Juan Carlos Pinzón nació con los sonidos militares de La Diana en el hospital militar de Bogotá. Incluso, aprendió a caminar a los tres años -por allá en 1974- en la sede de la Infantería Mecanizada ‘General Antonio Nariño’ en Barranquilla, justo cuando su papá, Rafael Pinzón, había sido trasladado para trabajar en el departamento administrativo de dicha guarnición. Incluso, el coronel (R) Rafael Pinzón también pasó toda su infancia en batallones porque su progenitor, Roberto Pinzón, estuvo en el Ejército hasta finales de 1950.
Su abuelo y su padre siempre se vistieron con los camuflados del Ejército colombiano, imagen con la que creció el ministro de Defensa. Entre finales de los años setenta y comienzos de los ochenta los días del pequeño Juan Carlos, quizá, eran más entretenidos que la mayoría de niños colombianos: pernoctaba en las casas fiscales, salía al parquecito a jugar a la pelota con soldados rasos; estafetas lo llevaban a la escuela; en las tardes se iba a hacer las tareas al casino de oficiales; se escapaba a la ‘tienda del soldado’ y la señora le regalaba dulces; jugando con sus demás amiguitos y amiguitas a las escondidas, hijos también de oficiales, se metía debajo de los catres en los alojamientos militares para que no los encontraran; cuando cumplió la edad del razonamiento su papá lo llevó a conocer el ‘cuarto del armerillo’ donde le contó sobre todas y cada una de las armas que ahí se guardaban. Un sábado de tanto insistir lo condujo a las pistas de infantería, y con su guía, el niño se encaramó y pasó todos los obstáculos con los que entrenan a los héroes de la patria.
Durante otro traslado Pinzón aprendió a sumar, restar, multiplicar y dividir en las oficinas de Batallón Guardia Presidencial, su papá ya llevaba tres estrellas sobre sus hombros, era capitán del Ejército. La primera canción que memorizó fue el himno nacional; le seguirían, no por inclinación, si no por cercanía el himno al batallón, el himno a la bandera y el himno al Ejército. Los tarareaba por instinto. Cuando pasaron por el cuartel de La Guajira le gustaba sentarse a hablar con los centinelas de la guardia principal; mientras que en el batallón del Cesar nunca le vio problema cuando algún niño de su edad, pero con padre de menos rango, algún domingo lo invitaba a aventurarse a almorzar al rancho, donde se alimentan los soldados rasos.
De regreso al frío bogotano, instalados en el Cantón Norte, cuando su padre portaba como insignias una barra y una estrella que lo distinguía como mayor, Juan Carlos entró a finalizar su bachillerato al Liceo Patria. Una institución educativa con régimen castrense. Allá con los bríos y la adrenalina que da la adolescencia pasó de primera mano por la verdadera instrucción militar. Aprendió a formar todas las mañanas en la plaza de armas, sobrepasar los obstáculos más duros en los entrenamientos de campo –sin enredarse jamás en el alambrado-, aprendió a acampar, armar y desarmar los fusiles 5.56, hacer polígono, montar en helicóptero, no lo hizo vestido de camuflado pero sí con el uniforme de dicha institución educativa. En los últimos años se catapultó como el alumno de mostrar, tal vez por ello se graduó con honores y bajo los méritos de instructor militar y brigadier mayor. Asimismo, su padre ya portaba en el uniforme tres estrellas y una barra, era coronel, era el coronel Pinzón Rico.
En diciembre de 1989 su vida quedaría marcada para siempre: se graduó, recibió la libreta militar y dos días antes de cumplir la mayoría de edad, vivió en carne propia la violencia. Era navidad y su papá se dirigía hacia la Escuela de Ingenieros Militares donde se desempeñaba como director general. De pronto, justo en un pare, a la camioneta se acercarían dos hombres en moto, los sicarios sacaron sus armas automáticas y le vaciaron 32 tiros al vehículo. Por suerte el carro era blindado, entonces, como pudieron, con dos llantas pinchadas, buscaron la salida y así llegaron a la guarnición militar. Algunos especularon que se trató de un atentado de milicianos de la guerrilla y otros a una confusión del verdadero objetivo. El coronel Pinzón Rico no se amilanó ante la situación y prosiguió su carrera por cuatro años más, retirándose del Ejército después de tres décadas de trabajo, en el año 1993.
