El 28 de agosto del 2008 Valledupar se paralizó por la visita de Álvaro Uribe. Encerrado en la casa de cartón que compartía con su madre, su padrastro y siete hermanos más, Juan Bautista Escalona veía apesadumbrado, a través de unos rotos profundos y carcomidos por la humedad a los que él con candor llamaba ventanas, como todo el Nueve de marzo, barrio de invasión en el que se había ubicado su familia después de haber llegado abruptamente de Santa Marta, se iba a la Plaza Alfonso López a escuchar el discurso del Presidente.
Aprovechando un descuido de su madre, Juan Bautista salió corriendo por las polvorientas calles de la barriada hasta llegar a la plaza central. Buscó la parte que estaba menos vigilada por la policía y se coló en la tarima. Un agente intentó atajarlo pero ya era tarde: el gamincito que se la pasaba cantando por los alrededores de la alcaldía, buscando una monedita para llevarle a su mamá, estaba frente al hombre más poderoso de Colombia. Los testigos afirman que al verlo, Uribe hizo mala cara y hasta amagó con darle un coscorrón, pero Juan Bautista, con la confianza que cargan los que no tienen nada que perder, tomó el micrófono y empezó a cantar. Entonces, la cara adusta del Presidente se distendió. Cuando terminó la canción, el mandatario le dijo que podía pedirle lo que quisiera. El niño se rascó la cabeza, y en vez de pedir una casa de verdad y no esa que tenían en donde, cada cierto tiempo, el Esmad entraba a tumbárselas con buldozers, a bombardearlos con gases lacrimógenos, a molerlos a garrote, Juan Bautista pidió lo que más necesitaba: un acordeón.
Y aunque Uribe al final no le cumplió el deseo, ese día la vida del niño cambiaría para siempre. Entre los miles de asistentes que abarrotaban la plaza, estaba el maestro Andrés Gil quien se fijó en él inmediatamente. A pesar de que parecía no tener afinación ni oído, “El turco” como se le conoce popularmente, vislumbró en él el carisma que sólo tienen las estrellas.
A pesar de que El turco está lejos de ser un hombre acomodado, nunca le negó lo necesario a su pupilo. Lo becó en la academia que el mismo dirigía. Poco a poco su voz fue tomando técnica y a pesar de la renuencia de su madre a que siguiera la carrera musical, Juan Bautista, carcomido por el hambre de gloria, continúo aprendiendo.
En sus horas libres volvía a pararse en el centro de Valledupar, a cantar todas esas canciones viejas que cantaron alguna vez los juglares. La romería de gente lo rodeaba e iban dejando las monedas en una gorra sudada y sucia que el usaba como caja de caudales. Una vez, mientras cantaba en el popular sector vallenato conocido como Cinco esquinas, un señor le entregó 20 mil pesos y Juan Bautista, feliz, sin pensar en todas esas golosinas que él se podía comer con toda esa plata y así saciar de una vez por todas su hambre perpetua, se fue a una tienda en donde compró harina, aceite y arroz, un pequeño mercado para compartir con su familia.
Evesly Escalona, abandonada por su pareja y acosada por la miseria, decidió devolverse para Santa Marta con sus hijos. Una tarde, con los ojos enrojecidos e hinchados por el llanto, Juan Bautista llegó a la academia a decirle a su maestro que tenía que irse de la ciudad. “El turco”, convencido en el talento de su discípulo, fue hasta el rancho y habló con Evesly. Le prometió cuidarle a su hijo y hacer de él no sólo un músico sino un gran hombre.
Sin la preocupación constante que le generaba su familia, el cantante que se anidaba en el niño empezó a florecer. A los improvisados conciertos que daba en las calles de Valledupar, le siguió la posibilidad, a sus 10 años, de participar en Factor Xs en donde llegó a instancias definitivas. A pesar de no haber ganado, el haberse mostrado ante todo un país lo llenó de confianza y con esa misma determinación, dos años después, se presentó al casting de la esperada novela sobre Diomedes. La lucha fue ardua y larga, más de tres meses disputando el papel con niños igual de talentosos a él. Pero ninguno de ellos tenía la capacidad de aguante, la tenacidad que puede dar el haber crecido con todas las privaciones, en una familia de recicladores, siempre despreciados, siempre humillados y ofendidos.
Y logró convencer a Herney Luna, director del dramatizado. Las vidas del cantautor vallenato y de su alter ego en la novela se parecen. Además estaba el talento, la alegría y el desparpajo. El fervor con que el público acogió la interpretación de Juan Bautista Escalona, ha confirmado que su elección no fue un error. Ahora, a sus 14 años, el niño que alguna vez fue Diomedes ha abierto las puertas, que alguna vez estuvieron clausuradas, para hacer realidad el sueño que desee.