del conflicto, a los desplazados y a los olvidados por el Estado, pero había que aprender cómo aplicar a sus oportunidades.

‘Juanda’ como le dicen en Argelia, se destacó en los cursos de Derechos Humanos, y en todo lo concerniente a las leyes que ha otorgado el Estado para resarcir lo ocurrido en una guerra que afectó por años a los más pobres. El primer proceso en el que Juan David se vinculó, con la ayuda de Redprodepaz, fue al Proyecto Colombia. Allí les enseñaron cómo montar su propia empresa. Su ejercicio fue tan activo y lo replicó tan bien que lo llamaron para levantar una actualización de los planes zonales en materia de producción que llevaban a cabo los campesinos de su región. Así mismo, Redprodepaz lo vinculó para realizar un Proyecto de Sistema de Información para la Paz, un trabajo que en suma se encargaba de evidenciar las necesidades básicas que necesitaban en su municipio, por ejemplo: la necesidad urgente de agua potable a través de un acueducto.

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En el discurso y en las acciones de este joven de 1.72 de estatura, tez trigueña y brazos tonificados a punta de trabajo, hay algo que llama demasiado la atención: a Juan David no le gusta que lo vean como víctima. Ha hecho todo lo posible por capacitarse, de hecho tiene en su haber 32 certificados de seminarios, congresos, diplomados, talleres y cursos que ha hecho con el apoyo de Redprodepaz.

“A mi NO me gusta que nos vean como víctimas, ni que nos vean con lastima o pesar. Eso muchas veces hace que hasta lo miren a uno con desprecio. Nunca hemos pedido plata en la calle, ni robamos, ni mendigamos atención. Solo buscamos oportunidades para desarrollar proyectos productivos, que no nos regalen nada, pero que nos den la oportunidad de llevar una vida digna, eso es lo que hemos estado haciendo. No soy una víctima, soy un poblador más”, dice con firmeza el sencillo joven.

La gente llega a pedirle asesoría al muchacho que le tenía pavor a alias Karina. Entonces él sabe cómo bajar una minuta de Tutela, cómo ajustarla, cómo radicarla. Sabe buscar y bajar Sentencias de la Corte Constitucional para advertir a los jueces y a los administradores de justicia los derechos y deberes que tienen los ciudadanos. Ha promovido proyectos para desminar tierras y ha colaborado en tejer redes para las comunidades olvidadas.

Por ahora su meta a corto plazo es sacar adelante una unidad productiva con madres cabeza de familia en Argelia.  La idea está basada en montar una productora de carne de conejo. “Crear mercado, generar precio, generar una cultura  de consumo, está comprobado que esta carne es la mas sana que existe, por encima de la de res o cerdo”; dice Juan David, como quién ha estudiado con seriedad el tema. Su proyecto apenas inicia, pero es tanto el compromiso que tiene que desde ya proyecta que su empresa de carne de conejo llevará el Sello Social, una especie de certificado de calidad, que brindan sus mentores de la Redprodepaz.

Por @PachoEscobar

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