Quizás por ello y, además por el atentado del Club El Nogal -donde murió uno de los mejores amigos del ministro Juan Carlos Pinzón-, éste jamás le ha bajado a los integrantes de las Farc los apelativos de: terroristas, asesinos, bandidos, delincuentes y una decena más. Por ejemplo, apenas tres meses después de ser nombrado en la cartera de Defensa (noviembre de 2011), le tocó codirigir el golpe militar más grande que se la ha dado a las Farc, la muerte de Alfonso Cano. Aquel día por primera vez todo Colombia lo escuchó: “Cano era no solo era el cabecilla principal de las Farc, el jefe definido por ellos mismos, sino que era un individuo que llevaba 33 años en esa organización, una persona radical. Un hombre dispuesto a su propia organización al terrorismo, al crimen, no tenía consideración a la hora de sacrificar vidas de jóvenes colombianos de escasos recursos o de las áreas rurales que terminaban entrando en esa organización. Una vida y una historia que lo único que puede registrar es asesinatos, actos terroristas y todo el dolor que le acusaron al pueblo colombiano”.
De igual manera y justo cuando se había iniciado el proceso de paz entre las Farc y el gobierno en La Habana (Cuba), a mediados del año 2012 el ministro Pinzón tras la explosión en el Cauca de una bomba, no escatimó en adjetivos hacia la guerrilla: “Las Farc asesinaron en un acto terrorista contra una estación de policía a civiles. Este es el mismo modus operandi de esta organización. Está claro, se sabe que tienen una decisión de atentar contra el pueblo. Está claro, esta es una organización dedicada al narcotráfico, dedicada al terrorismo y dedicada a asesinar personas. Son unos narcotraficantes y criminales”.
Cada declaración de Pinzón siempre ha sido fuerte y contundente. Mucho más si se meten con su ADN, el Ejército. Una actitud por lo demás aceptada por el Presidente Santos, acorde con la decisión de negociar en medio del conflicto y además expresa el sentimiento de dureza que los colombianos mantienen con las Farc.
Todo indicaba que Juan Carlos Pinzón entraría a la carrera como oficial, pero no. Los números eran su debilidad de tal suerte que dejó colgadas las botas militares, se calzó zapatos de cuero, se vistió de jeans, camisas -siempre de tonos neutros- y se inscribió en la facultad de economía de la Universidad Pontificia Javeriana con sede en Bogotá. Nunca dejó de madrugar a las cinco de la mañana, de tener como un espejo sus mocasines, de llegar de primero a cada clase ni su jornada de trote los fines de semana alrededor de la Escuela Militar.
Su pregrado lo hizo en el tiempo exactamente estimado, ni un día más ni un día menos. Finalizando la universidad conoció la Fundación Buen Gobierno, creada en 1994 por Juan Manuel Santos. Pinzón asistió a un par de eventos como voluntario con las pretensiones de relacionarse con la gente que siempre ha influido en las decisiones de país. Peor no se quedó al lado de Santos, como muchos otros sino que prefirió completar sus estudios y viajó a realizar una maestria en políticas públicos en la Universidad de Princeton. Concluidos los estudios entró a trabajar como asesor del Citigroup en asuntos financieros para Colombia.
Una llamada lo traería de nuevo a Colombia. Una llamada de Juan Manuel Santos recién nombrado Ministro de hacienda del gobierno de Andrés Pastrana en el 2000, lo puso de regreso a trabajar como secretario privado suyo. La cercanía con Santos ha trascendido su relación laboral y Pinzón lo nombró padrino de su segundo hijo. María del Pilar Lozano, su esposa también es hija de un oficial retirado del Ejército.
Concluido el gobierno Pastrana, Pinzón regresó en el año 2003 al Citigroup, esta vez como vicepresidente de la Banca de Inversión del Citibank en Boogtà, donde a pesar de su condición de banquero nunca ha dejado sus costumbres castrenses: llegar a la oficina al despuntar el día, pasar revista a cada una de las oficinas y analizar informes hasta pasada la media noche para estar de nuevo, sin ojeras, a primera hora en su puesto de trabajo.
La llegada de Santos al Ministerio de la defensa con Álvaro Uribe Vélez trajo de nuevo Pinzón al sector público, a donde llegó como su viceministro para la estrategia y la planeación. El primer encargo fueron los números: organizar las billonarias finanzas del ministerio. Pinzón continuó el camino de la política de seguridad democrática y con la dupla Santos/Pinzón la guerrilla de las Farc sufrió las más grandes golpes: el 25 de octubre de 2007 cae Martín Caballero; el 1 de marzo de 2008 Raúl Reyes; ocho días más tarde un guerrillero mata a Iván Ríos Para reclamar la recompensa; el 18 de mayo se entrega alias Karina; el 2 de julio de 2008 se realiza la Operación Jaque en la que se rescatan 15 secuestrados de gran valor para la guerrilla, incluida Ingrid Betancourt y los tres contratistas norteamericanos; el 13 de julio la operación “Camaleón” permite el rescate del general Luis Mendieta, y los miembros del Ejército, coronel Enrique Murillo, el coronel William Donato Gómez y el sargento Arbey Delgado Argote.
El gobierno de Santos arrancó con Juan Carlos Pinzón en la Secretaria general de la Presidencia pero un año después, con el retiro de Rodrigo Rivera, le llega su hora y es nombrado ministro de defensa: “Desde que lo conocí, hace 16 años, yo sabía que él iba a ser ministro de Defensa algún día”, dijo el Presidente al hacer público su nombramiento en agosto del 2011.
Sus compañeros de colegio en el Liceo Patria que tomaron el camino de la carrera militar apenas estaban llegando a ser tenientes mientras Pinzón, apenas con 39 años le daba órdenes a generales y coroneles del Ejército. En estos tres años ha hecho tres restructuraciones financieras, ha tenido que prescindir de los servicios de más de diez generales y reordenar dos veces la cúpula militar. Desde los batallones en los que jugaba pelota, siguió la operación Odiseo, la que terminó con la muerte de Alfonso Cano, máximo comandante de las Farc.
Ahora sus días casi que se viven en los batallones donde creció. Por semana, esté donde esté, trota siete kilómetros cada dos días, acompañados con seis de sus mejores hombres. Las oficinas del ministerio son manejadas en su mayoría por mujeres, dos de ellas son sus viceministras. Los propios escoltas saben que trabajar junto a él es dormir apenas seis horas porque viajan casi a diario a los más recónditos lugares de Colombia a dar parte de las operaciones o de las obras finalizadas de las FF.MM.
Muy pocos lo han visto despeinado. Usa el mismo peinado desde hace 20 años y se lo corta el mismo barbero de su papá. Solo la cabeza se le alborota cuando alguien llega retrasado a una cita o cuando tiene que hablar de una acción armada de las Farc. Para algunos es enemigo del proceso de paz, para otros, como los propios militares, todo radica en que su corazón está con la gente que creció en los batallones. Les da la confianza que los militares necesitan al tiempo que apoya, con toda la lealtad el propósito de su mentor y jefe máximo: lograr un acuerdo de paz con la guerrilla de las Farc. Por esto resulta el equilibrio perfecto, a quien no dudo en ratificar el Presidente Santos para su segundo período presidencial.
Twitter autor: @PachoEscobar